26.2.09

Juego


Entre las agradables sorpresas que nos ha deparado la ampliación del Museo del Prado destaca el hecho de que por fin los siglos XIX y XX se ven obligados a codearse con el arte de siempre. Francis Bacon, por ejemplo, había sido hasta ahora carne (nunca mejor dicho) de museo de arte contemporáneo, protegido siempre por esa estética del mal rollo que atravesó el siglo XX como una aguja sin desinfectar. Ahora Bacon no tiene al lado los rigores vanguardistas entre los que destacaba por una simple cuestión de oficio. Ahora su competencia es mucho más dura. Nada más salir de una sala llena de grandes cuadros morbosos, sádicos, el paseante se da de bruces con la Venus de Medici, con sátiros que bailan y cabezas de mármol bruñido detenidas en lo más profundo de su gloria. Sales de esa orgía de la reinterpretación y del refrito, de esa exhibición de angustias fingidas, protocolarias, de esos códigos de conducta torturada que tan bien quedaban en las salas de subasta, y te metes a una cámara de silencio en la que los cuerpos llaman a ser tocados y auscultados y las tres dimensiones hacen trizas la imagen tópica ideal de las fotografías. De ideal nada. Esos cuerpos están vivos, llenos de purezas e impurezas, de ilusiones y resentimientos. Esa Venus pensativa cuyos pliegues endulzan la descarnada humanidad de la figura está infinitamente más cerca de nosotros que las chuletas de ser humano en las que Bacon se rebozaba con delectación de diletante con alguna perversión freudiana. En el caso de Bacon, es llamativo constatar cómo, además, siempre se le pidió eso, y que cuando tuvo algún somero rapto de apertura, alguna tentación de pintar al hombre y no sus despojos, los críticos se le tiraron al cuello porque había violado la sagrada norma del pesimismo bursátil. "Reflexivo", decían ellos.
Nunca había pensado así de Bacon. Ni lo habría pensado con esta crudeza (un reflejo de la suya, en todo caso) si sus cuadros hubieran sido expuestos en salas beuys del Reina Sofía, entre una escombrera de pinturas matéricas y esa desesperación por huir del placer que en el fondo yo creo que va a ser la que quede del siglo XX. Hace veinte años, todo lo que fuera perturbador y repulsivo llevaba colgando la etiqueta crítica de lo admisible. De pronto esa Venus gloriosamente desnuda (y mutilada) es un grito más desgarrador, más limpio y menos endogámico que las ideas horrorosamente simples del artista del siglo XX, siempre obsesionado con ser el último. Con cada nueva exposición, estos artistas, con el subidón del triunfo, soñaban con un paisaje artístico devastado. Los pones junto a una máscara del siglo I y queda claro que sólo estaban jugueteando.

Balneario

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He leído que en Los Baños van a plantar un campo de pitch and putt, que es como un golf para tiempos de crisis, o para deportistas con hernia. El nombre del deporte no es muy afortunado que digamos. Es perfecto para un club de carretera, pero no para un antiguo balneario. A ver qué joven dama va a tomar las aguas con sus gasas vaporosas a un lugar donde se practica el pitch and putt. Otra cosa es que al lado pongan un centro comercial, claro. Los golpes del pitch and putt (que, al ser un golf reducido, tampoco pueden ser pelotazos de largo alcance) estarían entonces más a tono.
En fin, otra ruina que se nos va. Esta ya se fue hace tiempo. Se fue con las mesas de camping y los Seat 600, allí se quedaron las paredes desdentadas y las libélulas que sobrevolaban el estanque. Y por allí se quedó, antes, la estación del tren minero, que hace dos años yo borré del mapa por motivos poéticos, una vez que las obras ya la habían borrado por motivos urbanísticos. Tuvieron mala suerte estos baños, cuando se dejaron pudrir a medida que sus aguas se contaminaban y cuando, tiempo después, en la era del Aleph, resulta dificilísimo encontrar vestigios del edificio entero, de las épocas en que los balnearios eran como catedrales epicúreas, los vahos resbalaban sobre azulejos historiados y los cuerpos languidecían junto a las estatuas griegas. Antes de la guerra las familias se trasladaban a estos baños a pasar meses enteros: los criados preparaban la intendencia en las cocinas, todos los días una orquesta amenizaba los crepúsculos, los bañistas tomaban sales minerales en veladores de mármol con búcaro azul.
Ahora, por el sesudo informe técnico que vi publicado (una de esas informaciones abrumadoras que se tapan con su propia encarnadura, todo lleno de siglas inversoras y de números redondos), la cosa no huele mucho a un mundo de toallas perfumadas sino a los acaloros del pitch and putt. Y no es que sea culpa de los tiempos, porque la estrategia golfista ya nos parece cosa de otra época. Las grandes operaciones urbanísticas en lugares históricos so capa de un anciano con pantalones de cuadros nos resultan ya más antiguas que las Termas de Caracalla. Estamos seguros de que en los campos de pitch and putt nunca crecerán los cardos y el centro comercial será un gran hito de la arquitectura termal, tan exquisita, y no una grande superficie de secano.
Diario de Teruel, 26 de febrero de 2009

17.2.09

Alwin Kuhn

Antes los libros de ciencia estaban escritos de otra manera. Acaba de aparecer la primera traducción al castellano de Der hocharagonesische Dialekt, El dialecto altoaragonés, de Alwin Kuhn, cuya versión original data de 1935. Este “mito por excelencia de la bibliografía sobre el aragonés”, en palabras de los traductores, es accesible ahora en esta cuidadísima edición de José Antonio Saura y Xavier Frías que publica Xordica.
Cualquier interesado en la lengua aragonesa sabe de qué libro se trata y su condición de imprescindible, pero a mí me interesaba copiar aquí los dos primeros párrafos de la introducción, un modelo de precisión entre tacítea y ferlosiana.

El objetivo del presente estudio atiende a la investigación lingüística del ángulo noroccidental aragonés, que, flanqueado al oeste por el vasco, al norte por el persistente bearnés, difuminándose al este por tierras de Sobrarbe y Ribagorza en los dialectos mixtos y de transición con el catalán, y presionando finalmente al sur por la poderosa avalancha del castellano, está claro que lleva aún hoy aquí y allá una robusta vida propia en sus altos valles, pero, en general, lucha a duras penas por una existencia cuya última fase –como sucede con más de un viejo dialecto- vemos expirar ante nosotros.
Esta investigación, además de constatar la vitalidad actual del viejo idioma aragonés –aspecto en sí mismo interesante-, debe mostrar las imbricaciones y afinidades de carácter étnico, cultural y lingüístico que vienen operando aquí desde época remota, debe vincular de modo aún más exclusivo el catalán –una vez más- a la Iberorromania, debe hacernos patente la íntima conexión que desde el punto de vista fonético, morfológico y sintáctico enlaza el suroeste francés, la antigua Aquitania Íbera, con el norte de Iberorromania, en particular con su territorio nuclear y espina dorsal, la cordillera pirenaica, que hoy como antaño sirve de refugio en toda su extensión a los pueblos de la Península, a las antiguas costumbres y a la antigua lengua, en la lucha por su supervivencia, ahora frente al ímpetu nivelador de la civilización propagada por la autoridad estatal, así como de la indumentaria, los usos y la lengua ajenos que penetran en masa con ella.


Al Diario de Teruel, a propósito de la buena nueva, he enviado la siguiente columna:

Kuhn

Un día me metí un poco con los miembros de la Academia del Aragonés, y es una de las pocas veces, una de las dos o tres contadas veces en que luego he recibido reproches y reconvenciones, generalmente corteses aunque airadas. Fue a raíz de que el filólogo José Antonio Saura pusiera en solfa su legitimidad en un artículo que dejó huella. A partir de entonces me quedó bastante claro que el aragonés tiene casi tantos defensores como agitadores, más unos pocos espectadores.
Unos y otros han recibido ahora una excelente noticia de la que desde aquí me congratulo. Acaba de aparecer, publicado por Xordica, el más famoso estudio de conjunto del aragonés escrito nunca, El dialecto altoaragonés, obra de Alwin Kuhn, publicada en alemán en 1936 y que hasta ahora no se había traducido al castellano. Se habían fundado academias pero no se había traducido al castellano.
Kuhn insiste repetidas veces en estudiar al aragonés dentro de la Romania occidental. Hasta la publicación de este libro, los mapas lingüísticos saltaban del catalán al castellano sin solución de continuidad. Kuhn se ocupó de ordenar los vestigios, de auscultar su presencia real, y le buscó el rastro a ese “latín popular, innovador, más vulgar y diferente del propagado por las clases cultas de Andalucía”, desde su nacimiento bajo un puente romano hasta que perdió la batalla de las lenguas, y desde ahí hasta el mismo día en que Alwin Kuhn, subido en un burro, anotó un ingente material lingüístico como aquel que clasifica especies a punto de desaparecer.
Es una obra de ciencia sin concesiones, desde luego, pero está escrita como se escribían antes los tratados, con esa extrema precisión que se vale de todos los recursos del gran estilo, que mantiene la tersura y la elegancia sin escamotear su carácter exhaustivo, y por supuesto sin un gramo de propaganda. Para un espectador aficionado como yo, cualquier capítulo está plagado de fenómenos interesantes, y la lectura de su resumen de historia lingüística resulta una espléndida descripción de lo que la lengua aragonesa exactamente es. A partir de este libro, a partir de los libros que se siguen escribiendo con esta misma rigurosidad, se van montando luego las academias. Por cierto, la traducción es de José Antonio Saura y Xavier Frías. No lo había mencionado.

