Hace poco menos que un año escribí una bernardina sobre la muerte del torero Víctor Barrio. Ayer me acosté con la noticia de que un toro de Baltasar Ibán había matado en una plaza del sur de Francia al torero vasco Iván Fandiño. No voy a escribir un obituario. Todos los periódicos han recordado las gestas históricas de Fandiño, su encierro con seis ganaderías duras en Las Ventas, o el hecho, también histórico, de ser un torero vasco. En ambos casos fue un detalle imprevisto, a Barrio lo descubrió una volada de aire, y a Fandiño un tropezón, y a Fandiño, como dije entonces a propósito de Barrio, no lo ha matado un toro cualquiera.
Esta vez los cronistas han hecho justicia con el torero, y el público y la profesión lo despedirán, es de suponer, con el respeto que se ganó en la plaza. Y esta vez, cómo no, los gusanos de internet se han vuelto a cebar con el cadáver. Aquí he escrito bastante sobre tauromaquia, pero siempre he evitado lidiar con los prohibicionistas. De unos años a esta parte resultó evidente que los toros estaban en su último tercio: la gente les da la espalda en aras de una humanidad que luego se manifiesta con todo su horror en esos comentarios biliosos de las redes. Hemos aprendido a mirar a los ojos a los animales, y muchos han abrazado una especie de jansenismo hipócrita que si fuera consecuente les llevaría a ser como ese personaje de Phillip Roth, creo recordar que de Pastoral americana, que vivía con una mascarilla para no matar a los microbios. Qué tiene una mosca que no tenga un elefante, a ver.
Pero esta vez sí me apetece entrar al trapo. Por si alguien lo dudaba, la raza humana es una especie carnívora y depredadora. Comprendo que los veganos sientan repugnancia por la sangre, pero es ridículo que los otros sean tan poco consecuentes, y que hablen de la horrorosa muerte de un toro de cinco años mientras le hincan el diente a una chuleta de ternera que no llegó a cumplir los doce meses. Lo que, desde siempre, molestó a los antitaurinos es que esa muerte sea un espectáculo, que no se haga en un matadero con una pistola eléctrica, en el mejor de los casos, sin que lo vea nadie más que un operario con un mono blanco manchado de sangre y gafas de buceo por si le salpica. Ninguno de los pollos a la plancha que se comen en las dietas saludables ha tenido la menor oportunidad de matar a su pollero, ni siquiera de dar un paseo en su efímera existencia, ni de tumbarse al sol. Somos humanos y comemos carne picada, y lo demás es una mera cuestión estética.
Tiene razón Savater cuando dice que la gente se piensa que los animales son personas disfrazadas de animales, lo que no entiendo es que les parezca más digno morir en la fila del matadero que en una pelea en la que, si anda fino, se puede cargar a su matarife. El toro bravo es una creación del ser humano, como las hamburguesas, y no está probado que la feria de San Isidro genere más violencia que las chuletadas. Lo que molesta, lo que hiere es que alguien pague por verlo. No solo no lo quieren ver, sino sobre todo que nadie lo vea. Pueden estar comiéndose un solomillo delante de la crónica de sucesos, pero quien va a los toros es un salvaje.
Durante años fui abonado de Las Ventas, bueno, realquilado, porque iba con el abono de un amigo a la andanada del 8. Luego me aparté, no tanto porque empezase a estar mal visto sino porque la fiesta era cada día más injusta, y toreros como Iván Fandiño podían lidiar la corrida más dura de la historia pero luego no los contrataban en carteles de triunfo previo. La fauna que rodea la tauromaquia, los taurinos, son gente de la peor especie, y yo uno de esos aficionados que aprendió de toros yendo a la plaza y leyendo después la crónica del maestro Joaquín Vidal. A Vidal lo odiaban los taurinos, era un gran escritor y quizás el principal responsable de que la tauromaquia resucitara también para la izquierda después de los años negros. En los 80 y 90 éramos muchos los aficionados transversales, individuos que jamás habían visto incompatibilidad entre la estética y la ideología, que admiraban a toreros como Barrio o Fandiño, como Luis de Pauloba, como Esplá, pero también se nos caía la baba con “Romero y Paula”, que cantó Enrique Morente. Leíamos a don Antonio Machado y a su hermano Manuel, y no nos parecía raro. Disfrutábamos de las columnas de Vicent y nos bebíamos las de Vidal. Y no éramos más sanguinarios, y acariciábamos al perro al volver a casa, y vivimos tardes de emoción. Ese tipo de aficionado cristalizó en el más grande torero de nuestra época, José Tomás, detrás de quien, como sucedió en Barcelona, se van cerrando ya las puertas de las plazas.
El único efecto que me hacen los anónimos necrófagos es que me dan más ganas de volver a los toros. A ver si este año traen a Teruel una corrida dura, hombre, y si no siempre quedará Las Ventas, o Francia, en cuyas plazas no se admiten corridas adulteradas, ni el mangoneo de los taurinos, ni el pavoneo de los que siempre van a mesa puesta por la vida, y donde no proliferan los gusanos. Allí a la gente le da un poco lo mismo el oropel, ellos quieren toros bravos, de Ibán, de Miura, de Victorino, de Adolfo, de Escolar, y a los toreros grandes como Iván Fandiño. Brindo por ellos con un vaso de vino y una tapa de jamón, de un cerdo que también anduvo a sus anchas por la dehesa pero que luego no se pudo defender. Eso sí, nadie lo vio cuando lo estaban matando.
