31.8.05

Pájaro

Mientras ahorro para comprarme un helicóptero, me doy paseos con el Google Maps, una imagen por satélite (gratis) de todos los lugares del mundo. Uno ve su ciudad y su tejado y curiosea, o se ríe con el escalestrix del cruce de San Blas, que parece una manguera sin recoger, pero también descubre cuadros impactantes sin salir de casa.
En Teruel ciudad y alrededores, los huertos, los caminos y los edificios son intercambiables con los que se ve al aterrizar en casi cualquier aeropuerto: la razón cartesiana de los caballones y de las arboledas, sus colores feraces, las tiritas de plástico azul de las piscinas, todo eso es igual en todas partes. Pero en Teruel, sobre todo al este y al sur, en los campos yermos de la carretera de Valdecebro y en los terrenos blancos que se ven entre la vía férrea y el barrio de la Fuenfresca, uno disfruta de visiones como estudios de color, sin cintas grises que interrumpan los austeros pardos y los verdes apagados. Y más al sur, en los bancales de secano, de tierra color carne, un árbol parece un ombligo y un camino es una vieja cicatriz. Los cultivos parecen pintados al agua, como esas decoraciones de las vasijas en las que se transparentan las pinceladas, y los ribazos de terrazas parduscas que han ido creciendo entre las ondulaciones del terreno dibujan formas reblandecidas como los monotes que pintaban los surrealistas.
El que más me ha impresionado es un paraje, más allá del Ensanche, en aquellos baldíos con barrancos arañados a la arcilla y a la cal, que para sí lo quisieran los pintores del expresionismo abstracto. En pocos de esos cuadros pintados con el pincel del revés, violentos y desparramados, he visto la hermosura de estas tierras. Profundas heridas en carne viva, rebabas de sangre seca, fondos de paleta sucia, rugosidades como neuronas o como patas de reptiles monstruosos. Hay una fascinante coherencia estética en los tonos, como una gama de cerámicas antiguas: colores duros, sufridos, desleídos, y formas rotundas y muy vivas que por momentos hacen olvidar que vemos la superficie de la tierra como la vería un pájaro. Es como si le viésemos las entrañas.

Antonio Castellote

19.7.05

Excremento

Los vecinos del Ensanche de Teruel están muy alarmados por la proliferación de cagarrutas en la vía pública. Los ciudadanos han organizado reuniones y mesas redondas, asambleas, charlas coloquio y hasta ciclos de conferencias para tratar el tema.
Todas las iniciativas civilizadas son muy loables, pero yo tengo que echar aquí el viejo naipe del pesimismo. Mucho me temo que quienes no se paran ni a mirar dónde ha cagado su mascota seguirán haciéndolo, y como mucho disimularán cuando pase un guardia, y cuando los cojan in fraganti se defenderán acusando a cualquiera, o enarbolarán su derecho a ensuciar las calles porque también pagan impuestos, y si algún vecino, como se hacía antiguamente, se atreviese a censurar su actitud, estos individuos sacarían un jierro y llenarían el aire de blasfemias, amenazas y molinetes, o les achucharían al sabueso que hubieran sacado a mear, que suele ser tan torpe y violento como su dueño; y eso sucederá por más que, como pasa en las ciudades limpias, no haya un solo sitio desde el que el paseante no pueda ver una papelera, y aunque, como hacen otros ayuntamientos, el dueño de un perro tenga siempre a su alcance unas prácticas bolsitas, opacas y alargadas, que no se rompen ni se calan, para recoger con mimo, sin apretar, como se tocan los objetos delicados, las deposiciones de su perro.
Pero hay algo que no arreglan las bolsas de plástico. Da la impresión de que mucha gente estuviera perdiendo la vergüenza de ser estúpida o el complejo de ser bruta, como si creyesen que con su vida pagan sus destrozos, que les asiste el derecho a no pensar con la cabeza como compensación a una existencia que los decepciona. Pasan el tiempo imaginando recriminaciones a su incivismo, que ellos traducen en su cerebro enfermo como provocaciones para la pelea. Forman parte de una plaga de agresiva mala educación cuyo principio está en las inofensivas gualdas de los animalicos, pero sus dueños son los mismos que tiran las botellas rotas en el parque, y los que cuando van al monte se ríen de los guardias forestales y van a bañarse sin apagar el fuego.