15.2.09

Peste de amor

La recreación teatral de la leyenda de los Amantes ha ido nutriéndose de las épocas y los estilos. Ha imaginado exotismos históricos para la ausencia de Diego y parlamentos clásicos para los momentos de más dramatismo. Hay, sin embargo, unos pocos detalles intocables, sobre todo uno, el hecho de que la muerte fuera causada por el sentimiento y por ninguna otra enfermedad o herida. La causa mortal de ambos es el disgusto, en el caso de él una desesperación que en ningún momento atiende a la rueda de la fortuna y al futuro que les queda, a confiar en su juventud y en el amor de Isabel, si es cierto que el amor lo vence todo.
La actitud dramática de Isabel es más fácil de justificar. No hay futuro en un cadáver. Eruditos de diversas épocas se han afanado en probar que morirse así es científicamente posible, pero no hacía falta que se hubiesen molestado. Es verosímil, y con eso basta. Isabel muere acosada por las Erinias vengadoras, que devoran el alma de los arrepentidos. Es la tradición, el respeto, su nulo derecho a decidir, la obligación de ser celosa en extremo con los plazos, la incapacidad romántica de escapar por la ventana, esa contención tan realista de la mujer que guarda un secreto como quien esconde una infección. La tragedia de Isabel la lleva a enceguecer, trastornarse y arrepentirse, que es lo que hacen todas las heroínas trágicas, en un plazo angustiosamente breve. Pero después de tanto reprimirse, todo sucede con cierta naturalidad, y su momento cumbre, su monólogo desgarrador debe ser siempre el de los momentos previos a presentarse en el velatorio vestida de negro.
El papel de Diego es más complejo. En él la muerte por amor no acaba de quedarme clara. Falla el poder evitarlo. Falla la posibilidad de sustraerse a la tragedia. Tal y como están las cosas, Diego no muere solo por amor sino por su carácter impaciente y asaz posesivo. Podría haber sido de otra manera (más cauto, más astuto, más sanguinario, más bondadoso y más cruel) y la tragedia no habría sido entonces tragedia. Se podía evitar, y las tragedias son tragedias porque no se pueden evitar. Para solucionarlo, Tomás Bretón hizo que Diego matara al marido de Isabel y después se suicidase, aunque lo más común, desde Juan Pérez de Montalbán hasta Hartzembush, dos siglos después, es que apareciese la otra (Elena, Zulima), según el modelo del Tristán e Isolda que sin embargo aquí no funciona tan bien, ni tampoco es posible.
Hace diez o quince años circuló por los ambientes teatrales de la ciudad una adaptación que se tomaba en serio este problema. Creo que es la única versión que he leído en la que la muerte de Diego también es inevitable. Y es curioso porque se consigue buscándole una causa real a esa muerte, y el efecto es que ya no importa que Diego sea más o menos astuto. No hay nada que hacer. Diego ha contraído la peste en sus años de viaje. Es un Ulises que llega tocado. O bien la contrae al llegar, no recuerdo bien. El caso es que, consciente o no, camina hacia la muerte que le espera.
La idea era demasiado audaz para las restricciones de la leyenda, pero creo que bastante útil y respetuosa con los cánones de la tragedia. Con apañar unos versos de Lucrecio habría bastado. El amor es la peste, Diego se contagia de amor, los miembros se le contraen y una sed infinita devora su alma, el mundo se derrumba en su cerebro y no quedan estímulos para que el corazón le funcione. Lo trágico es que sea el cuerpo, no el alma, el que reaccione así. Si hacemos a Diego consciente, le añadimos el drama de ser discutible.

12.2.09

Voz

Si por algo me gustó la presentación del Kindle 2, el nuevo modelo de libro electrónico de Amazon, fue porque corrió a cargo de alguien de tan poco remilgo como Stephen King y porque al día siguiente ya se había generado una nueva paradoja de la que intenta sacar tajada el sindicato de la propiedad intelectual.
Resulta que este chisme puede leer en voz alta lo que está escrito, no sé si con voz neutra de gasolinera o con la voz modulada y quebradiza de los locutores buenos. No sé si será un programa que lea o una grabación incorporada, ni si hay un programa que pueda codificar el arte de leer en público. En el primer caso, el del lector sin alma de los anuncios de la Renfe, podríamos leer buena parte del realismo cutre y del Boletín Oficial, amén de los prospectos para medicinas, pero me temo que las fábulas de Góngora iban a quedar un poco sosas. Y el segundo caso ya lleva décadas inventado.
El problema legal (la tajada que se olfatea) consiste en que hay quien está empeñado en demostrar que leer una obra literaria en voz alta es un uso indebido de los derechos de autor. Algo que, de funcionar bien, es decir, de no ser leído por un fantasma con hipo sino según las complejas modulaciones que nos hacen entenderlo todo, sería extraordinariamente regenerativo, y no porque permitiría leer cualquier cosa con los ojos cerrados, que eso ha ocurrido siempre, sino sobre todo porque dejarían de pasar por grandes obras todas aquellas que no se entienden cuando las escuchas leídas por otro. La cantidad de broza que hay que quitar para que algo se entienda de viva voz sin torturar la atención del oyente iba a dejar nuestras librerías la mar de descongestionadas.
De todas formas, el libro sigue siendo un objeto perfecto. Hace poco le hice caso al plasta de Muñoz Molina y me puse a leer el Diario de un naturalista de Charles Darwin. Es un libro de ciencia cuya bellísima prosa lleva la voz incorporada. De inmediato se te instala en el cerebro un venerable científico que te susurra los secretos de la tierra y que, al contrario de los locutores del La 2, no te produce una plácida siesta sino que te teletransporta. Igual que hay poemas que no sufren con las traducciones, hay libros como este que pueden hasta con la voz sintética de un muerto. Sus letras están vivas. No hace falta pronunciarlas en voz alta para que se adapten a cualquier oído.

Diario de Teruel, 11 de febrero de 2009

7.2.09

Galdós, Miau


Ya es casi un tópico literario decir que Galdós no quedó satisfecho con esta novela pero que sus contemporáneos la saludaron como una de sus mejores piezas. Es difícil escribir algo después de Fortunata y Jacinta y quedar contento, a no ser que se pretenda un refrigerio, una obra menor, que no es el caso. Miau es de la talla de novelas como La desheredada o El doctor centeno, es decir, la crónica de un derrumbamiento, de una locura provocada a partes iguales por la ingenuidad y por la claridad de ideas. Lo que no está claro aquí (y en las otras dos novelas sí lo estaba) es si Villaamil es o no el héroe absoluto. Villaamil tiene un destino literario paralelo a su destino vital. El mundo lo desprecia, pero resulta que el lector se siente también inclinado a despreciarlo en favor de otros personajes que lo acompañan como reprimiendo su condición protagonista. Es como si todos hubiesen rebajado sus pretensiones dramáticas para que el pobre Villaamil luciera más. Villaamil nos produce lástima, que es lo peor que puede producir un héroe. Ni Alejandro Miquis ni Isidora Rufete nos la producían, si partimos de la base de que no es lo mismo la lástima que el compadecimiento. La lástima se funda en el desprecio, y el compadecimiento en la comprensión profunda. En el fondo despreciamos a ese iluso (con las citas pertinentes del Quijote) que quiere introducir el income tax y todos se le ríen, que busca cita con el ministro y todos se lo espolsan. Este fracaso de hombre se sostiene por su bondad, y por una clarividencia que sólo aplica a los asientos contables (como Feijoo, por cierto) pero no a la vida real. Villaamil podría redimirse literariamente de su sórdida condición vital, gastar mejor humor y no exhibir ese tormento permanente, ese mal (tan español, por otra parte) de considerar que el destino es uno y nada más que uno, y que si te echan de la oficina es imposible buscarse la vida en otra parte. El precio de desnudar un lamentable rasgo social es cargarse la altura del personaje. Habríamos disfrutado más de alguien capaz de burlarse del destino como Víctor Cadalso, un secundario que merecía muchas más páginas de las que tiene.
Este caso es peculiar. Víctor Cadalso es un gran personaje porque se rebela dentro del destino de niño perdis que le ha deparado Galdós y se revela como un tío listo, pero no un criminal. Cualquiera se casa con una loca como Abelarda. Al principio creemos que además es un sablista, pero aquí Galdós está magnífico: no es un gorrón sino todo lo contrario: el método que tienen las mujeres de la familia para llegar a fin de mes. Podemos juzgarlo moralmente, pero el juicio vital es mucho más evidente porque se trata de un tipo que sí sabe torear con la Administración. Por momentos llega a parecernos el único cuerdo de toda la novela. A pesar de que al final Galdós trata de exhibir su condición desalmada cuando lleva a su hijo con la tía Quintina, la verdad es que tampoco nos parece tan monstruoso. El mundo de las miaus tampoco es ninguna bicoca.
Este Víctor Cadalso es de la estirpe de los personajes positivos, una mezcla de la tradición alegre y desprendida de los Miquis, del amor a la vida galante de José María Bueno de Guzmán; no es tan cabrón como Juanito Santacruz, ni tan irresponsable, ni tan estúpido, pero tampoco tan previsor como Augusto Miquis. Es un tipo que lo ha entendido. Se casó con la madre del niño Luis, hija del pobre Villaamil y hermana de la loca de Abelarda. En esa locura genética falta la esposa muerta, hierven los rencores por haber rehecho su existencia, la hermana de la muerta está secretamente enamorada de su cuñado. En fin, en ese potaje folletinesco Víctor exhibe cierta sanidad mental. Las mujeres de la casa solo piensan en ir al paraíso del teatro, el cabeza de familia es un pobre hombre que no acaba de cobrar la pensión, y al niño le dan vahídos por la calle y en sus ausencias ve a Dios.
El niño. Hay algo mortuorio en ese niño. Galdós lo sabe. El niño, medio ángel, medio mártir, se nos anuncia como una muerte patética, como son en las novelas las muertes de los niños, un poco para compensar ese cansino vía crucis de Villaamil que de vez en cuando se enreda un poco demasiado en sus delirios de papel de oficio. Galdós procede por manchas de color, y eso se percibe muy bien leyendo el esbozo de cuarenta páginas que precedió a la redacción definitiva. Las manchas de ácaros y covachuelas tiñen de gris la novela, y la imagen un poco límbica del niño le da una cierta palidez. En casa de las miaus sólo se percibe mugre, roña emocional. Da la sensación de que el único que se muda todos los días es Víctor Cadalso.
La objeción que yo me imagino se hacía Galdós debe de venir de que no confió desde el principio en que Villaamil pudiera sostener él solo la novela como la sostiene Alejandro Miquis en El doctor Centeno. Sembró a su alrededor dos o tres personajes secundarios y un coro de figurantes como el de la oficina (cómo me recuerda a la oficina de Valle-Inclán) o como el Ponce, el pretendiente de Abelarda, la buena estúpida persona. Pero a esos tres secundarios (el niño, Víctor y Abelarda) les adjudicó un conflicto mucho más interesante que el de Villaamil, que finalmente lucha lejos de todos, en una escena pastoral también muy quijotesca, a reivindicar su desgraciado protagonismo.
En el peor de los casos, el fallo de Galdós fue construir personajes demasiado buenos. Menudo fallo.