Yo distingo entre las corridas de toros que pueden o no gustarme según la calidad de los astados y el arte del torero y los toros de las fiestas populares que si un día me gustaron, hoy me abstengo de verlos: vaquilla, embolados, de fuego...
ResponderEliminarUn abrazo, Antonio
Yo también, Luis Antonio. No soporto el espectáculo de la masa cuando agobia al animal, no hay en ello nada noble.
ResponderEliminarSublime texto. Es la primera vez que disfruto leyendo algo con lo que no estoy de acuerdo en absoluto. No estar de acuerdo en los términos de nobleza y demás, puesto que jamás festejaría la muerte de un congénere, sea torero, político, o lo que fuera.
ResponderEliminarQuisiera preguntar qué significado toma el hecho de que el toro se pueda defender de quien lo quiere matar. ¿No es eso algo también diseñado por nosotros, los humanos?
También quisiera apelar al argumento en el cual se retrata la hipocresía de la gente que señala la muerte de un toro en una plaza mientras se come un chuletón, aportando mi granito de arena. Estoy muy seguro de que, por lo menos, al día, alguien muere haciendo su trabajo en la obra, en una cocina, salvando a alguien en un incendio. ¿Por qué se señala la muerte del torero, y no de los demás?
Una vez más, excelente bernardina. Me ha sorprendido lo mucho que la he disfrutado, siendo como suelo ser de intransigente con las cosas que difieren de mi forma de pensar.
Hombre, Álex, qué sorpresa, tu inconfundible voz al escribir.
ResponderEliminarLa verdad es que lo escribí porque me carga la coartada de los buenos sentimientos para excretar todo tipo de barbaridades. Tienes razón en que todo, hasta la posible defensa del toro, es un invento humano: a unos los hacen mansos; a otros, violentos. Pero es que nada escapa a esa invención, salvo, quizá, la fauna salvaje, que también suele estar regulada, es decir, recreada por el ser humano.
Con respecto a lo del diferente rango de la muerte, también te doy la razón, todas las muertes son la misma muerte, pero mucho me extrañaría que quienes han propalado esa contradicción incurren en ella cada vez que desaparece alguien a quien ellos consideran relevante. Por ese procedimiento, y para no agraviar a nadie, deberían silenciarse todas las muertes, o dedicar homenajes a todo el que se muera, claro. Desde siempre ha habido muertes que causan revuelo y prolongan el ritual macabro tan querido por la cultura del Mediterráneo. Pero en otros ámbitos no nos molesta, cuando muere un montañero que iba a escalar un monte muy temido, cuando se estrella un piloto en la flor de la vida, por no hablar de cuando un jugador de fútbol cae fulminado en el césped o un artista se cae del alambre, vaya. Creo que va con la especie, por eso quienes, desde el púlpito, han insistido en ese argumento se contradicen desde el momento en que se consideran a sí mismos importantes. Si uno muy famoso que lo ha dicho esta mañana falleciese de repente, los hados no lo quieran, el telediario del día siguiente abriría con su entierro. Creo que también eran ganas de despreciar, no en tu caso, pero sí en el de quien lo ha dicho desde la notoriedad popular.
Un placer verte por aquí, Álex. Espero que todo te vaya bien. Yo ya no paseo por la carretera de Zaragoza entre clase y clase, pero la memoria la mantengo viva.
Es sin duda un placer el poder leer las palabras de mi profesor más admirado. Amén al comentario, pues estoy de acuerdo con todo. Y temo que yo también he pecado de la hipocresía de haber escrito el comentario anterior después de haber lamentado el aniversario de una muerte de otro artista, un 28 de diciembre. De ahí empecé a hilar tema y tema, y acabé divagando sobre cosas que no tenían nada que ver con el primer asunto, como es típico de mí.
EliminarMe alegra mucho que haya respondido mi comentario, profesor. Es para mí también un placer poder leerle y saber que se acuerda de mí. Las cosas van, ni bien, ni mal, fluyen, como todo un poco en la vida. Espero que usted esté bien, La Serna perdió a su, en mi opinión, mejor docente cuando usted dejó de caminar por sus pasillos.
Lo suscribo todo al 100%
ResponderEliminarYo creo que el incremento de los acólitos del prohibicionismo está relacionado con la fortísima moda de las mascotas (básicamente perros y gatos) y la infantilización de una sociedad que sueña con censurar un hecho tan trascendental como la muerte. Los mascotistas proyectan sobre el toro de lidia las características del perro y el gatito -tremendo error- y se rasgan las vestiduras. Ni que decir tiene que ese adulto-niño es incapaz de comprender que el arte de crear belleza entre los brazos de la muerte es una de las Artes Supremas. Sí sería noble Iván Fandiño que incluso practicó el arte de entrar a matar prescindiendo de la muleta, toro y torero mirándose las pupilas de los ojos, uno con sus pitones, el otro con su espada...
ResponderEliminarPor cierto, una vez vi en un documental cómo una vaca lloraba desconsoladamente en la fila que la conducía a la descarga eléctrica del matadero. Desde entonces lo tengo claro: la del toro de lidia es la buena muerte.
Saludos.