31.1.07

Barro 2


Esto es lo que ocurre cuando, antes de mandar la columna, se te ocurre cambiar una coma. Iba a enviar al DDT la columna Barro y al final ha salido ésta.


Cuando miramos un árbol, o revolvemos en el barro con un palo, o seguimos las líneas del suelo, con frecuencia descubrimos otras formas: esas ramas parecen una pluma, esa línea es una raja en carne viva, ese nudo del parqué parece un retrato de Manolete. Son formas de formas, lo que vemos y lo que imaginamos, dos mundos que se alternan en una sola mirada. Las reconocemos por su condición dramática, de movimiento significativo, la pluma que cae o que vuela, la raja que se abre o que se cierra, Manolete que bosteza con la boca cerrada, como decía el otro, o que no bosteza.
Me gustan las pinceladas que naturalmente parecen cosas, las perfectas contorsiones de las cintas, los pliegues naturales de las telas, el elegante cimbreo de las mieses. No se trata de imitar a la naturaleza, sino que la naturaleza esté en lo que se pinta, por abstracto que sea el cuadro. Barceló me llega por eso, porque lo entiendo sin manuales de instrucciones, y porque cualquier descripción objetiva de sus obras, por científica que sea, genera borbotones de poesía. “Quiero pintar las cosas como nadie antes que yo”, dice, y no es mohín de divo. Se trata de saber ver en las cosas, y de que cualquier pincelada se siga moviendo en el cuadro y hasta las gotas se le escurran al pintor en forma de organismo tormentosamente vivo, como sucede en las maravillosas acuarelas que pintó Barceló para la Divina Comedia, y que están en cualquier librería.
He seguido durante los últimos años lo que se publicaba sobre el proceso de gestación de la capilla del Santísimo que mañana se inaugura en Palma. Me fascinaba tal despliegue de sabiduría en aras de retroceder a lo esencial, al barro que se cuartea. Las técnicas para amasar semejante piel sagrada exigieron nuevos descubrimientos de los artistas alfareros. Sometidos a la presión de lo insólito, de la imaginación del pintor, generaron soluciones nuevas para garantizar la solidez de su escultura de aire, como la llama él. Pero esto es lo mismo que ha hecho Barceló, porque él se ha sometido a un espacio gótico, a un tema evangélico, a una solemnidad estética y al símbolo que debe despertar la fe. Los espacios mínimos le exigen al pintor lo mismo que el pintor exige a sus ingenieros del barro, y es en ese territorio de los límites extremos donde sólo el talento conoce la aguja de marear. Cuento las horas para ver el resultado, cómo ha dibujado los vitrales con el dedo, cómo se mueven los peces, cómo sangran las frutas, cómo respira el barro. Cómo cada grieta es un drama que sólo pudo haber pintado la naturaleza.

28.1.07

Barro


Mañana viernes se inaugura en la catedral de Palma de Mallorca la capilla del Santísimo, obra de Miquel Barceló. Cuando por fin sucede algo tan esperado, los escépticos de úlcera sangrante siempre lo achacan a las modas y a los medios. Hay una coartada histórica que consiste en desacreditar el triunfo, en dar por seguro que el sistema no genera verdaderos genios, que siempre va por detrás de sus alumbramientos. La imagen del rey mañana dándole al artista palmaditas en la espalda corre el riesgo de no ser vista como un triunfo de todos, como la oportunidad de haber visto nacer una obra de arte que vivirá para siempre, y que como gran obra remitirá a los visitantes del futuro a una hermosa imagen del mundo que nos tocó vivir.
He seguido durante los últimos seis años lo que se publicaba sobre el proceso de gestación de la capilla. Me fascinaba tal despliegue de sabiduría en aras de retroceder a lo esencial, al barro eternamente cuarteado. Las técnicas para amasar semejante piel de arcilla han exigido nuevos descubrimientos de los artistas alfareros. Sometidos a la presión de lo insólito, de la imaginación del pintor, han generado soluciones nuevas que garantizasen la solidez de la escultura de aire, como la llama Barceló. Pero esto es lo mismo que ha hecho él, porque se ha sometido a un espacio sagrado, a un tema evangélico, a una solemnidad estética y al símbolo que debe despertar la fe. Los espacios mínimos le exigen al pintor lo mismo que el pintor exige a sus ingenieros del barro.
Me gusta Barceló porque lo entiendo y me impresiona, que es lo que me pasa con cualquier gran artista de cualquier época, y porque cualquier descripción objetiva de sus obras, por científica que sea, genera borbotones de poesía. Mientras iba dando forma a su capilla he podido disfrutar de las acuarelas que ilustran la Divina Comedia. Qué dominio debe tener del oficio un artista cuando hasta las gotas se le escurren con formas vivas, transparentemente dramáticas. Y también he podido leer un libro que ya otra vez recomendé aquí, los Cuadernos de África, gran literatura: “Ellas reposaban sobre mi corazón como un sapo sobre una piedra”, te puedes encontrar de pronto. O bien algo que sólo debería estar permitido que dijesen los genios: “Nunca me ha gustado trabajar. La pintura es fango que remuevo con un palo. Miro las imágenes hasta que desaparecen. Una y otra vez. Cuando se seca, se acabó; me voy a dormir, sucio y contento”. O bien el único principio que se les debiera exigir a los artistas, de la disciplina que sean: “Quiero pintar las cosas como nadie antes que yo”. Las cosas, sobre todo las cosas.