14.7.05

Luto

Entre las interpretaciones que se hacen en España de cómo han reaccionado los ingleses ante el atentado de Londres, algunas muy pintorescas, me interesa la que se reduce a la manifestación del dolor y a la consternación general. Un amigo londinense me envió un correo el mismo día del atentado, y me dijo que le había impactado menos este atentado que el de Madrid. Lo achacaba a la lenta gradación de las informaciones, pero sobre todo a que se había cerciorado de inmediato de que ninguno de sus amigos iba a esas horas en esas líneas. Dicho de otro modo, el atentado de Madrid le descubrió un peligro nuevo, y recuerdo que en aquellas fechas hablamos bastante de lo que significaba para Europa, que era como sentir que el ameno parque donde paseamos por las tardes es parte de un campo de batalla donde pueden suceder tragedias espantosas. En el caso de Londres, meses después, no creo que se lo esperasen, por mucho que avisasen de que la seguridad absoluta era imposible (algo dramático de puro obvio), pero sí que, en cierto modo, lo tenían asumido, lo suficiente para no sufrir la horrorosa impresión que sufrimos en Madrid. La capacidad de acostumbramiento al horror es increíble.
Pero hay otra cuestión de carácter. Los meridionales expresamos nuestro dolor como si nos diese miedo el olvido, colaboramos en el luto para consolar a los que sufren y garantizarles que vamos a cultivar su memoria. Y nos parece una injusticia divina que los brazos y las mentes que hacen funcionar un país, la sangre que corre por el transporte público, mueran de manera tan absurda, asesinados a ciegas. Nos desesperamos de corazón, pero eso no nos da derecho a fiscalizar las lágrimas de los demás.
Los ingleses, por su parte, no creo que respondan al tópico de la ocultación del sentimiento (más bien sano pudor), sino que combaten el dolor librándose de él, por duro que pueda resultar a quien le haya tocado sufrirlo, y llevan a todos los ámbitos la racionalidad un poco cínica del individualismo que aquí sólo nos saltamos en momentos de desgracia. Sin embargo, de vuelta del funeral, aquí y allí, nadie conoce a nadie.

6.7.05

Toro

En las fiestas de San Roque, en Mirambel, a la costumbre de correr el toro por las calles se añadía en otros tiempos un epílogo curioso. El toro era conducido a la ermita del santo y allí se le obligaba a arrodillarse sobre una piedra que hay junto a un ventanuco. Era el toro del Amén, que es lo que decía el toro, en su lenguaje bovino, cuando, para obligarlo a arrodillarse, le retorcían los testículos. Después lo volvían a llevar a la plaza del pueblo y allí lo sacrificaban, supongo que de un hachazo en la testuz.
Digo que se hacía antiguamente y quizá no sea tan remoto, según he leído en el estupendo libro de Carolina Ibor y Diego Escolano sobre la música y la literatura populares en el Maestrazgo de Teruel. Adoro estos tratados etnográficos, la épica estremecedora que perfuma estudios como éste o como el que escribió Alexia Sanz sobre Ojos Negros, un libro muy recomendable para reprimir la tentación de la poesía barata.
Esos estudios nos enseñan que las descripciones objetivas de las fiestas son así de crudas. Las diputaciones provinciales deberían incluir en nómina a un antropólogo que redactase informes escrupulosamente fidedignos de las ceremonias taurinas, aunque sólo sea para contrastarlas con sus versiones pictóricas. Del toro de la Vaquilla, por ejemplo, siempre se pintan cuadros con un burel engallado, poderoso, como se lo puede ver cuando en la madrugada sale del toril, antes de correr hasta la Nevera y pasarse allí el resto del día en condiciones peculiares. Pero ese morlaco amenazador, a veces, no tiene nada que ver con el toro acobardado entre la multitud sin miedo, ni con el chiquero rodante que nos ahorra ver a algunos animales a rastras y con las patas ensangrentadas.
No queda nada bien que un antropólogo constate la maceración a fuego lento que debilita a las reses, pero sí que describa cómo algunas fiestas populares siguen centrando sus ritos en la atracción por el peligro real, no adulterado ni minimizado, y la admiración por la gallardía de los brazos que manejan a la bestia. Un poco más o menos lo que necesita la fiesta de los toros para no ser un fraude de lesa mitología.

