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21.1.20

Neptuno pone orden


Eneida, I, 131-156

   Al Euro y al Zéfiro convoca, y les dice:
«¿Tanta es la confianza que inspira vuestra estirpe?
¿Ya os atrevéis, vientos, sin mi consentimiento,
a mezclar cielo y tierra y alzar tamañas moles?
¡Os voy a…! Pero más vale calmar la marejada.
Después me pagaréis con castigo ejemplar.
Huid sin más demora, y a vuestro rey decidle
que no le cayó en suerte a él sino a mí
el imperio del mar y el furioso tridente.
Son suyos los enormes riscos: tu casa, Euro.
Que ostente el mando Eolo en aquellos palacios, 
que reine en la cárcel cerrada de los vientos.»
   Así habla, y más rápido aún que sus palabras
aguas hinchadas aplaca, nubes amontonadas
ahuyenta, y de nuevo deja salir al sol.
A un tiempo Cinotoe y Tritón desencallan
las naves, de afilados escollos las arrancan;
él mismo alza el tridente, y deja al descubierto
los extensos bajíos, y sosiega las aguas,
y con ruedas livianas recorre deslizándose
las crestas de las olas. E igual que muchas veces
sucede en un gran pueblo que estalla una algarada
y se encienden los ánimos del vulgo despreciable,
vuelan teas y piedras, armas pone la furia;
si acaso entonces ven a un hombre de respeto 
por mérito y virtud, callan y se detienen 
atentos a escucharle, y él, con sus palabras,
acaudilla los ánimos, calma los corazones:
así se apagó todo el fragor de las aguas
enseguida que el padre, tendiendo la mirada
por encima del mar bajo el cielo sereno, 
arrea los corceles y con ellos se lanza
y a rienda suelta vuela en su carro veloz.

8.12.16

La ruina del cielo


Eneida, I, 92-130

Ya los miembros de Eneas el frío desmadeja,
gime y tendiendo ambas manos a las estrellas
a voces así clama: ‘¡Oh mil veces dichosos
aquellos que tuvieron la suerte de morir
delante de sus padres, al pie de las murallas
altísimas de Troya! ¡Oh hijo de Tideo,
el más fuerte de toda la estirpe de los Dánaos!
¿Por qué no sucumbí en los campos de Ilión
y mi alma entregué bajo tu diestra mano,
allí donde abatido por la lanza de Aquiles
el feroz Héctor yace, allí donde el coloso
Sarpedón, donde el Símois arrastra en su oleaje
tantos cascos y escudos y cuerpos de guerreros?’
   Dijo, y la tempestad, el estruendoso empuje
del viento Aquilón hiere las velas por el frente
y levanta las aguas al cielo estrellado.
Los remos se quebrantan, gira entonces la proa
y a un golpe de mar ofrece su costado,
violenta se desploma la montaña de agua.
Colgando quedan unos arriba de las olas;
a otros, abriéndose las aguas les descubren
la tierra entre la mar, y en turbiones de arena
ruge la marejada. Tres naves el Noto
arroja a los escollos ocultos en las aguas
(Aras a estas rocas los ítalos las llaman
cresta descomunal en lo alto del mar).
A otras tres las lanza el Euro desde arriba
a sirtes y bajíos, qué lastima da verlos,
y en vados las encalla, rodeadas de arena.
Ante sus propios ojos, tremendo maretazo
golpea en la popa la nave que llevaba
a su leal Oronte y los guerreros Licios.
El golpe arroja al agua al piloto de cabeza,
mas tres veces las olas dan la vuelta a la nave
y raudo el torbellino se la traga en el mar:
se ve en el vasto piélago unos pocos nadando,
las armas de los hombres en las olas, las tablas,
el tesoro de Troya. Derrota el temporal
de Ilioneo la sólida nave y del fuerte Acates
y las que montan Abas y el anciano Aletes.
Por las flojas junturas de los flancos reciben
la borrasca enemiga y se abren las grietas. 
   Mientras, Neptuno siente, por el grande murmullo
que el mar anda revuelto, galerna desatada,
y surgen aguas quietas de los lechos profundos.
Gravemente enojado, oteando asoma
su cabeza serena encima de las olas.
Ve la armada de Eneas esparcida en el mar,
ve las naves troyanas, presas de la tormenta,
y la ruina del cielo. Ocultos no quedaron
a su hermano la ira de Juno ni el engaño.

30.8.14

El cebo


Eneida, I, 64-91

[Juno pide ayuda a Eolo]

