2.5.06

Plátano

Un personaje de alguna novela de Evelyn Waugh, ahora no recuerdo cuál, llega a una mansión a cuya puerta se yergue un espléndido roble centenario, imprescindible para el conjunto señorial del edificio. El visitante se entera, sin embargo, de que la casa tiene la misma edad que el roble, es decir, que su dueño lo plantó para la posteridad, y que a su muerte, muy probablemente, el árbol todavía era un plantón huesudo y larguirucho. El dueño nunca vio el impresionante aspecto final de su obra, y lo sabía.
Me he acordado de esto con las divertidas amenazas de la baronesa Tita, que dice que se va a encadenar a los árboles del paseo del Prado “porque los plantó Carlos III”. Me gustaría ver la cadena con la que se va a encadenar la baronesa, igual es del ajuar de María Amalia de Sajonia, como poco. Al parecer, aunque ella diga que quiere atarse a un cedro, los árboles que van a ser talados son plátanos centenarios, pero no magnolios, ni siquiera olmos, y quizá el plátano sea, junto con el delicioso ailanto, el árbol que crece más deprisa, el árbol que plantan los que lo quieren ver grande y no piensan ni por asomo en que sus descendientes puedan disfrutar de un roble añoso.
Esto es muy francés. El apego a este mundo que llegó con el XVIII incluía sobreponerse a la lentitud de la naturaleza. Carlos III, como Esperanza Aguirre, era capaz de cargarse toda clase de árboles autóctonos y sustituirlos por una colección de plátanos que pronto pareciesen de toda la vida. Es lo que luego hacía el señor de Rênal, alcalde de Verrières, en Rojo y Negro. Y así, con esa moda pequeño burguesa, las plazas de media España cultivan esos pobres plátanos que no son más que un tronco gordo y un muñón, sombra fácil, botánica de cicatriz.
A la baronesa, los plátanos, vulgares como las plazas de los pueblos, le importan más bien poco. La baronesa lo que no quiere es meterse en obras, que se pone todo perdido. Los plátanos le dan la sombra histórica pero no son ninguna joya. La joya sería el roble de Waugh, un roble plantado por ella misma, para quienes, en el futuro, lo pudiesen disfrutar. El Quercus Tita, lo llamaríamos en su memoria.

DDT, 3/V/2006

2 comentarios:

  1. Al margen del linaje del árbol, no entiendo la manía del faraón madrileño de destruirlo todo para dejar su huella. No creo que nadie le recuerde como a Carlos III, más bien nos acordamos cada día de su madre.
    ¿Qué sentido tiene girar las fuentes de Neptuno y Cibeles para que se vean las caras?
    ¿Qué razón hay para talar unos árboles que dan su magnifica sombra, sean plátanos o robles, para cambiar estúpidamente la circulación?
    Una vez me encontré en la calle Almagro con unas cejas que andaban y no llevaba escolta. Desperdicié una oportunidad de oro para defender Madrid de este buitre leonado. No hubiera sido un magnicidio, sino defensa propia

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  2. Anónimo12:51 p. m.

    Que se amarre a una col:


    http://www.jornada.unam.mx/imprimir.php?fecha=20051114&nota=044n1est.php&seccion=nota

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