22.4.07

MATERIALES MODERNISTAS, 1


La voluntad de vivir es la novela póstuma de Vicente Blasco Ibáñez. Con todo el aparato romántico que las circunstancias merecían, el autor dejó dicho que se publicase después de su muerte porque algunas personas reales podían sentirse ofendidas. Teniendo en cuenta que también dejó caer que la novela era la historia de un adulterio, uno se puede figurar las intenciones: prolongar su fama de seductor hasta más allá de la muerte.
He leído esta novela porque fue escrita en 1907. Me he instalado en ese año y allí voy a pasar los próximos tres meses. Pero también la he leído porque Blasco era un maestro en algo que a mí me obsesiona cuando fabulo: la fluidez, la potencia rítmica. Y en eso Blasco es impecable. Sus novelas se leen sin querer, aun a pesar del aroma que a las pocas páginas empieza a fluir. Digamos que aceleró la prosa de Galdós sin encontrar el mismo arsenal de tipos y de escenas que don Benito.
Blasco Ibáñez empezó con Manuel Fernández y González, el folletinista que dirigía un taller de noveluchas como el maestro dirige un curso de redacción. Tiene mucha gracia Ramón Gómez de la Serna cuando lo cuenta:
Ya viejecillo y cansado se dormía, y entonces le decía a Blasco:
−Bueno, Blasquito, continúa tú el capítulo… Ya sabes: la condesa se desmaya, y el otro la roba y el…
Y salían y salían capítulos y capítulos de
La chulilla sensible y de El mocito de la fuentecilla en los que el novel ilusionado por la novela sabía cómo había corrido la pluma en el papel y cómo se llegaba al desenlace.
Ya lo creo que salían. Como churros. Es fascinante cómo estira el material sin resultar tedioso; cómo utiliza todos los tópicos sin resultar irritante. En esta novela, además, yo creo que intentó un ejercicio de modernismo. A veces se le ve detenerse un momento en la mesa del estudio de su casa de la Malvarrosa y pensar una frase bonita, que en su caso es alguna manera de adjetivar las carnes femeninas. El protagonista, se supone que él, aunque disfrazado de científico famoso, es varias veces llamado moro por su amante, una Paulina Rubio de principios del XX. “Ven aquí, moro mío”, le dice, entre otras lindezas, incluso después de que el moro, después de un largo (pero no tedioso) ataque de celos le suelte un par de hostias a Lucha y después se besen y se la vuelva a tirar. Sus descripciones de la mujer invitan a repasarse los labios con la lengua; son grasientas, adiposas, machorras, como en general es toda la novela. Hay poca historia. Blasco tiró de oficio para rellenar una historia de amor pero da la sensación de que se la inventa porque le resulta tediosa, como esos hombres de negocios que miran el reloj mientras besan a sus conquistas. Es una novela de amor escrita por alguien que tenía un sentido estrictamente charcutero del amor. Por detrás de las dudas existenciales está el hombre resoluto que no se para en barras ni puede perder más de quince días de su precioso tiempo en escribir una novela que encima no va a darle rendimientos inmediatos.
Es lo que más decepciona de Blasco, el que los personajes, las historias y las aventuras son expedientes que va cogiendo de un rimero de recursos de cartón. El dictador Valenzuela es un idiota (lástima que no explotase sus idioteces, como haría Valle mucho después), y el propio doctor Valdivia, el protagonista, cae en las más vulgares ordinarieces sentimentales. Para escribir una novela modernista era necesario ver menos carne todas partes y ser un poco más cínico.
Hace años escribí en el periódico que a Blasco Ibáñez había que ponerlo en los billetes, en vez de a Echegaray. Pero ni entonces lo dije con el desprecio con que se lo suele tratar ni ahora digo que sea malo. Blasco se metió a escribir su particular versión de La voluntad. Al principio se enreda un poco con la introspección y tal y cual, pero en cuanto aparece una tía buena la novela se desboca. Azorín ve a Lucha, la protagonista, y compone una postal petrificada. Blasco Ibáñez, si puede, se la tira, y luego, en vez de contarlo sólo a los amigos, como Dominguín, lo deja como testamento literario.

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