4.2.09

Cercanía

“José Antonio Labordeta es la personalidad aragonesa más importante de los últimos 30 años”, dice Eloy Fernández Clemente en el espléndido documental que se estrena el próximo sábado en el Cine Maravillas. Quizá sea la única frase grandilocuente de todo el sosegado, diáfano, cercano trabajo de José Miguel Iranzo sobre un guión de Joaquín Carbonell. Pero da la sensación de que el documental ratifica ese maximalismo raro, y no en el sentido de que Labordeta se haya labrado suficientes méritos de todos conocidos, sino porque está bien que la imagen de un aragonés sea esa: áspero y cordial, seco y generoso, capaz de aplicar la sorna a los demás porque sabe aplicársela a sí mismo, individualista y tolerante, directo y respetuoso, con ese rajo que nace de la propia timidez y que redunda en eso tan vidrioso que se ha dado en llamar nobleza, y que yo prefiero llamar naturalidad.
Labordeta impuso la estética de la tradición por encima de la estética tradicional. La boina podía ponerse en más posiciones que la encasquetada de la tierra pobre y la ladeada de las almas requetés. Estaba también la boina de ala, la txapela, la boina Che, incluso la boina parisina de Brassens. Por todas esas boinas, con la mirada del que está muy concentrado en escuchar, va transitando el documental de Iranzo entre recuerdos concretos, momentos narrables, materia de conversación. No hay lugar a la pompa ni al lloriqueo en el hablar tranquilo de Labordeta. Muchos nos hemos ido creando una imagen suya biselada, envenenada por el desdén hacia las hagiografías. Antes de ver este documental, una columna mía sobre Labordeta no habría podido evitar un cierto desapego. Ahora la sensación es la de haber estado con él, haber oído a un hombre que descansa. Pero Iranzo nos muestra entrevistas viejas en las que sin embargo el tono es el mismo, o sea que no es la sabiduría del invierno, sino una forma de ser.
Hay momentos muy emocionantes en este documental. Y muy pocos, por lo que a mí respecta, tienen que ver con la nostalgia sino con esa caligrafía de rara fluidez, nítida y profunda con que Iranzo nos los escucha. No sé si a Labordeta lo han retratado así alguna vez ni si alguna de sus casi demasiadas apariciones públicas estaba tan perfumada de coherencia. No sé si alguien lo había mirado con tanta verdad.


Diario de Teruel, 5 de febrero de 2009

28.1.09

Calzoncillo

En la escuela entrábamos un poco antes porque había una cosa que se llamaba Reflexión y que duraba un cuarto de hora. Solía ser una charla a la que nadie hacía caso salvo que el profesor encargado fuera gracioso. Algunos profesores tomaban ese tiempo como una oración en prosa que todo lo más que conseguía era volvernos a dormir, y otros lo emplearon como un cursillo de urbanidad. Hubo uno que nos estuvo leyendo durante todo el año un largo poema lleno de ripios en el que a base de pareados se decían cosas como que había que cambiarse todos los días de calzoncillo.
¿De qué sirvieron aquellas gotas de doctrina cada día? Es posible que fuesen una lluvia fina que penetraba en nuestros cerebros sin que nos diésemos cuenta, pero el caso es que de las homilías matutinas no me acuerdo de nada. Yo sólo me acuerdo del poema de los calzoncillos. Ya entonces había sensibilidad y escrúpulo y todos los alumnos nos mudábamos a diario motu proprio, pero siempre había algún elemento retostado que no se había dado cuenta. Y, en verso o en prosa, había que decírselo.
Los tiempos cambian y también los calzoncillos, pero siempre hay que decir algo al que no se ha enterado. Las reglas de urbanidad no son de izquierdas ni de derechas. El amor propio y el respeto al prójimo tampoco, ni mucho menos lo que pasa en el mundo. Alguna vez he comentado que la Educación para la Ciudadanía es como enseñar a la gente a leer el periódico, a leer varios periódicos, a hablar del mundo real. A mí entonces me parecía inverosímil que alguien no se cambiase todos los días de calzoncillo como a algunos les puede parecer ahora que un alumno no sepa distinguir los derechos de los prejuicios. Aunque también hay padres que piensan que sus hijos se chupan el dedo, o que los profesores de sus hijos son tan sectarios como ellos y no necesitan dar clases de urbanidad ni orientan sus enseñanzas a la vida real. Y también hay políticos gazmoños y asociaciones meapilas, ángeles patudos y caballeros de mohatra que intentan payasadas como la de la Comunidad Valenciana. Y santurrones que aún confían en esa educación en la que está prohibido hablar de todo lo que tenga algo que ver con calzoncillos. Eso es lo que les dijo ayer el Tribunal Supremo, que practiquen un poco la higiene mental.

Diario de Teruel, 29 de enero de 2009

24.1.09

Geórgicas II, 3



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3. Proemio B, vv, 35-46

Conque vamos, labradores, ea, aprended
el cultivo que se aplica a cada especie,
y domad frutos silvestres con el laboreo,
y no dejéis tierras baldías. Luce plantar
viñedos en el monte Ismaro, y el gran Taburno
vestirlo de olivares. Y tú, oh Mecenas,
honra y prez, primer gran responsable de mi fama,
guárdame, conmigo las faenas emprendidas
ven a navegar, surca el mar a toda vela.
No pretendo enteras abarcarlas con mis versos,
no, ni aunque cien lenguas tuviera, bocas ciento,
y mi voz fuera de hierro. Ven aquí, ampárame,
léeme la costa desde la primera playa,
la tierra queda a nuestra mano. No con rodeos
te voy a entretener ni con exordios largos,
no con fábulas poéticas he de tenerte.

21.1.09

Oratoria

Nuestra Europa escolástica perdió hace mucho tiempo el sentido de las cosas, el valor de las palabras que significan cosas. Si uno escucha un sermón en una iglesia católica, o en un parlamento europeo, lo más normal es que se aburra: los conceptos se siguen con docta parsimonia y el orador no siente la obligación del enardecimiento, de lo que los retóricos antiguos llamaban mover a la concurrencia, emocionarla. Ya en el discurso que Obama pronunció en noviembre, nada más ganar las elecciones, llamaba la atención el tono casi gospel de algunos pasajes que más que parte de una arenga parecían un salmo responsorial. Uno se imaginaba una iglesia evangélica con todos los fieles alzando los brazos al techo, cerrando los ojos y moviéndose a compás. Y eso era lo emocionante. No sólo utilizaba un lenguaje y unos métodos bíblicos por razones religiosas, sino porque la técnica oratoria de la Biblia sabe hurgar en las entrañas.
El discurso del martes tuvo esa nitidez del hablar sagrado, aquel en que, como decía Galdós, “la frase parece producto inmediato del hecho que la motiva”, toda llena de metáforas cercanas, el viaje, el látigo, el Oeste, con alusiones a las granjas y a las aguas, a los cuerpos desnutridos y a las mentes sedientas, incluso a desiertos lejanos y montañas remotas, algo que en España suena a Aznar y sus pomporrutas imperiales, pero que en Obama se elevó hasta el tono de refundación que tuvo todo el discurso, como si hubiera que volver al viejo Lincoln para restaurar el sentido de la patria. Han sido muchos años de secuestro neocón de la palabra libertad, de modo que volver a los padres fundadores era, también, volver a estas verdades simples, de oficio dominical, que se abrazaban al mito del colono en alternancia con las manos en carne viva. Si en noviembre fue un discurso gospel, el del martes fue un discurso country-soul. Sólo con retórica de altar se puede hablar así de las energías renovables (“aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra”), y solo con esa fe en las palabras tangibles pueden escribirse fragmentos épicos tan hermosos como éste: “La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre”. Es la literatura, no el sermón, lo que nos conmueve. A ver si nos aplicamos el cuento, que tenemos unos curas y unos políticos que son unos verdaderos plastas, y de la Biblia sólo aprenden las coartadas.