Bernardinas

"Son unas razones que ni atan ni desatan, y no significando nada. Pretende el que las dize, con su disimulación, engañar a los que le están oyendo. Pienso tuvo su origen de algún mentecapto llamado Bernardino, que razonando dezía muchas cosas sin que una se atasse con otra"

Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española
En este blog encontrarás las columnas que publico semanalmente en el Diario de Teruel, así como la novela en curso Fabricación Británica, que empezó a escribirse el 1 de julio, y deber ser terminada el día 31.

29.6.05

Cartel

Cartel

El nuevo cartel de fiestas de La Vaquilla está muy bien, como siempre. Es correcto, peregrino y significativo. El cuerno, el rojo, la estrella mudéjar. Muy bien, igual de muy bien que últimamente. Todos estamos convencidos de que los expertos en cartelismo que han formado parte del jurado eligieron la mejor opción. Muy bueno el juego de letras, con ese toque tan aragonés de la palabra ‘angel’. Porque no son las ‘fiestas del ángel’ sino las ‘fiestas del angel’, con acento en la e, igual que algunos pronuncian ‘Zaragozá’, recalcando las esencias de la tierra. Que nadie piense que es una falta de ortografía cualquiera. No es como si dijese ‘fiestas del hánjel’, por ejemplo. Nada de eso. Es un toque de modernidad, que quizás habría resaltado más si el autor hubiera escrito ‘fiestás del angel’, de un aragonesismo ya sin paliativos.
La ortografía está para que la usemos. Han pasado ya los años en que uno presentaba un escrito en el Ayuntamiento y le daba cierto pudor haber cometido alguna falta, no le fuesen a tomar por analfabeto, que era lo peor. Atrás quedaron los tiempos en que las cartas de amor estaban salpicadas de faltas como lágrimas: “Te hecho de menos”, “no puedo bibir sin tú”, etc., etc. Leías una de esas cartas y se te partía el corazón. Y no es para tanto. Ya dijo García Márquez, en el congreso de Cartagena de Indias (o en otro, no sé), que había que desterrar las haches rupestres, todas, y dejar al usuario libertad para silbar su propia melodía, es decir, usar los acentos como le diese la gana.
En Teruel eso antes se respetaba mucho. En Monreal del Campo, hasta hace cuatro días, presumían de que no había nadie en el pueblo que cometiese faltas, y de que todos practicaban una caligrafía excelente, a pesar de las vueltas que hubiese dado la vida. Ahora ya no, ni en Monreal ni en ninguna parte. A los escolares les importa un bledo, sus mayores casi se sienten orgullosos de escribir como se tercie, y de la jerga libérrima de los mensajes electrónicos ya no merece la pena irritarse. No podemos censurarlos: si esa gente no escribiese así, no escribiría de ninguna manera. Algo es algo.