Babel


El director de cine Robert Altman ha muerto flanqueado por dos triunfadoras en los Oscar que son hijas de su obra. Me refiero a la tantas veces alabada Short Cuts, Vidas cruzadas, en la que se inspiran claramente tanto Crash, galardonada el pasado año, como Babel, con todas las papeletas para serlo éste. La diferencia entre las dos es que el director de Crash, además de ver Short Cuts, había entendido a Raymond Carver, sabía que sus historias plantean preguntas, no dan respuestas ni mucho menos moralizan, algo que desacredita por completo un entramado tan sutil y lo convierte en pura filfa pretenciosa, que es lo que le ocurre a Babel.
No me explico qué le ven a esta película, y eso me preocupa: corro el riesgo de no entender la imaginación contemporánea. Tres historias mezcladas, como en las series de televisión, y ninguna con la suficiente entidad dramática. Un hilo tomado por los pelos del azar que no sólo cuenta con lo cruel e incomunicado de nuestro mundo sino con que sus habitantes son un poco tontos. A lo mejor es que el mensaje era ese y yo no lo capté, que la injusticia social y tal y cual entontece la especie. En todo caso, detesto los mensajes, así que estamos en la misma.
Ya desde los ochenta, el método para empalmar historias breves y esquemáticas ha venido siendo el azar. Unos, como Auster, lo utilizan con maestría, como una rima de los acontecimientos, como la expresión del misterioso ritmo interno de la vida. Otros se han obnubilado con las metáforas de la casualidad, con esa misma ingenuidad de corto vuelo que ha animado siempre a los vanguardistas sin talento. El efecto mariposa no produce más efecto que el de la coincidencia, pero de ahí no sale nada verdaderamente humano. Acumular historias porque sí sólo evita tener que desarrollar los personajes de cada una de ellas en particular. Y, aun así, cada una de las breves historias que pueblan Babel por separado me resultó pesada, amanerada, regodeada, más pendiente de las técnicas de cámara que de contar una historia, de atar al espectador a un momento de la vida de alguien en el que parece que nada está escrito todavía, que aún debemos vivirlo. Por si fuera poco, su director ha querido jugar al compromiso con los países pobres. Y, en fin, seguro que ha conmovido a mucha estrella solidaria, pero vaya, si yo fuese marroquí, además de no haberme gustado, estaría de muy mal genio. No hay nada más torpe que escapar de los tópicos para caer de bruces en ellos, y salir triunfante.