Diario de Teruel, 22 de enero de 2009

19.1.09

Geórgicas II, 2

2. Propagación de los árboles, vv. 9-34
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.Varia es Natura en la crianza de los árboles,
pues germinan unos de espontáneo modo
sin que el hombre los ayude, y colman adunia
los ríos sinuosos y los campos, como sucede
con el mimbre cimbreño y la retama pegajosa,
el chopo y el sauce de follaje verde y cano;
otros más bien brotan de semillas esparcidas,
como los altos castaños y el roble de Júpiter,
el más frondoso de los bosques, y las encinas,
que se tienen por oráculos entre los griegos.
Densa mata en otros desde la raíz pulula,
como pasa con los olmos y con los cerezos;
y también de pequeño el laurel del Parnaso
se cobija bajo la gran sombra de la madre.
Estos métodos nos dio Natura en un principio,
por ellos verdea todo género de selvas,
de bosques sagrados y de árboles frutales.
Otros hay que encontró el uso en su camino:
el uno plantó esquejes en los caballones
desgajándolos del tierno cuerpo de la madre,
el otro entierra vástagos en el sembrado,
varas hendidas en cruz, estacas puntiagudas.
Otras plantas piden los mugrones en acodo
doblegados, vivos en la tierra sus planteles.
Otras ni raíces necesitan, y el podador
si hay que poner puntas de ramón no titubea,
y de ese modo devolverlas a la tierra.
Hasta en los troncos cortados, hecho asombroso,
de un leño seco brota una raíz de olivo;
y a menudo vemos convertirse sin peligro
las ramas de unos árboles en las de otros,
y el peral mudado dar manzanas injertadas
y encarnarse todo de ciruelas el durillo.
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Copio también aquí el fragmento correspondiente de la que pasa por ser la mejor traducción de las Geórgicas, la de Miguel Antonio Caro.
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En modos diferentes, lo primero
por virtud natural las plantas brotan.
No de humanas industrias obligadas,
mas por sí vienen unas, y a lo largo
campos invaden y errabundos ríos:
así el ligero mimbre, y las flexibles
retamas; así el álamo, y el sauce
de verdicanas hojas coronado.
De yacentes semillas nacen otras:
los castaños erguidos,
y el ésculo, gigante de los bosques,
a jove dedicado, y las encinas,
cual oráculos ya de Grecia honradas.
Otras por la raíz se multiplican
en densa muchedumbre de renuevos:
olmos, cerezos, y el laurel de Apolo,
que tierno se alza a la materna sombra
del tronco protector. Sabia Natura
desde era inmemorial por modos tales
al nacer de los árboles preside,
cuantos la tierra pueblan,
agrestes selvas y sagrados bosques.
Allende de esto hay árboles que trajo
oficiosa experiencia a su servicio.
Uno en surcos renuevos deposita
que a la cepa matriz su mano saca;
otros ramas entierra,
ya trozo herido en cruz, ya aguda estaca.
Tal árbol hay montés, que si rastreros
los vástagos le encorvas, toma creces,
y gozoso propaga
hijuelos vivos en su propia tierra.
No piden otros árgoles raíces,
Y viose al podador sembrar mil veces
puntas de ramas, y brotar felices;
y mil veces también (aunque imposible
referirlo parezca) por pedazos
plantósse un tronco, y germinar fue vista
la olivosa raíz del seco leño.
Y de un árbol los ramos,
el orden natural violando impunes,
en los de otro mudarse contemplamos:
trocadas peras el manzano injerto
por suyas muestra, y al cornejo duro
ves de ciruelas rojear cubierto.

14.1.09

Gabardina

Ya está todo resuelto. Ya se ha castigado al culpable. Quien durante dos años no se enteró de que un sujeto estaba sacando debajo de la gabardina tres mil documentos del Archivo Histórico de Teruel ya ha sido juzgado como responsable de una falta muy grave, y el castigo ha sido contundente y ejemplar: lo han trasladado a Zaragoza. Y porque Obama ha dicho que va a cerrar Guantánamo, que si no de todo hubiera habido.
Leo que en sustitución del réprobo (que va a recurrir) pusieron a José Luis Castán, cuya solvencia en el pastoreo de documentos está fuera de duda. Desde luego, y no sé si será por sus consignas, ahora las medidas de seguridad han aumentado: el otro día fui a buscar unos datos y a mi paso aullaban las sirenas, me metí por un pasillo que se llenó inmediatamente de fornidos guardas de seguridad y funcionarios con cara de susto. Las medidas son tan escrupulosas que no se me dejó pasar del descansillo.
El trabajo de archivero es de los más hermosos que conozco. Poco antes de preguntar en esta fortaleza me había pasado una larga y fructífera mañana en el Archivo Diocesano, al abrigo de la exquisita cortesía de don Samuel Valero, que en cinco minutos me puso delante de los ojos los papeles que yo buscaba y aún pudimos comentar el hecho sorprendente de que los documentos del siglo XV se conserven mejor que los del siglo XX, sobre todo los escritos con bolígrafo, muchos de los cuales ya no son más que una manchurrón azulenco en el que se han disuelto las palabras. Y lo mismo me ocurrió en el Archivo de la Diputación, donde personal de impecable competencia me dio todas las facilidades sin quitarme un ojo de la gabardina, como era su obligación.
No voy a dar aquí la murga con el valor de la archivística y así. Yo disfruto de la soledad del estudio, del aroma de los ácaros y de la tinta más duradera que el silicio, pero en los tiempos que corren no sé qué es más escandaloso, si el caso de la gabardina o el hecho de que nuestros archivos fundamentales no estén ya completamente digitalizados. Entre la guerra, la desidia y los de la gabardina, vamos a entrar en un olvido sin fisuras, en un país de lotófagos en el que habrá más evidencias de los diplodocus que de nuestros abuelos. Menos mal que los fondos antiguos de la hemeroteca están siendo digitalizados. Dicen que en abril ya podrán consultarse desde casa. A ver si es verdad.
Diario de Teruel, 15 de enero de 2009

8.1.09

Oveja













Varias asociaciones ateas están intentando contratar espacios de publicidad en autobuses urbanos y otros soportes igual de visibles con lemas como Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida. La iniciativa se ha topado, como era de esperar, con la bronca de asociaciones religiosas que acusan a los anunciantes de intolerable difamación, de agresión contra la libertad y de propalar “mensajes destructivos” en ciudades que cada dos por tres están cortadas para pasear a un santo, forradas de carteles marianos y ocupadas por edificios religiosos.
El cartel es de todo menos ofensivo. En efecto, y salvando los retruécanos de San Anselmo, es difícil probar que Dios exista. Es como si las asociaciones religiosas se limitasen a anunciarse como lo que son, creyentes de una fe, no propietarios de la verdad ni mucho menos instructores de moral alguna. Son muy cautos con el lenguaje los anunciantes, aunque por esa misma línea podrían colgar carteles igual de objetivos pero mucho más contundentes como La carnicería de Gaza se ha perpetrado en nombre de Dios; Todas las religiones se alimentan de cadáveres; El fanatismo religioso es una redundancia, etc. No sé si registrarlas, por si acaso.
Bien es cierto que los católicos, de un tiempo a esta parte, han perdido el gusto por la sangre. Benedicto XVI es homófobo practicante, pero de momento no llega a la delectación cruenta del castizo cardenal Segura. Y a pesar de todo periódicos católicos españoles saludan la salvajada israelí en Gaza como un acto de legítima defensa, y políticos de misa diaria alertan contra el “peligro para la paz mundial” del “estado terrorista” palestino. Hemos crecido en la idea de que la Biblia no amparaba el exterminio de los pueblos, el asesinato de inocentes o la alegría que produce a mucho fariseo ver cuerpos de niños reventados por las calles, y sin embargo vemos gente culta, rica y sensible que adora un libro en el que los individuos no son más importantes que los corderos degollables. Tampoco, por lo visto, los palestinos llegan a la condición de seres humanos. Visto cómo viven hacinados en su cárcel de Gaza, se diría que, a ojos de Dios (uno de ellos) ni siquiera llegan a la condición de ovejas.

Diario de Teruel, 8 de enero de 2009

7.1.09

El año de las luces

Es posible que 2008 haya sido el año de la rehabilitación estética de la ciudad, o como poco el año en que las autoridades hicieron lo posible por no cometer los mismos errores de siempre. La plaza del Torico espera los convenientes cálculos electorales para ser borrada de nuestra memoria y sustituida por un adoquinado que esté a la altura de su importancia como plaza principal de la ciudad. Ya ha pasado suficiente tiempo para que, según la célebre frase de Biel, la gente se acostumbrase a esa bisutería lumínica con la que se intenta embellecer lo que quizá no se considerase suficientemente bello en su momento, y también para que esa tontería más propia de un hipermercado de suburbio que de un centro histórico se haya hecho más vieja que los edificios que la soportan. Es de agradecer que la luz los desfigure, porque sería perceptible su sonrojo.
Fieles a su argumentario, las autoridades no han dado su brazo a torcer, pero el hecho de que la Plaza Amantes haya ido a parar a un estudio tan solvente como el de Linazasoro da la sensación de que han hecho propósito de enmienda. Es como si, conscientes de que les habían tomado el pelo con la Plaza del Torico, se hubieran esforzado en no caer en la misma vulgaridad. Desde luego hay más motivos para estar tranquilo y no esperar a que otra vez los juguetes virtuales deslumbren a las autoridades como a niños caprichosos y contentadizos, al menos a la luz de obras recientes de Linazasoro como la Biblioteca de la UNED o, sobre todo, el Centro Cultural de Lavapiés, ambos en Madrid. Y eso que los pasos previos en la rehabilitación no invitaban al optimismo, sobre todo si consisten en poner en valor el conjunto San Pedro-Amantes con un alero en la calle Matías Abad que tapa media torre o con ese edificio estilo caja de zapatos chapada con monótona caliza de Villalba que se ha dedicado a Oficina de Turismo.
Los ciudadanos no exigían nombres tan solventes y respetados como el de Linazasoro sino algo tan sencillo como el respeto al entorno y el uso estable de la vegetación. Nos hemos hartado de hangares de cemento y fuentes de catálogo, de floreros de hipermercado y un aspecto de mausoleo cutre que amenazaba con apoderarse de toda la ciudad. La verdad es que hubiera sido incluso deseable una moratoria en los desmanes, por lo menos hasta que veamos que sí es posible ser hermosos y modernos, agradables y respetuosos, umbrosos y paseables, algo que quizá se inició con la valiente negativa de la Comisión de Patrimonio a que se siguieran destrozando espacios públicos como los jardines de Fernando Hue. Es más, casi todas las últimas propuestas (civilizar un poco las laderas de la Ronda, adoquinar el Óvalo como es debido) han venido acompañadas de un marbete que en puridad no habría hecho falta: se reconstruyen las laderas para que no se vuelvan a hundir y se adoquinará (eso esperamos) el Óvalo para que no se vuelva a destrozar. La Plaza Amantes se construirá para que no siga siendo una ruina, e incluso se insiste en que la vegetación será de verdad.
De modo que, arquitectónicamente hablando, quizá lo mejor de 2008 es que no haya pasado casi nada, pero que haya cundido la convicción de que ya vale de mamarrachos y de materiales exóticos que alguien, sin tomarse la molestia de saber dónde van a ser puestos, elige por motivos que a los vecinos se nos escapan. Hace pocos días asistimos a la demolición del chamizo agrietado que durante décadas ocupó el lugar de un mercado histórico. Tampoco en este caso esperamos demasiado, pero quienes se responsabilicen de su ejecución saben que la época de tragarse aparcamientos grises como si fueran obras de arte ya ha terminado. Nos favorece, además, que el Estado se haya lanzado a la obra pública, un buen momento para que nuestros próceres dejen de hacer el ridículo con sus contrataciones y empleen a ciudadanos en recuperar los lugares de siempre, empezando por el asilo modernista, antes de que el padre Muneta se canse de predicar.
No creo que a ningún político se le ocurra presumir ya más de adoquines hindúes que se descascarillan con mirarlos ni de bochornosas parameras desabridas como la Glorieta. Todavía falta tiempo para que la nueva Plaza Amantes marque una pauta nueva. Entretanto, con plantar árboles de verdad, no macetones del Carrefour, ya tendríamos bastante, pero también es tiempo de que cada obra nueva pueda presumir de permanencia, y nosotros de una plaza que entregamos a la ciudad convencidos de que ha de conservarla para siempre.
Diario de Teruel, 3 de enero de 2008