   Ante él, entre súplicas, Juno estas palabras
le dirige: ‘Eolo, ya que a ti te otorgó
el padre de los dioses y rey de los humanos
las olas amansar y alzarlas con el viento,
un pueblo, mi enemigo, por aguas del Tirreno
navega y va llevando a Troya y sus Penates
vencidos hasta Italia: infunde al viento fuerza
y hunde sus navíos bajo el agua, o bien
dispérsalos y esparce sus cuerpos por el mar.
Catorce ninfas tengo de cuerpo primoroso,
te daré a la más bella de todas, Deiopea,
en estable connubio, y será solo tuya,
que siempre esté contigo, en pago a tus mercedes,
y de una hermosa prole pueda hacerte padre’.
   Eolo respondió así: ‘A ti, oh reina,
te cumple averiguar qué es lo que deseas,
y a mí, como es de ley, obedecer tus órdenes.
Tú me has dado este reino, lo que quiera que sea,
tú el cetro y el favor de Júpiter concedes,
tú haces que me siente a la mesa de los dioses,
y me das poder sobre nubes y tempestades.’
Tras decir esto, echa a un lado el monte hueco
con la punta del cetro: y los vientos, entonces,
en escuadrón de ataque, por las puertas abiertas
irrumpen y en la tierra levantan remolinos.
Se lanzan sobre el mar, y todos a la vez,
el Euro y el Noto y el tormentoso Ábrego,
entero lo revuelven desde su honda entraña
y vuelcan en las playas tremendos oleajes.
Sigue un clamor de hombres y un crujir de jarcias
De los ojos troyanos las nubes arrebatan
de pronto cielo y día; negra noche se tiende
por encima del mar. Atruenan los polos,
iluminan el cielo relámpagos constantes,
y todo es amenaza de una muerte segura.

29.8.14

Ejercicios espirituales



Eneida, I, 1-63

[Proemio]

   A las armas yo canto y al hombre que primero
alcanzó en su destierro, por orden del destino,
desde Troya hasta Italia y las costas Lavinias,
y arrojado por tierra y por mar muchas penas
arrostró por la fuerza de un alto designio,
la ira rencorosa de la rabiosa Juno;
y en la guerra también padeció muchos males,
hasta que la ciudad fundara y trasladase
al Lacio sus Penates, donde tienen su origen
la estirpe latina y los padres albanos,
y también las murallas de la grandiosa Roma.
   Dime, Musa, las causas, qué ley fue quebrantada,
por qué resentimiento la reina de los dioses
tantas calamidades obligó a soportar,
tantos riesgos correr a un hombre afamado
por su piedad divina. ¿Tanta es la crueldad
que albergan en su seno las almas celestiales?

[Juno persigue a los Troyanos]

    Hubo desde antiguo una ciudad, Cartago,
de colonos de Tiro, enfrente de Italia
y lejos de las bocas del Tíber, opulenta
y en afanes de guerra la más brava de todas;
entre todas es fama que Juno la escogió
por encima de Samos; allí tuvo sus armas,
allí tuvo su carro; ya entonces pretendía
con esfuerzo y cuidado que fuera este reino,
si los hados quisiesen, señor de las naciones.
Pero había escuchado que de sangre troyana
procedía una estirpe que a su tiempo iba a ser
los baluartes de Tiro capaz de derribar;
de aquí vendría un pueblo, rey de amplios dominios,
soberbio en la guerra, para ruina de Libia.
Así le daban vueltas las Parcas al destino.
   La hija de Saturno, temiendo tal presagio,
de una antigua guerra se acordaba, en Troya,
cuando fue la primera en obrar a favor
de sus queridos griegos. No se habían aún
borrado de su mente las causas de la cólera
ni el crudo dolor: profundamente queda
grabado aquel juicio de Paris, el injusto
desprecio a su belleza, el odio a esa raza,
el premio a Ganimedes, mancebo secuestrado.
Por causas como estas aún más encendida,
muy lejos mantenía del Lacio a los troyanos,
arrojados al mar por toda su llanura,
reliquias de los dánaos, del iracundo Aquiles,
y siguieron vagando durante muchos años,
en manos del destino, por todo el ancho mar.
¡Tanto costó fundar el linaje de Roma!
   Apenas a la vista la costa de Sicilia,
alegres mar adentro las velas desplegaban,
y espumas de sal surcaba el tajamar,
cuando Juno, que siempre abierta una herida
conserva en su interior, así hablaba consigo:
 ‘¿Tendré que desistir, vencida en mis proyectos,
y no apartar de Italia al rey de los troyanos?
Los hados me lo impiden. ¿Es que no pudo Palas
quemar la flota argiva y hundirlos en el ponto,
por culpa de uno solo y la loca codicia
de Áyax el Oileo? Ella, desde las nubes,
de Jove lanzó el rayo, desbarató las naves,
encrespó con los vientos la planicie del mar,
pero a él, que de dentro las llamas le salían,
el pecho traspasado, lo arracó en un turbión
y lo clavó en el canto de un peñasco agudo.
¡Y yo, que me presento cual reina de los dioses
y hermana soy de Júpiter y esposa, tantos años
contra un solo pueblo haciendo estoy la guerra!
¿Y ahora quién dará culto al numen de Juno
o le hará rogativas y ofrendas en su altar?’
   Atizando así las brasas de su alma
la diosa fue hasta Eolia, la patria de las nubes,
lugares cuajados de furos vendavales.
Allí en un antro enorme el rey Eolo
los vientos aguerridos, las broncas tempestades
con mano firme rige y atados con cadenas
refrena en su prisión. Ellos braman furiosos
y en torno a su encierro retumba la montaña;
Eolo está sentado en su alta fortaleza,
empuñando su cetro, y ablanda los ánimos
y templa los enojos. Que si no lo hiciera,
con el mar y la tierra y el cielo profundo,
rápidos, seguramente, habrían de arramblar
con todos y barrerlos por los aires. En cambio,
el padre omnipotente, del riesgo receloso,
los encerró en negras cavernas y les puso
por encima de ellos la mole de altos montes,
y les dio un rey que, sus órdenes cumpliendo,
supiese atarlos corto, y darles rienda suelta. 
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