24.1.07

Descanso


Estas tardes de frío me ensobino en el sillón y me lo paso en grande con el mundial de balonmano, que lo están echando por el UHF. Es curioso que hace años, cuando la selección no se comía una rosca, en todos los colegios había un equipo de balonmano, y ahora que van a defender el título y que la liga española es probablemente la mejor del mundo, el balonmano casi se ha borrado como deporte escolar. Y es una lástima, porque en los partidos de balonmano entre colegios no hay lloricas ni tramposos, ni tampoco padres neurasténicos en el graderío, ni niños que deberían haber ejercitado su cuerpo en otro deporte distinto del dichoso fútbol, aunque sólo fuera por una cuestión de carácter.
De chaval me gustaba porque era un deporte para personas normales y porque se hacía mucho ejercicio sin hartarse de correr. Además era, junto con el rugby, el que más se parecía a la realidad: nadie lleva los objetos a patadas ni a linternazos, la gente los transporta y los lanza y los envía. Han pasado los años, los jugadores se han hecho más grandes y robustos, pero, comparados con los cuerpos que uno ve en otros deportes, los jugadores de balonmano siguen siendo los que más se parecen al hombre real y, al mismo tiempo, al canon heroico que nos imaginamos. Si hubiese que hacer un cásting entre deportistas para representar una epopeya, el tamaño de los héroes no sería ni tan grande como en el baloncesto ni tan pequeño como en el fútbol. Ni tan enjutos como en el voley ni tan uniformes como en el resto de los deportes de equipo. El balonmano, también igual que el rugby, presenta todos los tamaños de héroe: el ágil zapador que culebrea en los extremos de las líneas enemigas, el lancero de brazo de hierro que cubre las vanguardias, el hombre fuerte que percute como los arietes en el corazón de las defensas, que lucha en un palmo de suelo, en un bosque de mandobles, y pese a ello su cuerpo cuadrado busca la espalda del adversario a la velocidad de las ardillas, como Rolando Uríos, y asesta unos pelotazos que hacen crujir los huesos de quien osa detenerlos.
El balonmano da la sensación de que lo han desprovisto de sofisticaciones para que brillen las cualidades del hombre. Iker Romero es uno de esos mozos saludables que se ocupan en las fiestas de instalar las talanqueras; Juanín García, el compañero astuto y fibroso, pícaro y sensato, un poco güino; y Alberto Entrerríos es Palante, el hijo de Evandro, rey de la Arcadia, cuyo escudo llora Eneas cuando sabe de su muerte. Vete a buscar un héroe desprendido al Real Madrid, anda, a ver lo que te encuentras.

16.1.07

Estratagema


“Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera”. Así empieza la estratagema final en la Dialéctica erística de Arthur Schopenhauer, escrito hace siglo y medio y publicado en español modernamente por una editorial de marcada orientación cristiana. La erística es, en palabras de su autor, “el arte de discutir, pero discutir de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente, por fas o por nefas”.
A lo largo de 37 estratagemas (más la estratagema final), se nos exponen todos los trucos dialécticos habidos y por haber para exagerar un presupuesto falso, tomar palabras en sentido torticero, darle la vuelta a los argumentos, provocar la irritación del adversario, triunfar con razones absurdas o mofarse de cualquier intento de razonar. El manual parte de una base: la verdad no es lo que más interesa ni lo que más impresiona a la gente; como dice Séneca, “cualquiera prefiere creer a discurrir”. Para el vulgo, nos dice Schopenhauer, es más importante un chiste que una reflexión, más fiable un insulto que una súplica; la gente olvida los razonamientos estrafalarios nada más oírlos, y sólo se queda con un recuerdo del placer morboso que le produjeron. Las estupideces son útiles si hieren al enemigo, y como son útiles son verdaderas.
El Partido Popular se sabe tan bien este libro que él solo se basta para utilizar las armas del adversario. En la estratagema final, después de invitarnos al ataque despiadado y sin cuartel a base de insultos y silogismos estrambóticos, se nos dice que la única respuesta posible a este ataque pasa por tratar al adversario de tonto, de poco inteligente, de incompetente. Es decir, Rajoy utilizó el martes, al llamar incompetente a Zapatero, la estrategia que Zapatero debía haber utilizado contra Rajoy el lunes, cuando Rajoy salió con aquella melonada trágica de las bombas que no estallan, de la paz culpable.
Zapatero, a todo esto, parece regirse por la máxima de Temístocles: “¡pégame pero escúchame!”, algo que sólo funciona si quien tiene que juzgar la discusión obra movido por escrúpulos morales. Esto es lo que se resolverá en las próximas elecciones, si el desprecio de la lógica es o no una cuestión moral. La cosa, de momento, está bastante liada, porque los votantes piadosos aceptan comportarse despiadadamente y los votantes impíos muestran por el adversario una piedad sin límites.