17.12.08

MATERIALES NATURALISTAS 1

Juan Carlos Navarro














Termita

No sabía yo que “las termitas suelen tener sus nidos en las raíces profundas de árboles viejos que no fueron extraídas en el momento del corte de los troncos”, según leí en la información sobre la plaga que devora Villafranca del Campo. Hermosa metáfora. Incluso puede suceder que las termitas nacidas en la raíz de un árbol cortado se coman la viga que sacaron del tronco para el techo de un pajar. El caso es que Villafranca está en perdición. Un barrio entero carcomido, el sonido de la ruina por las noches, esas microrroturas de los maderos que van del crujido de solo un par de notas al derrumbamiento de los cañizos y el picor extraño que te entra cuando ves en el aparador un agujero de carcoma. Menos mal que hace mucho frío, y por lo menos se quedarán metidas en sus cuarteles de serrín, antes de que afloje el temporal y salgan al ataque de las otras casas del pueblo. Para cualquier nevada llaman al ejército y en Villafranca tendrán que asistir a un espectáculo desolador, y ya no me refiero a las termitas, que son, como decía el artículo, insectos sociales, sino a las puertas podridas, a las camas atacadas por los bichos, que suelen ser la señal del abandono, el principio de la nada. ¿Y si llegan las termitas a los bancos de la iglesia? ¿Y si se cuelan en el salón de plenos? Los vecinos tendrían la desasosegante sensación de seguir en el pueblo cuando el pueblo ya se está comportando como si todo el mundo se hubiera ido.
No puede ser que el Gobierno de Aragón o la Diputación Provincial o la Comarca del Jiloca o la Consejería de la Carcoma no tomen cartas en el asunto. Un pueblo con osteoporosis y sin derecho a la Seguridad Social maderera es un intolerable síntoma de tercermundismo, máxime teniendo en cuenta los agravios de otros pueblos que presumen de ser más bellos. Esa discriminación por razones estéticas está ya a un paso del feudalismo. Por muy hermosa que sea la venganza de los troncos, no debe de dar nada de gusto vivir entre maderas con vida propia. Eso sí, a ver si es posible que encarguen la fumigación a unos técnicos algo más solventes que los que pusieron las luminarias en la Plaza del Torico, porque de lo contrario nos van a salir los termes a todos por las orejas. Esto va a ser la marabunta.

Diario de Teruel, 18 de diciembre de 2008

13.12.08

Geórgicas II, 1

1. Invocación, vv. 1-8












Hasta aquí ha sido el cultivo de los campos
y los astros del cielo; a ti, Baco, ahora,
te cantaré, y contigo a los brotes silvestres,
los hijuelos del olivo, que crece despacio.
Ven aquí, oh padre Leneo, que de tus dones
aquí todo está lleno, y por ti florece
el campo preñado de pámpanos de otoño,
y en cubas repletas espuma la vendimia.
Ven aquí, oh padre Leneo, de vino nuevo
mancha descalzo conmigo tus piernas desnudas.

12.12.08

Librería

Entre las costumbres que me ha cambiado internet está mi uso y frecuentación de librerías. Hasta hace unos cuatro o cinco años, siempre había sido un parroquiano tópico: me gustaba que el librero me proveyese de novedades, me contara chismes literarios y me permitiera hilar tertulia con otros feligreses de la rebotica. En Madrid, en distintas épocas, he disfrutado de librerías que eran perfectas para eso. En Antonio Machado, en Méndez (el de la calle Mayor) o en Aviraneta he encontrado ese modelo de librero de cabecera que sigue al pie de la letra la máxima de Ortega cuando un periodista incauto, valga la redundancia, le preguntó si se había leído los cincuenta y cinco mil volúmenes de su biblioteca. “Nooo…”, le contestó, “de ninguna manera, pero sé lo que pone en cada uno de ellos”. Este saber lo que pone suele reducirse a un “este tiene buena pinta” que sin embargo es suficiente porque conecta con el tipo de libro que el librero sabe que te gusta.
Todo eso (la frecuentación, quiero decir, porque sigo dejándome caer por ellas, sobre todo por Aviraneta) terminó por una razón que no sabría juzgar, tan sólo describir. Yo suelo conocer a fondo las librerías que piso. Un mercado de abastos del tamaño de la Casa del Libro deja muy pronto de tener secretos. Mi media docena de estanterías predilectas, repartidas en sus cuatro o cinco pisos, cambian con bastante lentitud. Incluso creo que me gusta más la sucursal que hay en la calle del Carmen, porque no es que sea mucho más pequeña sino que está cribada.
La única librería que no se agota es internet, sobre todo Iberlibro. Desde hace tiempo es un placer localizar el libro desde mi casa y recorrer la ciudad para conseguirlo, generalmente novedades raras o títulos que quisiera incorporar a la biblioteca, alguno de esos cientos de libros cuya calidad parecía fuera de toda duda pero que el tiempo pasó sin que nunca les hincásemos el diente. La primera edición de los tres tomos del Galdós de Montesinos la encontré en una librería de Minnesota, el imprescindible Farm equipment of the Roman world estaba en un lugar de Gales.
La facilidad y categoría de los hallazgos me fue apartando de la vulgaridad de las novedades. Casi todos los libros que compro ya son antiguos, como si en Madrid hubiera un auténtico cementerio de los libros olvidados en el que de vez en cuando hay que meterse para descubrir, a su vez, las pequeñas librerías que han sobrevivido siempre en un zaguán y ahora la modernidad las ha puesto en su casa.
La última vez fue esta semana. La librería Áurea me envió su boletín de novedades en materia clásica con un anuncio interesante: se ha publicado, en dos tomos, la edición facsímil de Los doce libros de la agricultura, de Lucio Junio Moderato Columela, en la célebre versión de Juan María Álvarez de Sotomayor y Rubio, de 1824, primera traducción completa al castellano. Corrí a por ella (luego la edición decepciona un poco: el libro está pegado, no cosido: si lo desvirgas te lo cargas) y, aparte del curioso viaje que significa meterte en la estación de Ópera y salir en la de Bravo Murillo, que es también como cruzar el océano, como teletrasportarte, volví a respirar ese sitio casi inverosímil que es, en la calle Almansa, la librería Áurea: en un traspatio, con una puerta de hierro que parece la puerta de la carbonera, en una habitación que es como un salón de recreo en época de prohibición, presidido por un hermoso sofá de cretona y con todo lo que ahora más a mano se puede encontrar en materia de latín y griego. Desde que desaparecieron las librerías Miessner, y esa tentación constante de la Biblioteca Loeb, los antiguos sobreviven en un sótano que si no fuera por las novedades, muchas y muy bien escogidas, parecería una destilería de libros clandestina. Allí estaba, por cierto, la maravillosa Enciclopedia Virgiliana, y yo que ya creía que era una fantasía mía. Cada uno de sus tomos vale, todavía, sesenta mil pesetas.

