22.9.08

Doctorow, La gran marcha

La gran marcha narra el último gran episodio de la Guerra de Secesión, la expedición de las tropas unionistas del general Sherman a través de los estados de Georgia y de las dos Carolinas hasta el armisticio final en Raleigh, incluidos el asesinato de Abraham Lincoln y la renegociación que llevó a cabo el general Grant porque Sherman, al final, había sido demasiado compasivo con Johnson y sus tropas sudistas.
Como ya hizo en Ragtime, Doctorow utiliza la estructura de mosaico y acumula breves escenas alternando los protagonismos entre unos cuantos personajes que van fijando su actuación al tiempo que otros se diluyen o mueren. Es el caso de Will, un soldado rebelde que muere cuando le tocaba desplegar su contenido dramático, o de la señorita Jefferson, dama del sur que marcha con las tropas del norte y se supone que es por amor. Otros personajes sobreviven a la acumulación de acontecimientos históricos, bien porque sean testigos de algunos muy importantes, como el cirujano Wrede, o porque ellos mismos son ya un acontecimiento histórico, como es el caso del propio general Sherman.
Hay, no obstante, un puñado de personajes muy interesantes, rematados sin embargo con desigual fortuna. Quizá el mejor sea Arly, un buscavidas que no deja de ampararse en la Biblia para sofocar el miedo y justificar su alegre falta de escrúpulos. Es uno de los tres o cuatro personajes que lamentamos no tengan una novela para ellos solos. Otro, quizá, sería el cirujano Wrede, demasiado plano en su obsesiva profesionalidad, o la negra de piel blanca Pearl, excesivamente cinematográfica, demasiado color púrpura. Todos ellos, por cierto, muy atractivos, en una novela en la que la maldad es un dato histórico pero todo el mundo va buscando emociones blandas en mitad de la batalla.
Porque la batalla que plantea esta novela no es tanto entre las tropas de unionistas y confederados como entre la propia novela contra la historia que tiene que narrar. A Doctorow no le duelen prendas en presentar los ejércitos del norte como grandes héroes de la libertad y a los del sur como un hatajo de desharrapados. Si lo que estás narrando es cómo un ejército libera a todos los esclavos que encuentra a su paso, el propagandismo es, más que comprensible, tópico. El problema viene cuando, con una extensión tan limitada (no llega a las 400 páginas) el autor no sólo debe contar con propiedad histórica uno de los episodios más importantes de la historia de su país sino contar también una novela que lleva a cuestas un arsenal de documentación histórica. La Historia la rodea por el flanco izquierdo, por el derecho la ambientación, y por el frente una cantidad excesiva de personajes cuyo desenvolvimiento dramático es mucho más lento que el discurrir de los hechos. Así la novela avanza replegada en una voluntad de concisión que con frecuencia degenera en el resumen. De vez en cuando vienen a rescatarla buenos personajes con buenas historias, pero la necesidad de seguir siendo fiel a la verdad vuelve a nublarlo todo con el humo de la pólvora.
No la he disfrutado por eso, por lo apretado que está todo, y porque cada vez que un personaje me hacía disfrutar de su condición literaria venía la Historia para que ningún detalle de la verdad quedara sin mencionar. Creo que la sola historia de Arly bastaba para una buena novela, teniendo en cuenta que es un hombre que, a poco de terminar la novela, descubre una faceta tan novelesca como la posibilidad de convertirse en aquella persona de la que vaya disfrazado. Pero eso no dura más que lo justo para que la historia venga a encargarse de su triste destino.
Novelas de semejante envergadura se solventan en novelones como La última viuda de la Confederación lo cuenta todo, de Allan Gurganus, absolutamente fascinante, pero aquí al juego de proporciones le tira un poco la sisa. A mi personaje favorito, Arly, le pasa lo mismo. Se pone el uniforme azul de un muerto que le viene pequeño durante doscientas y pico páginas. Los novelistas deberían ser más respetuosos con el lector: si a mí me dicen eso en las primeras páginas, ya no me siento cómodo hasta que se quite la chaqueta. Luego te das cuenta de que la que llevaba una chaqueta estrecha era la novela entera.

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