14.1.07

Mariano


Todos hemos padecido, sobre todo cuando éramos niños, esa extraña propiedad transitiva de la enemistad según la cual uno podía ajuntar o no a otro niño en virtud de discrepancias entre terceros: Fulano dejaba de ser amigo de Mengano porque Zutano, que era próximo a Fulano (en ocasiones ni amigo siquiera, tal vez un mero pariente), había pleiteado con Perengano, que lo era de Mengano; Fulano y Mengano se encontraban, sin comerlo ni beberlo, en una situación en la que lo decente era odiarse, no hablarse y poner de hoja de perejil al antiguo amigo siempre que Zutano (o Perengano) exigiesen manifestaciones de fidelidad.
Cuando el tercero en discordia era una persona mayor, se producía una especie de aislamiento obligatorio: siempre había alguien con quien dejabas de hablarte, y en esa distancia muda se creaba un mundo de suposiciones que agrandaban la condición maligna del prójimo. Así funciona la mente tierna de un niño y así funcionan las mentes de las personas mayores que se comportan como niños. Lo que pasa es que los niños lo ventilan con insultos absurdos, con largas palabras sin más sentido que el de buscar un improperio más gordo que el que acaba de recibirse, con aquellos neologismos califragilísticos que nos inventábamos cuando la ira era más fuerte que el diccionario; pero los mayores, que siempre emplean palabras del diccionario, proceden de inmediato al aislamiento, al yo no me junto con ese, o bien yo no me junto con la gente que va con ese, y eso, en el mejor de los casos, puede durar toda una vida de educado desprecio, y en el peor puede conducir incluso a serios enfrentamientos o airados desdenes.
Ayer, en la manifestación de Madrid, tuve conciencia clara de que se trataba de una manifestación de izquierdas, o, para ser exactos, una manifestación de la izquierda que se moviliza; pero tengo que reconocer que yo me esperaba algo un poco más heterogéneo. No fue así. Me temo que las casi doscientas mil personas éramos todas del mismo palo. De vuelta, en las calles sin tráfico, llenas de mochuelos que regresaban a sus olivos, pensé en lo absurdo de que algunas asociaciones que apoyan a los extranjeros se sintiesen obligadas a no acudir a la primera oportunidad que hemos tenido en este país de solidarizarnos con ellos; lo incomprensible de que gente que ha sufrido en sus indiscriminadas carnes el salvajismo de ETA no marche codo con codo con quienes lo acaban de sufrir. Debió ser muy doloroso para los franciscanos de Bravo Murillo, por ejemplo, retirar por la mañana de su colegio para trabajadores extranjeros carteles que decían “Iros a Ferraz”, y no acudir por la tarde a la manifestación de apoyo a los extranjeros porque así lo ha ordenado la jerarquía eclesiástica.
Sospecho que es este ridículo aislamiento de todo lo que tenga que ver con Perengano lo que de veras perseguía el Partido Popular cuando decidió no acudir. No pueden consentir que nos mezclemos. Todo se vendría abajo si ellos descubriesen ayer que los trabajadores extranjeros y quienes los apoyábamos somos personas tan normales y corrientes como ellos. Me he dado un paseo por los periódicos de derechas y la información, por llamarla de alguna manera, está plagada de consignas biliosas que yo no escuché. La ración de odio de hoy domingo consiste en hacer creer que ayer tarde todos estábamos mofándonos de los muertos y dando vivas a ETA. Por eso no han entrado en ninguna guerra de cifras, porque querían amplificar la sensación monstruosa, los poderes del enemigo, la otra mitad del país que amenaza con tirarnos a un abismo que yo, con la última actualización del IPC, todavía ignoro en qué consiste.
Se nos mantiene a distancia para que no nos conozcamos, para que en la distancia nos reinventemos mutuamente y nos detestemos cada día más, para que todo en esta vida sea un elegir entre Zutano y Perengano. Mientras tanto, en silencio, los Fulanos sabemos que somos más parecidos a los Menganos de lo que nos están haciendo creer todos estos Marianos.