9.6.05

Marihuana

Vivimos en una sociedad donde las personas que, en opinión de los facultativos, no deberían tener acceso a los narcóticos gozan aparentemente de un ilimitado acceso (ilegal) a ellos, mientras las personas que, en opinión de los facultativos, sufren la necesidad más urgente de narcóticos tienen escaso o nulo acceso". Esto lo escribió el psiquiatra Thomas Szasz hace trece años, y esta semana hemos sabido que en Estados Unidos ha sido declarado ilegal el uso de la marihuana por motivos terapéuticos, es decir, que quien quiera consumirla puede acercarse con disimulo al camello más próximo, pero si uno está hospitalizado y necesita calmar los desagradables efectos secundarios de la terapia tiene que aguantarse o recurrir a productos químicos.

Thomas Szasz, aunque no lo parezca, es un liberal ortodoxo: todos nacemos con las mismas oportunidades y asumimos los mismos riesgos. Los planes de demolición de la seguridad social norteamericana son un ejemplo muy claro y sencillo. La pavorosa barra libre de armas decretada en Florida es otro caso muy transparente. Lo lógico, en pura lógica liberal, sería entonces que el acceso de estos enfermos a las drogas fuese libre: opción libre con riesgo libre, como en todo lo demás.
Pero de pronto –lobbies farmacéuticos aparte– aparece la moral, la decisión caprichosa sobre el derecho de un individuo a su propio cuerpo, una actitud rigurosamente antiliberal y antiprogresista. Una actitud, en cambio, rigurosamente conservadora: usted, parecen decirle, es el más libre del planeta pero hay determinadas cosas que a mí no me da la gana que haga; no puede calmar su malestar con marihuana, y no porque esté contraindicado por los médicos que tratan de curarle, que no lo está, sino porque a mí no me da la gana. Ese debe de ser el argumento: uno puede ponerse hasta las cachas de orfidales pero si se fuma un porro lo meten en la cárcel; puede beberse hasta el agua del florero y agarrar unas pítimas escandalosas pero si reúne un poco de marihuana porque piensa que sufrir no es obligatorio lo pueden empapelar en nombre de la libertad.

9.4.05

Aladro

Este fin de semana, si no hay más dilaciones, se celebrará por fin en Alcañiz el campeonato provincial de arada. Los aficionados ya se frotan las manos porque se supone que habrá de competir el piloto local, Luis Egea, que ganó el año pasado en Sariñena el título nacional de mejor arador joven. Se comenta, sin embargo, que ni los potentes cultros Kverneland ni el duelo de escuderías entre Fergusson y Deere son reclamo suficiente para el público, y eso que siempre es muy entretenido ver a la gente trabajar, pero la poderosa pedorrera de los tractores no emociona tanto al público dominguero como los jóvenes que arrean a las bestias con la tralla. En esas otras competiciones con tracción de sangre, las rejas se embarbascan de raíces y hay que usar la béstola para limpiarlas, y eso añade incertidumbre al duelo. La pericia moderna de los tractoristas seduce menos que los membrudos ancones de los mulos cuando estallan en el aire las blasfemias. Es más bella la mano en la esteva que al volante, más hermosos los dentales de madera que el timón de acero, qué le vamos a hacer.
Las palabras raras son más bellas si están en la memoria colectiva que si proceden de un manual de maquinaria. Con un tractor Kubota no les puedes decir a los turistas que el concurso es una tradición tan antigua como el tiro y arrastre valenciano, cuando en efecto lo es, y Luis Egea en el bancal es como los robustos serranos de Góngora, que compiten por que al año que viene “de un rubio mar de espigas, inunde liberal la tierra dura”, por más que ya no domen estos mozos olmos tiernos con que armar la cama del aladro, como recomienda Virgilio, ni dominen el idioma de las yuntas.
Ojalá Luis Egea pudiera ir al campeonato del mundo que se celebrará en setiembre en Praga, pero como reclamo del concurso serio va a haber que usar a este paso alguna de esas otras ceremonias etnográficas que gustan tanto a los profanos. Total, basta con que hagas dos años seguidos la misma fiesta para que se convierta en un rito de toda la vida, y de paso el público se aficione a los deportes de la tierra.
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