8.12.08

Geórgicas de Virgilio

Libro primero

Cómo se consigue hacer fecundas las cosechas,
en qué asterismo hay que pasar la vertedera
por la tierra y a los olmos enredar las parras,
qué cuidado con los bueyes, qué dedicación
reclaman, Mecenas, también las reses menudas,
cuánta experiencia las abejas económicas.
Esto es lo que ahora comienzo a cantar.
Vosotras, oh lumbreras del mundo las más claras,
que al año guiáis, cuando se desliza por el cielo,
Líber y Ceres nutricia, si por gracia vuestra
en espiga gruesa la bellota de Caonia
transformó la tierra, y las aguas aqueloas
mezcló con la flamante uva; y vosotros, Faunos,
divinidades que amparáis a los labriegos
(moved el pie a compás, los Faunos y las Dríades,
pues canto para vosotros); y tú, oh Neptuno,
por quien la tierra echó al caballo relinchante
al ser de gran tridente por primera vez herida;
y tú, Aristeo, el amigo de los bosques,
que allá en las dehesas feraces de Cea
te pacen trescientos novillos como la nieve;
y tú también, Pan, tú que custodias las ovejas,
deja el bosque patrio y la espesura del Liceo
si es que los campos ménalos te preocupan,
ven y asísteme, Tegeo, seme venturoso;
y tú, Minerva, la inventora de la oliva,
y tu hijo, divulgador del corvo arado,
y tú, Silvano, que en tierno ciprés descuajado
te apoyas al andar: dioses todos y diosas
que al cargo estáis del ministerio de los campos
que alimentáis los no sembrados frutos nuevos
que abastecéis con largas lluvias desde el cielo.
Y tú también, César, aunque no esté decidido
qué asamblea de los dioses te dará cobijo,
ya desees visitar ciudades y del campo
ser amparo, y el orbe entero te considere
dueño de los frutos y señor de las tormentas,
las sienes ceñidas con el mirto de la madre;
o acaso vengas hecho el dios del mar infinito
y sólo adoren a tus númenes tus marineros
y Tule remota te sirva y Tetis te compre
y te escoja como yerno entre las olas;
o bien, en esa porción de cielo que se abre
entre el Erígone y las Quelas colindantes
te añadas a los lentos meses como estrella nueva
(que ya estrecha sus pinzas el Escorpión fogoso
y espacio te aparta de sobras en las alturas).
Seas lo que fueres, dame fácil travesía,
pues ni el Tártaro te espera como rey
ni funesto deseo de reinar te invada,
aun si a Grecia le asombran los Campos Elíseos
y Proserpina no piensa en seguir a su madre
cuando ella la reclama). Apiádate conmigo
de los labradores que no saben el camino,
emprende esta ruta, y desde este momento
acostúmbrate a ser implorado por sus votos.
Por primavera, cuando en las montañas blancas
el hielo se derrite y la gleba reseca
se deshace con el viento, entonces empiece
el toro a gemir con el aladro bien hundido
y en el surco a brillar la desgastada reja.
Cumplirá los votos del labriego codicioso
solamente aquella mies que haya sentido
por dos veces el sol, por dos veces el frío.
Antes de romper terreno ignoto con el hierro
hay que conseguir información sobre los vientos,
de cómo son las variables costumbres del cielo,
los cultivos de siempre, los hábitos del sitio,
qué se da bien en la zona, y qué no se da.
Aquí se cría hermoso el cereal, allí
mejor la uva y más allá plantones de arbolillo
y semillas que verdean sin ningún cultivo.
¿No ves el Tmolo los aromas de azafrán
y la India el marfil que envía y los flojos sabeos
su incienso; y los Cálibes desnudos, sin embargo,
sacan hierro y el Ponto fétido castóreo
y el Epiro triunfos de las yeguas elideas?
Siempre impuso estas leyes la naturaleza,
normas eternas para sitios determinados,
desde aquella época en que Deucalión
arrojaba las piedras a un mundo vacío
de las que nació la dura raza de los hombres.
Vamos, entonces, que labren los bueyes forzudos
la gruesa tierra ya desde los meses primeros
y cueza el estío los terrones polvorientos
con el esplendor del sol. Si es infecunda la tierra
basta levantar un surco leve bajo Arturo,
que allí los frutos no se arguellen con las hierbas
y aquí a los yermos no les falte el agua escasa.
También dejarás, un año sí y otro no,
los campos ya segados descansar, que el barbecho
se haga duro con la nula actividad.
Cuando cambie el tiempo plantarás el rubio trigo
allí donde antes pusiste legumbres lozanas,
de vaina tremolosa, o delicados brotes
de veza y las quebradizas cañas y el follaje
de los amargos altramuces. Queman la tierra
las hazas de lino y la queman las de avena
y queman la tierra los campos de amapolas
empapadas todas con el sueño de Leteo.
Con los años alternos, en cambio, la labor
se hace más llevadera, si no te apura
cubrir los suelos áridos de untoso fiemo
o esparcir ceniza inmunda por la tierra.
Así también, llevando cultivos alternos,
descansan los bancales y no se queda en nada,
mientras tanto, el fruto de la tierra sin arar.
A menudo viene bien incluso pegar fuego
a los campos agotados y las rastrojeras
quemarlas livianas entre llamas crepitantes,
pues tanto da si con esta costumbre las tierras
toman fuerzas ocultas y pingüe alimento
o si el fuego funde la maleza entera
y elimina la humedad innecesaria,
como si el calor le abre los poros a la tierra
y los respiraderos ciegos, que es allí
donde la savia alcanza hasta las hierbas nuevas,
o si la endurece más y las venas abiertas
contrae por que las finas lluvias no la quemen
o la potencia más dura del sol fulminante
o bien el frío del Bóreas penetrativo.
Igualmente ayuda mucho al labrantío
quien rompe los secos terrones con la legona
y les pasa el rastrillo de mimbres, pues no en vano
la rubia Ceres lo contempla en el Olimpo;
y quien, cuando ya está labrado el bancal,
lo que levanta en recto de nuevo lo rotura
con la reja de través, y remueve la tierra
sin desmayo, y firme gobierna en sus cosechas.
Elevad vuestras invocaciones, labradores,
por húmedos veranos e inviernos serenos:
farros son hermosos con inviernos polvorosos,
se jacta la Mesia de tanto fruto sin cultivo
y de las cosechas hasta el Gárgara se asombra:
el campo es fecundo. ¿Y qué diré de aquél
que después de haber echado ya la sementera
repasa el terreno y desmenuza los grumos
del nada fértil secano, y luego encamina
las aguas del río en sucesivas canaleras,
y cuando el campo agotado se requema
entre los mustios herbazales, hete aquí
que desde el borde inclinado del canal
hace que salten las aguas? Un ronco rumor
surge al discurrir entre las piedras esmeradas
y refrescan a chorros los áridos bancales.
¿Y qué diré de quien, para evitar que la caña
se acueste bajo el peso de la espiga
mete al ganado a pacer la mies asilvestrada
entre las tiernas yerbecicas cuando asoma
el sembrado por el lomo de los caballones?,
¿y de aquel que seca con arena bebedora
agua de los charcos que se queda retenida?
Sobre todo si, allá por los meses inciertos,
el río va crecido y todo lo inunda
con el barro que arrastra, y así se van formando
hondas lagunas que sudan tibia humedad.
Y, sin embargo, aun a pesar de las labores
de los hombres y los bueyes, que saben muy bien
cómo roturar la tierra, no dan poco mal
los gansos voraces o las grullas estrimonias
o la achicoria de amarga raíz o la sombra,
que no poco perjudica. Júpiter no quiso
que el camino de un cultivo fuese fácil
y el primero fue en mover las tierras con astucia,
en meter cuidado en las conciencias de los hombres
y no consintió que presos de grave desidia
sus reinos se abandonasen. Antes que Júpiter
ningún labrador trabajó la tierra. Ni era
de ley marcar o partir el campo con linderos;
buscaban sólo el procomún, y la propia tierra
sin nadie pedirlo liberal todo lo daba.
Fue él quien puso el veneno en las serpientes negras
y ordenó a los lobos provocar estragos;
fue el que removió los mares, el que represó
el vino que a raudales corría por doquier,
escurrió la miel entre las hojas, y el fuego
nos arrebató; que así, a fuerza de ejercicio,
variadas técnicas forjara, y buscase
brotes de trigo entre los surcos, y arrancase
el fuego escondido entre las venas de la piedra.
Entonces fue cuando por primera vez los ríos
sintieron los troncos de alisos ahuecados
y a las estrellas el marino puso número
y nombre a las Pléyades, a las Híadas
y a la hija de Licaón, la fúlgida Osa.
Cazar fieras a lazo y pájaros con liga
y acechar con perros los boscajes muy tupidos
fue entonces inventado; ya uno el ancho río
bate con la honda y busca en lo profundo,
y mojadas mallas arrastra el otro por el mar.
A continuación llegó la rigidez del hierro
y también las estridentes hojas de la sierra
(pues con cuñas partían los hombres primitivos
la leña fácil de hendir), y los varios oficios.
Todo lo venció el trabajo agotador
y las carencias que apuran en tiempos difíciles.
Fue Ceres la primera que enseñó a los hombres
a labrar la tierra con el hierro, cuando ya
las bellotas y madroños del bosque sagrado
escaseaban, y Dodona negó su alimento.
También al trigo se aplicó el trabajo luego,
porque el añublo hacía daño en las espigas
y el inútil cardo se erizaba entre las mieses.
Se pierden las cosechas, el bosque se enmaraña
de abrojos y lampazos, campan por los cultivos
la estéril cizaña y las avenas locas.
Conque si no te aplicas a menudo con rastrillos
a la hierba y asustas a los pájaros con ruido
y la impenetrable sombra del campo umbroso
no despejas con la podadera ni elevas
preces por la lluvia, esperarás en vano, ay,
esos enormes muelos de trigo, y en el bosque
aliviarás el hambre vareando encinas.
Nombremos las armas de los recios labradores