10.1.07

Manifestación


Diario de Teruel, 10/1/2007
Estimados ecuatorianos:
Me imagino que estaréis alucinando con el bochornoso espectáculo que los políticos del país en el que vivís y trabajáis están ofreciendo a cuenta de la muerte de Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate. Lleváis tiempo viviendo aquí, pero quizás haya ciertos detalles sobre la convivencia en España que aún os suenen raros.
No os espante, por ejemplo, que un sujeto como Ibarretxe pase de vuestros compatriotas y aproveche su muerte para medrar y sugerir que aquí no ha pasado nada; no os extrañe porque en el País Vasco hay pocos inmigrantes, y en los pueblos más arkádicos y euskaldunes, casi ninguno. Ellos dicen que no os necesitan, pero la verdad es que no os quieren. Ni a vosotros ni a nosotros, así que tampoco os sintáis muy ofendidos.
No os indigne que el portavoz de la Asociación de Víctimas no quiera ir a llorar por vuestros muertos. Con ese hombre no se mete nadie porque se supone que representa a los que ya no están, cuando en realidad, so capa de un legítimo dolor, representa una opción política más, y le importan más las elecciones que vuestra memoria, y a veces pienso que más incluso que la memoria de aquellos a quienes representa. Ni os extrañe que el Partido Popular se enzarce en tonterías para tampoco ir, porque ellos van a lo que van, y todo lo que digan el domingo servirá para dar idea de que estamos al borde de un cataclismo, que media España odia a la otra media y que la única manera de evitar una guerra es votarlos a ellos. Ya se darán cuenta de que si no están en el poder es, precisamente, porque aquí la gente lo que no quiere es meterse en guerras.
No os desespere la actitud como aturdida del PSOE, siempre temeroso del qué dirán, que, como ayer con diamantina exactitud dijo Fernando Savater, confunde la paz con la tranquilidad, y que una y otra vez cae en la trampa de dar notoriedad a lo que sólo ha de arreglarse con silencio. Pronto caerán en lo que todo el mundo ve: que están tratando con adolescentes amamantados en el odio, no con representantes de nada.
Pero, sobre todo, amigos, no penséis que el sainete que se avecina el sábado es reflejo de la poca importancia que concedemos a vuestros compatriotas: son, por así decirlo, vicios de la prosperidad. Aunque no vayamos a ningún paripé, somos muchos los que sentimos su asesinato, y los que deseamos que algún día vuestros hijos se hagan grandes profesionales, accedan al poder y lleven vuestra voz al Parlamento, y allí nos recuerden a todos que una vida vale más que cualquier sondeo electoral.

6.1.07

Fuelle


La extrema intensidad es un poco cansativa, como dicen en Alfambra. Lo comentábamos anoche, con la última copa. Desde el día 22 no había vuelto a entrar en este blog, y la primera impresión es siempre de regreso a la realidad y de pocas ganas de explicar en qué consiste concretamente ese regreso a la realidad. A vuela pluma, uno en Teruel y otro en Valencia, he escrito estas dos bernardinas para el Diario de Teruel, una el 28 de diciembre y otra el 4 de enero. Una salió de la palabra fuelle, mientras me dedicaba al rito de los caprichos, y la otra de un viaje luctuoso que tuve que hacer entre Teruel y Alfambra, precisamente. Las leo y me espanta el aire alcanforado, localista, chascarrilloso, de vecino anciano. Así como hay gente que cuando llega a una región distinta de la suya no puede evitar que se le pegue el acento, la hay que según donde escriba utiliza estilos diferentes, o habla de cosas distintas, o en tonos que nada tienen que ver entre sí.
De todas formas, llevo semanas en las que no siempre cuelgo en el blog lo que publico en el Diario de Teruel. Yo pensé que serían compatibles, pero cada vez que digo algo sobre actualidad me siento escandalosamente vulgar. Las traducciones de las Geórgicas, de puro extravagantes, me hacen sentir más cómodo, más protegido. Me gusta mucho más lo que por razones obvias no se puede publicar en el periódico. En fin, intentaremos escribir sólo para dos sitios distintos y no desde dos lugares distintos.


Inorante (28/12/2006)

El inocente es el que no hace daño, pero también el que no sabe, y no porque sea tonto sino porque no se ha visto corrompido por el conocimiento. Yo no quiero saber nada, decimos cuando rechazamos cualquier implicación en algún asunto que pueda comprometer nuestra inocencia o nuestro sosiego. Baroja, que hoy cumple 134 años y está hecho un chaval, repite con frecuencia eso de mira el hombre que piensa, cómo se parece al hombre que sufre, y siempre hace notar que la felicidad sólo es posible en la inocencia, que no es exactamente ausencia de culpa sino inconsciencia de la culpa, por decirlo del modo más pedante posible.
El caso es que todo el mundo reclama su propia inocencia pero también se ríe de la inocencia de los otros. El inocente es un inorante, sin g, porque con g significa tonto; sin g significa cándido, crédulo, inofensivo: eres más inorante que un fuelle. Por principio nada es de fiar, hasta que se alcanza esa hipertrofia rara de la civilización americana donde hasta para cuidar las plantas de tu vecino te tienes que buscar un abogado. “Era un hombre de fiar”, oí decir el otro día de un político en su entierro. Se conoce que ya es de dominio público que ser de fiar es una virtud poco frecuente.
Ahora los inocentes somos quienes vivimos en un sistema que funciona según máximas de leguleyo: “es que los abogados nos mentimos mucho”, dicen todos los abogados en algún momento a su cliente, como dejando claro que la sinceridad o la credulidad, que la inocencia, en suma, es siempre compañera del fracaso.

