19.7.17

Pasmaos


   Debió de ser a principios de los 90. Ibas en coche al trabajo y en la autovía te encontrabas carteles enormes con un no menos enorme Jesús Gil animando a los aficionados a que se abonasen al Atlético de Madrid. Abonaros, decía, sin más, el cartel, en letrajas blanquirrojas. Era un buen reclamo porque por aquel entonces parecía feo usar por escrito el lenguaje que se usaba al hablar. Aquella erre iba cargada de significado: “yo no soy un ricachón más, yo soy uno de vosotros, empleo el lenguaje real y no me avergüenza, porque tampoco me avergüenza la vida real”. Era aquello tan odioso de la campechanía, un residuo feudal por el que los marqueses accedían a compartir un vaso de bon vino con el populacho. 
La estupenda empresa de publicidad que ha trabajado siempre para el Atlético sabía que los españoles llevaban aún metida en la sesera la norma lingüística como si fuera un catecismo. Pero eso fue, ya digo, a principios de los 90. Casi treinta años después, la gente de internet, que por regla general escribe con los pies, se escandaliza de que la Academia incluya en su diccionario la voz iros además de la antigualla idos
Por más que unos y otros hayan recordado que la Academia constata, no purga ni obliga, quedan rescoldos del altar en el que la gente común tiene al idioma. El problema es que decir iros no es cometer un error ni hablar mal ni confundirse de consonante ni nada de eso. Las lenguas evolucionan porque se hablan según las normas fonéticas, no según las administrativas, y en muchas ocasiones conservan la voz no evolucionada y la voz sin evolucionar, pero el uso las hace difíciles de intercambiar. Idos lleva una connotación que va incluso más allá del hombre culto para entrar en el redicho. Iros es tan común que no lleva siquiera carga peyorativa. Decirlo es no decir nada de uno mismo, ni que habla bien ni que habla mal. El ceremonial católico vio que idos no funcionaba y tiró de autoridad para saltarse el doblete con podéis ir. Idos en paz suena a chiste, e Iros en paz demasiado chabacano. Id en paz ya es la monda, e Ir en paz suena raro.
Todo esto tiene una razón bastante simple que habla de cómo una lengua se perfecciona, se hace mejor, más eufónica y precisa, cuando se impone un uso ilegal que hace décadas arrumbó el uso legal al olvido. ¿Quién dice ahora satisfarías, que parece un anuncio de puros?
Idos suena mal porque, al ser imperativo, siempre es primera palabra de frase, y estamos acostumbrados a que sea, por lo menos, última parte de palabra. Los idos nos suena un poco mejor, pero ya lo vinculamos con el participio. Pero esa -s final hace que su empleo quede tan restringido que casi no cuenta con oportunidades de uso. Las dentales intervocálicas son las consonantes menos estables, llevan siglos sonorizándose hasta casi desaparecer en los participios y de este tipo de imperativos, pero, como nos suena aún más raro decir íos, es aquí el único caso en el que se conserva. Se han acostumbrado a su papel flexivo, a ser una marca de participio en la que la lengua no trabaja demasiado. Pero en idos la /d/ tiene además un protagonismo que la hace incómoda de pronunciar. De hecho no pronunciaremos igual y uno y dos que idos, porque en y dos relajamos la pronunciación de la /i/ de modo que podamos articular bien la /d/, pero en idos debemos incidir tanto en la /i/ que la /d/ se hunde en su sonoridad y no suena clara. Todo eso hace que la palabra resulte ortopédica y el hablante tienda a no saber qué ha escuchado. 
Con iros el problema queda resuelto. Podemos cargar el tono en la /i/ sin que se desvirtúe la pronunciación de la /r/. Y ocurre con casi todos los imperativos de presente en segunda persona del plural. Mirad solo puede terminar como mirá o como mirar, porque la /d/, otra vez, para que sea reconocible, tiene que ser hiperpronunciada, y suena tan cursi como quienes se empeñan en llevar la última /d/ de Madrid hasta los terrenos de la /t/, o con una especie de paragoge (madride) todavía más ridícula. 
Por otra parte, el infinitivo siempre ha tenido un matiz exhortativo. El irse de Lola Flores, tan citado estos días, es antiquísimo. ¡No preocuparse!, hemos oído decir muchas veces sin que nos pareciese raro ni mal dicho, quizá porque lo identificábamos con el apócope de una perífrasis de obligación, no (hay que) preocuparse. Incluso hemos empleado indistintamente la expresión sin tardar con la expresión no tardar, del mismo modo que NO PISAR nos parece normal, más que NO PISEN, que parece alemán. Como, a veces, hay que precisar un poco más, y para eso tenemos los enclíticos, decimos no pisaros, pero no *no pisaos, sino en todo caso no os piséis, aunque no pisaros, como sin pisaros, suena más a norma general, no a advertencia concreta.
Seguro que un académico como Pérez Reverte lo explicaría mejor, pero es un ejemplo estupendo de cómo la lengua reacciona ante sus propias debilidades. Yo empleo unas veces mirad y otras mirar, según dónde esté y lo redicho que me apetezca parecer, y seguramente diré, con tono entre solemne y zumbón, miraos al espejo, aunque lo más probable es que diga miraros los bolsillos si la cosa es más terrenal; pero solo empleo id o iros, jamás idos, como tampoco digo jodeos ni meaos ni nada de eso, ni creo que me haya visto nunca en el trance de decirlo. Ni yo ni nadie, vaya. Y digo venid y venir según convenga, y muchas más veces veniros que veníos, o incluso la reliquia de otros tiempos veniíd (y vamos todos).

1 comentario:

  1. ... con floores aa María...

    Buen verano. Y lento, a poder ser.

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