porque sin ellas las mieses ni pueden sembrarse
ni tampoco crecer. La reja, en primer lugar,
y del corvo arado el roble ponderoso,
y los carros de la eleusina, nuestra madre,
que ruedan despacio, y los trillos y las gradas
y los azadones de tamaños diferentes;
luego los bastos aperos de mimbre celeo
y angarillas hechas con las ramas de un madroño
y el harnero ritüal de los misterios iacos;
dispondrás todo lo que desde tiempo antes
hayas recordado aparejar, si es que mereces
la gloria de unas tierras dignas de los dioses.
Antes con antes se doma con fuerza una rama
de olmo en el bosque para cama del aladro.
Un timón de hasta ocho pies desde el arranque,
dos orejeras y el dental de espaldar doble
se ajustan al camal. Antes se cortan también
para el yugo una rama delgada de tilo
y una de alta haya que sirva para la esteva,
que gobierne la base del tiro desde atrás;
de estas maderas la dureza la examina
el humo si las cuelgas encima del hogar.
Reglas muchas puedo referir de los antiguos
si es que no desmayas ni te cansa conocer
pormenores del trabajo. La era lo primero:
tienes que igualarla con el rulo poderoso
y cavarla a mano y con la pegajosa greda
endurecer el suelo, que no medren las hierbas
ni avasallado por el polvo se resquebraje,
que entonces plagas varias la echan a perder:
puso a menudo su casa el ratón diminuto
e hizo granero por debajo de la tierra,
o los topos cegatos, privados de los ojos,
cavaron sus madrigueras, y fue hallado en las huras
un sapo, y la de bichos que lleva la tierra,
y el gorgojo que arruina los vastos muelos de trigo
y la hormiga que teme la mísera vejez.
Observa el almendro, si se cuaja de flores
y comba en el bosque sus ramas olorosas;
si los brotes prosperan, ricos serán los trigos
cuando en la fuerza del calor venga la trilla;
mas si adensa el follaje la sombra exuberante
pajas gordas trillará la era, nunca espigas.
Yo he visto a muchos que al sembrar tratan la semilla
y a lo primero la rocían con salitre
y con amurca negra, para que así el grano
crezca gordo dentro de las vainas engañosas
y se ablande rápido aun con poco fuego.
Yo he visto semillas escogidas muy despacio
y contempladas con dedicación y esmero
degenerar si el hombre cada año las más grandes
no escogía con la mano: así es el destino
que todo lo empeora, y cuando ya lo ha hundido
lo hace ir para atrás, nada distinto de aquél
que a fuerza de remos remonta una barca
río arriba y si ocurre que afloja los brazos,
el río lo atrapa y lo arroja al abismo.
Para nosotros, estudiar los astros de Arturo,
los días de las Cabrillas y el Dragón luciente,
es tan necesario como examinar el Ponto
para los que fueron arrojados a la Patria
a través del piélago ventoso, o estudiar
las bocas del Abidos, en ostras tan productivas.
Cuando el signo de Libra reparta las horas
del día y del sueño por igual, y el mundo
haya demediado ya las luces y las sombras,
poned a trabajar los bueyes, que no desmayen,
y sembrad cebada en los bancales, labradores;
es el tiempo de enterrar la semilla del lino,
la amapola cereal, y de doblar la espalda
y echarse encima del aladro mientras la tierra
seca lo permita, y sigan las nubes quietas.
En primavera llega la siembra de las habas
y entonces también a ti, alfalfa, te acogen
surcos esponjosos, y es el turno para el mijo.
Abre el año el Toro blanco, sus cuernos dorados,
y el Perro se esconde y cede al astro que le sigue.
Pero si labras la tierra pensando tan solo
en cosechas de trigo y robusta cebada
y no más que a la espiga dedicas tu afán,
habrás de aguardar que a tus ojos se oculten
las hijas de Atlante matutinas, y su puesto
ceda la estrella cretense de ardiente corona,
antes de echar la simiente apropiada en el surco
y antes de hora fiar la esperanza del año
a unas tierras desganadas. Pues muchos la siembra
empezaron antes del ocaso de la Maya
pero las cosechas que esperaban los burlaron
con espigas vacías. Si, en cambio, te dedicas
a sembrar algarrobas o humildes habichuelas
y plantar lentejas pelusianas no desprecias,
Pastor al ponerse te dará clara señal:
comienza entonces y alarga la sementera
hasta que vaya mediada la estación del frío.
El sol dorado por esta razón rige el orbe
en partes concretas dividido, y a través
de los doce signos que habitan en el cielo.
Cinco son las zonas que ocupan el firmamento:
una siempre está roja del fúlgido sol,
abrasada siempre por el fuego, y a derecha
e izquierda se extienden los límites azules
cuajados de negras tempestades y de hielo;
entre éstas y la del medio, por obsequio de los dioses,
dos más fueron dadas a los míseros mortales,
y por todo el camino que corta ambas zonas
sobre sí gira el orden oblicuo de los astros.
El mundo, así como escarpado se levanta
hacia los montes Rifeos y la parte de la Escitia,
así también se hunde en pendiente hacia Libia,
por allá por donde soplan los vientos australes.
Este polo está siempre por encima de nosotros,
pero al otro lo contemplan, bajo sus pies,
la Estigia siniestra y los Manes profundos.
Allí, según se cuenta, o la noche cerrada
calla para siempre y densas tinieblas la cubren
o vuelve desde nuestros límites la Aurora
y les trae un nuevo día, y entonces el sol
su soplo con caballos jadeantes nos envía.
Allí es donde enciende el Véspero brillante
las luces de la tarde. Y con esto podemos
predecir el tiempo incluso en el incierto cielo
y el día de la siega y la hora de sembrar
y cuándo batir con remos mármol traicionero
nos conviene, cuándo armadas sacar las naves,
o cuándo hay en el bosque que talar el pino;
no en vano escrutamos el ocaso de los astros
y su nacimiento, y el año, a partes iguales,
en cuatro diferentes estaciones dividido.
Si la lluvia fría guarda en casa al labrador
da tiempo a preparar las muchas cosas que luego
habría improvisadamente que atender
con el cielo sereno: el labrador afila
y endereza el duro diente de la reja,
vacía los árboles y talla las artesas,
marca el ganado y numera los montones.
Otros sacan punta a las horquillas de dos perchas
y a las estacas, y avían mallas amerinas
para la flexible vid. Tejer sencillas cestas
es mejor ahora con las varas de las zarzas.
Si hay ahora que tostar el grano al fuego,
molerlo luego con la piedra es menester.
Hasta en días festivos algunos trabajos
permiten las leyes divinas, y las humanas:
ninguna religión prohibió encauzar arroyos,
o tender la cerca en el sembrado, construir
las trampas de los pájaros, o quemar las yerbas
y al rebaño balador meterlo en agua sana.
Contino los lomos del cansino borriquillo
carga el arriero con fruta barata y aceite,
y al volver de la ciudad vuelve a cargar
una piedra de molino, o un montón de negra pez.
Huye de la quinta luna: entonces nacieron
las Euménides y el Orco pálido, entonces
en parto nefando la Tierra echó al mundo
a Ceo y Japeto y al bárbaro Tifeo
y los hermanos que tramaron destruir el cielo.
Por tres veces intentaron levantar el Osa
por encima del Pelión, y dejar que cayera
sobre el Osa rodando el Olimpo frondoso;
por tres veces el padre, los montes levantados
desmoronó con un rayo. También es muy bueno,
el décimo séptimo día, poner las parras
y domar bueyes uncidos y zurcir la tela.
Mejor de viajes el noveno, de robos malo.
Cunden más muchas labores en la noche fresca
o cuando, al salir el sol, rocía los campos
el lucero del alba. De noche se siegan
mejor los rastrojos finos, la pradera seca.
No falta un húmedo relente por la noche,
y alguno pasa las veladas del invierno
al amor del fuego, y con falces afiladas
abre las teas en forma de espiga.
Mientras tanto la mujer, que alivia con canciones
la larga faena, va recorriendo las telas
con el peine cadencioso, o pone a cocer
el mosto dulce y con la ayuda de unas hojas
el caldo del puchero hirviente desespuma.
Con la fuerza del calor se siega el rubio trigo,
con calor trilla la era las tostadas mieses.
Desnudo has de arar, has de sembrar desnudo.
El invierno vuelve perezoso al labrador:
los agricultores, en cuanto llegan los fríos,
se dedican a gozar los frutos que acopiaron,
se convidan a festines llenos de alegría,
el invierno los invita, y aleja las penas,
como cuando tocan puerto las cargadas naves
y los marineros cuelgan flores en las popas.
Pero también es tiempo de coger bellotas,
bayas de laurel, olivas, mirto ensangrentado,
de poner las trampas a las grullas, y a los ciervos
redes, y de perseguir las orejudas liebres,
de tirarles a los gamos, de darle que restalle
a la cuerda de estopa de la honda balear.
Es el tiempo en el que cae la nieve profunda,
cuando los ríos arrastran témpanos de hielo.
Qué diré de las estrellas y las tempestades
del Otoño, y en qué han de reparar los hombres
cuando afloja el calor y los días acortan,
o cuando la primavera se mete en lluvias,
cuando en los campos se erizan las espigas
y el trigo en leche se hincha, sobre la caña verde.
Yo he visto muchas veces, cuando el colono
llevaba al segador hasta los trigos royos
y ataba las gavillas con frágiles vencejos,
cómo se juntaban a luchar todos los vientos
que arrancaban de cuajo la preñada espiga
y la echaban por los aires: de este modo
se lleva la tormenta, en remolinos negros,
las pajas livianas y las cañas voladoras.
Muchas veces también se derrama de los cielos
una tromba de agua tremenda y las nubes,
que ya están en lo más alto acumuladas,
recrecen el horrible temporal de lluvias brunas.
El cielo se derrumba, y anega el diluvio
los campos feraces y el trabajo de los bueyes.
Se colman las fosas y los hondos ríos crecen
estruendosos y revueltas sus profundidades
hierve el mar. Con su diestra lanza el propio Júpiter
rayos que vibran en la noche de tormenta,
la tierra entera tiembla con estos embates,
huyen las fieras y un pánico avasallador
se apodera del corazón de los mortales.
Júpiter quebranta con su dardo refulgente
el Atos o el Ródope o las cumbres Ceraunias;
arrecian los Austros y es densísima la lluvia,
bosques y riberas claman con el vendaval.
Sin dejar de ser con esto muy meticuloso,
observa del cielo meses y constelaciones,
por dónde se oculta la frígida estrella
de Saturno, en qué órbitas del cielo errante
va el astro Cilenio. Rinde culto a los dioses
ante todo, y ofrece a la magna Ceres
sacrificios cada año en los hermosos prados
al fin del invierno, ya serena primavera.
Entonces es cuando están gordos los corderos
y suavísimos los vinos, los sueños son dulces,
espesas entonces las sombras en las montañas.
Mozos agrestes a Ceres contigo veneren:
dilúyeles panales en leche y vino dulce
y por tres veces pase la víctima propicia
en torno a las mieses nuevas. Y el coro entero
y todos la acompañen entre aclamaciones
e invoquen con gritos a Ceres en sus moradas,
y que no arrime nadie la falce a las espigas
si antes no danza y entona sus cantos a Ceres
con ramas de encina la frente coronada.
Y todas estas cosas, a fin de que pudiéramos