Nos tienen rodeados. La fiesta es nuestra única defensa, así que deberíamos darle la vuelta al calendario y declarar el Día de los Inorantes como el Día sin Coches o el Día sin Alcohol, es decir, un día en el que todos hiciéramos lo posible para evitar que nos tomasen el pelo. Un día sin que los abominables hombres de los bancos te cobren comisiones por el morro, un día sin programaciones matutinas, sin matasanos ni vendedores de crecepelo ni de aparatos absurdos; un día sin mamolas ni alarmismos ni engañifas, sin sacamuelas ni embaucadores ni trapaceros, un día sin compañías telefónicas, un día sin publicidad. Y, ya de paso, un día sin políticos de esos que se acuchillan por la mañana y se besan por la tarde. Un día sin periódico, sin radio y sin televisión. Un día, en fin, metido en tu cuarto, leyendo a Baroja, que nunca miente ni toma el pelo. Todos los años celebro así sus cumpleaños. Este año me toca La sensualidad pervertida, una de mis favoritas.


Ruina (4/1/2007)

Un amigo lleva bastante avanzado un catálogo de ruinas de la provincia de Teruel: ermitas deshuesadas, minas muertas, salinas secas, aldeas con raspas o poblados de resineros. Las fábricas antiguas tienen un encanto muy especial. La azucarera de Santa Eulalia o la térmica de Aliaga, con sus relojes redondos con saetas de hierro y sus chimeneas de ladrillo, con sus herrumbrosas básculas y sus tolvas gigantescas y sus tubos, son el tipo de edificios que en otros pagos se rehabilitan como sitios bellos. La silueta de la Battersea de Londres, la del disco Animals, o de la misma Modern Tate, otrora central eléctrica, forman parte ya del paisaje artístico contemporáneo.
Pero el catálogo de que hablo no es reivindicativo. No está fotografiado con ánimo de denuncia sino para mostrarnos la belleza del abandono. Walter Scott se hizo construir un castillo nuevo en ruinas, y lo de Belchite vive de ser una ficción trágica, un decorado del silencio. En eso la RENFE siempre ha sido muy avanzada. No sólo conserva muy hermosas ruinas sino que a veces hasta las crea. La línea fantasma de estaciones que jalona el río Alfambra nació ruina, y si alguien no le da un uso racional morirá ruina: aunque sean de antes de la guerra, sus muros permanecen firmes, hay apeaderos que conservan el tejado, pero los pájaros siguen anidando en las ventanas rotas y los cascotes de los techos y de los tabiques siguen cayendo como una gotera posnuclear.

Ahora la RENFE (su administrador de infraestructuras) iba a hacer un estropicio lamentable. Nadie les reprocha que dejen pudrirse las ruinas. De hecho, el estado salvaje de los alrededores de la estación en Teruel siempre ha sido refugio del romanticismo adolescente. Es tolerable que las limpien, o que las reconviertan en museo –que petrifiquen las piedras–, pero no que las eliminen. El estupendo hangar de sillares de rodeno que querían demoler en la estación de Teruel es un buen ejemplo. Supongo que el asunto entra en la lógica del desprecio al rodeno y su sustitución por la piedra blanca triste de Villalba, aunque quizá sólo se trate de ignorancia. Los trabajadores de la RENFE se quejaron de que fuesen a derruir un edificio tan agradable de ver. Ahora, me dicen, todo está parado. Se ha dejado el cascarón de rodeno, un tiempo, no se sabe cuánto. Los mismos que proyectaban un aparcamiento son ahora muy sensibles al patrimonio visual. Mejor, pero hay que seguir dándoles la vara porque el mejor día se quedan insensibles, lo derriban y algún listo se levanta con esos espléndidos sillares un chalé de postín.