por signos precisos conocerlas, los calores
y las lluvias y los vientos que traen los fríos,
Júpiter dispuso cómo nos ilustrarían
en cada mes las lunas, en qué signo los Austros
se sosiegan, viendo qué señal a sus ganados
cerca del establo guardarán los labradores.
De pronto, revueltas por los vientos encrespados,
ya empiezan a hincharse las olas del mar
y en las altas cumbres un ruido seco se escucha,
o bien rompe el mar y resuenan las orillas
y entre los bosques el estruendo se recrece.
Mal se resisten las olas a curvos navíos
cuando del mar un revuelo de rápidos mergos
lleva hasta la playa sus graznidos, y cuando
las gaviotas juguetean en la playa seca
y la garza deja las lagunas conocidas
y por más arriba vuela de las altas nubes.
Verás a veces, cuando amenaza la tempestad,
cómo las estrellas se deslizan desde el cielo,
y tras ellas una larga estela en llamas
blanca se ilumina entre las sombras de la noche,
y a veces un remolino de pajas livianas
y de hojas muertas, o cómo, encima del agua,
van las plumas nadando y giran unas con otras.
Mas si vienen los relámpagos del crudo Bóreas
o truena en la casa del Céfiro y del Euro,
el campo se inunda entero, las zanjas rebosan,
y en el mar las velas húmedas el marinero
se apresta a recoger. Nunca sorprendió la lluvia
a quien no se la esperaba. Cuando asomó,
las grullas de alto vuelo en los profundos valles
buscaron su refugio, o bien fue la novilla
la que alzó la vista al cielo y aspiró la brisa,
hocicos de par en par, o bien la golondrina
voló estridente en círculos sobre el estanque
y las ranas cantaron sus quejas en el cieno.
También la hormiga, labrando un angosto sendero,
solía sacar los huevos de sus escondrijos,
y bebió el enorme arco iris las aguas,
y en gruesa columna, con denso aleteo graznó
huyendo del pasto un ejército de cuervos.
Las varias aves del mar y las que en dulces lagos
exploran del Caistro sus asiáticas praderas
con ardor el dorso de las alas se rocían
y a veces zambullen la cabeza entre las olas
y a veces corren hacia ellas, y verás cómo,
ansiosas por lavarse, saltan de impaciencia.
La terca corneja llama a gritos a la lluvia
y a solas se dispersa entre la arena seca.
Ni aun las mozas que hilaban vellones de noche
dejaron de barruntar tormenta, cuando viesen
cómo echa chispas en la lámpara encendida
el aceite y crece el moco del pabilo.
E igual podrás con el mal tiempo predecir
los días de sol, los cielos abiertos sin nubes
y por signos ciertos conocerlos: no parece
tan apagado el resplandor de las estrellas
ni debe la luna su luz a rayos hermanos
ni finos vellones de lana surcan el cielo;
ni sus alas los alciones, tan caros a Tetis,
al tibio sol despliegan en las playas, ni quieren
hozar cerdos inmundos gavillas desatadas.
Y bajan más las nieblas hasta la hondonada
y se desparraman por el campo, y la lechuza,
que observa la puesta de sol desde el alero,
en vano se afana en su canto nocturno.
Niso aparece en lo alto del límpido cielo
y Escila sufre el castigo a sus rojos cabellos:
adonde huya y corte el aire leve con las alas,
allí está Niso, su enemigo encarnizado,
que con grande estrépito la sigue por el cielo;
y dondequiera que Niso remonte su vuelo,
huye aprisa y corta el aire leve con las alas.
Prieto el gañote los cuervos entonces empalman
hasta tres veces y cuatro sus claros graznidos,
y a menudo, con no sé qué rara melodía,
se chillan bulliciosos entre la enramada
desde sus altos cubiles; pasadas las lluvias,
se complacen en volver a ver sus dulces nidos,
sus pequeñas crías. No creo que esto suceda
porque su ingenio esté inspirado por los dioses
ni su mayor prudencia sea cosa del destino;
sino que, cuando ha dado un giro el mal tiempo
y la humedad inestable del aire, y Júpiter,
amerado por los Austros, los vientos del sur,
así espesa lo suelto que aclara lo espeso,
cambian de aspecto las especies animadas,
una emoción les llena ahora el pecho
distinta que cuando el viento juntaba las nubes:
a partir de ahora viene el canto de los pájaros
en el campo y los rebaños llenos de alegría,
y aquel graznido jubiloso de los cuervos.
Pero si vuelves la vista hacia el curso del sol
y a los días del ciclo lunar, no han de fallarte
las horas mañana ni caerás en la trampa
de las noches serenas. Si el cuerno de la luna
abraza en la sombra una negra neblina,
se les prepara una fortísima tormenta
a los labradores y en el mar; y si un rubor
de virgen el rostro le cubriera, viento habrá,
que el aura de Febe se enrojece con el viento.
Si la cuarta luna (que es la fuente más segura)
con cuernos buidos por el cielo fuese nítida,
todo ese día y los que han de venir
un mes entero pasarán sin vientos y sin lluvia,
y a salvo en la orilla los marineros
a Glauco cumplirán sus votos y a Panopea
y también a Melicertes, el hijo de Ino.
También te dará señales el sol al salir
y después cuando se esconda entre las olas;
los signos más ciertos son los que siguen al sol
al amanecer y cuando salen las estrellas.
Si el sol salpica de manchas su disco naciente
oculto en una nube, medio escondido,
lluvias temas, pues amenaza desde el mar
el Noto, azote de los campos, de los árboles
y del ganado. O cuando al amanecer
rompen sin orden por nieblas espesas los rayos,
o cuando surge pálida la Aurora, que abandona
el lecho de Titono, del color del azafrán,
mal cuidará, ay, el pámpano la blanda uva,
porque a mares el granizo indeseable
con recio estruendo bota sobre los tejados.
Esto es lo que más provecho hará tener presente,
cuando el sol tras recorrer el cielo se recoge
pues varios colores vemos vagando a menudo
por su faz: azul cerúleo anuncia lluvias,
rojo el Euro; si manchas al fuego brillante
le empiezan a salir, verás entonces cómo
a la par los vientos se desatan que las lluvias:
esa noche no conseguirá nadie que al mar
yo salga ni rompa las amarras con la tierra.
Mas si al traer el sol al día de regreso
el disco sigue hasta esconderlo luminoso,
en vano te amedrentarán los nubarrones
y en vano los bosques verás que se estremecen
con el viento Aquilón, el que aclara los cielos.
Muchas veces también nos habrá de avisar
de que acechan secretas las perturbaciones,
que guerras ocultas se traman y añagazas:
él también, muerto el César, se apiadó de Roma,
su cabeza radiante con lóbrega herrumbre
cubrió, y un siglo de impiedades tuvo miedo
de pensar que aquella noche fuera eterna.
Aquellos días la tierra y las aguas del mar,
perros astrosos y pájaros de mal agüero
dieron también sus señales. ¡Cuántas veces vimos
arrojar el Etna de sus hornos reventados
hirviente marea por los campos de los Cíclopes,
vomitar globos de fuego y piedras derretidas!
Escuchó la Germania el fragor de las armas
por el entero cielo, y los Alpes temblaron
con insólito estremecimiento. Se oyó
una voz tronante por los bosques silenciosos
y pálidas fantasmas de espantosa facha
fueron vistas al caer la noche, e incluso,
¡fenómeno indecible!, las bestias hablaron;
los ríos se empantanan, se abre la tierra,
llora en los templos el marfil desconsolado,
los objetos de bronce se cubren de sudor.
Erídano, el rey de los ríos, revolviéndose
inunda los bosques en violentos remolinos
y los campos y arrambla con los ganados
y sus majadas todas. En ese mismo tiempo
no dejaron las entrañas de las tristes víctimas
de mostrar presagios ominosos, ni la sangre
cesó de manar en los pozos, ni las ciudades
de resonar profundas en medio de la noche
con el aullido de los lobos. Jamás cayeron
tantos relámpagos en cielo claro ni tantos
siniestros cometas ardieron. Y así fue
como dos veces vieron los campos de Filipos
entrar las tropas romanas en lid fratricida
con sus mismas armas; y no pareció indigno
a los altos dioses abonar con nuestra sangre
dos veces la Ematia y las vastas tierras del Hemo.
Ha de llegar el día en que el agricultor
se vaya encontrando por aquellos confines
al trabajar la tierra con el corvo arado
lanzas corroídas por herrumbres escabrosas,
o en yelmos vacíos chocarán rastras pesadas,
y lo embargará el asombro cuando vea
sobre tumbas abiertas enormes esqueletos.
Oh dioses custodios de la patria, y tú, Rómulo,
y tú, madre Vesta, que amparas de Roma el Palacio
y el Tíber toscano, dejad que este joven
acuda en socorro de un tiempo convulso.
Pues ya hemos pagado hace tiempo el perjurio
de la Troya de Laomedonte. Ya hace tiempo
que la regia estirpe del cielo nos envidia,
oh César, por tu causa, y lamenta que busques
honores de triunfo que los hombres te dedican.
Está lo justo confundido con lo injusto,
tantas guerras por el mundo, y caras del crimen;
ningún honor es digno del aladro, los campos
quedan yermos, los colonos fueron expulsados,
curvas hoces se funden en rígidas espadas.
El Éufrates nos lleva por aquí a la guerra,
por allá la Germania; las ciudades vecinas,
rotos los pactos, toman las armas; despiadado,
el dios Marte se ensaña por toda la tierra:
así salen las cuádrigas del arrancadero,
se lanzan a la pista y arrastran los caballos
al auriga que en vano tira de las bridas,
y el carro no escucha las voces de la rienda.


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