14.10.10

Una nueva edición del Polifemo, 1

La editorial Cátedra ha renovado su vieja edición del Polifemo, de Alexander A. Parker, por otra, mucho más extensa, de Jesús Ponce Cárdenas. Aparte de la introducción y un comentario de cada una de las octavas, que ya comentaré, lo primero que llama la atención es que perpetúe las manías editoras que más han contribuido a hacer de Góngora el poeta inextricable que no necesariamente es.

Salvo en la de Carreira, todas las ediciones modernas, incluida esta de Jesús Ponce Cárdenas, siguen la puntuación que propuso Dámaso Alonso y no la primitiva del manuscrito Chacón. Esperaba de esta nueva edición que no aceptase la inercia crítica de tantos años que nos ha dejado un Góngora señalizado, con flechas que indican accidentes sintácticos y destrozan el ritmo del verso, cuando no tergiversan su intención o su estructura.

Ya desde la primera estrofa el poema no sólo se enreda con la puntuación innecesariamente sino que atenta contra un par de cuestiones fundamentales. La primera es que un poema de Góngora tiene, como mínimo, dos lecturas: la, digamos, lectura musical, el recitado de versos que son palabras de once sílabas la mayoría, donde los ecos sonoros van formando un sentido nebuloso pero suficiente, y otra lectura del contenido, tan detenida como pueda ser la de un poeta clásico. Es entonces cuando nos paramos a contemplar el tejido sintáctico que mantiene en equilibrio esas frases que parecen salirse del idioma, brillar en tanto que palabras antes que como significados.

Si comparamos esa primera estrofa según la editó Chacón con la de Dámaso Alonso, las diferencias siguen siendo tan notables como inexplicables. La de Chacón dice:

Estas, que me dictó, rimas sonoras,

Culta sí, aunque bucólica Talía,

O excelso conde, en las purpúreas horas

Que es rosas la alba, i rosicler el día.

Ahora que de luz tu niebla doras,

Escucha al son de la zampoña mía:

Si ya los muros no te ven de Huelva

Peinar el viento, fatigar la selva.

Y la de Alonso:

Estas que me dictó rimas sonoras,

Culta sí, aunque bucólica, Talía

–¡oh excelso conde!-, en las purpúreas horas

que es rosas la alba y rosicler el día,

ahora que de luz tu Niebla doras,

escucha, al son de la zampoña mía,

si ya los muros no te ven, de Huelva,

peinar el viento, fatigar la selva

Y el caso es que Dámaso Alonso había empezado bien, quitando esas innecesarias, si no incorrectas, comas con que Chacón había separado el que me dictó. En efecto, la cláusula adjetiva no es explicativa sino especificativa, y además va en contra del sentido común. Con toda naturalidad podemos decir: “Toma estas que me dio bien ricas”, si nos estamos refiriendo a unas hortalizas que alguien nos regaló y nosotros ofrecemos al visitante. Sonaría raro “Toma estas, que me dio, bien ricas”, y casi ininteligible.

Era muy loable el afán de desnudez del primer verso, pero en el segundo Alonso operó justo al revés. Chacón no había entorpecido la preciosa secuencia “bucólica Talía”, de buscada eufonía, aunque sí había dejado otra coma innecesaria, la de “Culta sí, aunque bucólica”. No hay editor que no las conserve, pero tampoco que las justifique. La valla que separa bucólica de Talía seguramente nace de un intento reparador, al considerar que la cláusula “aunque bucólica”, debía cerrarse si se había previamente abierto. ¿Era necesario hacerlo? ¿No se entiende la expresión “culta sí aunque bucólica”? De hecho, la expresión “sí aunque” relaciona más la subordinación concesiva con el propio adverbio que con el verbo. En todo caso no es lo mismo decir, por ejemplo, “sí aunque me duela” que decir “sí, aunque me duela”; hay un leve matiz perlocutivo, como dicen los pragmáticos tediosos, un distinto grado de afirmación, y de intención, incluso de decisión.

No era, en resumen, necesaria tampoco esa coma, pero al menos lo era elegir uno de los dos distintos matices que su uso comportaba. Y era un buen momento porque toda la fábula es, en efecto, culta sí aunque bucólica, es decir, culta incluso tratándose de un tema inculto como la bucólica: sigue siendo culta, gravis, aunque trate de un tema bucólico, humilis. Con coma, este seguir siendo desaparece, y el aunque acapara un carácter de objeción que antes solo era de intensidad. Con comas el aunque no significa “aún incluso”. Lo contrario, la simple objeción, sonaría a juicio previo, apresurado y poco halagüeño del propio Góngora.

También fue Alonso el que se empeñó en levantar una empalizada de comas y rayas en torno al “Oh excelso conde”, que se bastaba, como hizo Chacón y continuó Carreira, con una simple coma. El nuevo editor, en este caso, tira por la calle de en medio:

CHACÓN: O excelso conde, en las purpúreas horas

ALONSO: –¡oh excelso conde!-, en las purpúreas horas

CARREIRA: Oh excelso conde, en las purpúreas horas

PONCE: ¡oh excelso conde!, en las purpúreas horas

Otra vez la lectura de Chacón es más que suficiente, y aun esa sería innecesaria, toda vez que no hay posible sinalefa entre “conde” y “en”, y la pausa es obligada. Otra cosa es que se quiera acotar el vocativo, pero en ese caso se sigue perdiendo la posibilidad de la disemia. “En las purpúreas horas”, si lleva coma delante, indica la circunstancia en que el conde de Niebla ha de escuchar las rimas sonoras, como si el conde madrugase para escuchar poesía. Si no la lleva, entonces “en las purpúreas horas” puede también modificar al conde, igual que puede ser un conde en apuros, un conde en horas bajas o un conde en las purpúreas horas. Si ese complemento lo es del verbo dictó y no del nombre o del adjetivo incluso, o por lo menos del otro verbo, escucha, el sentido pierde la parte metafórica que le corresponde en la imagen solar del conde. Es la musa la que dictó los versos al amanecer, pero también el conde el que lee, en sus purpúreas horas, la obra del poeta, que no es quién para señalarle una hora concreta.

Quedan dos comas en esta primera estrofa, y eso por no tener en cuenta las de final de verso, en cierto modo redundantes porque el final del verso ya es suficiente detención y marca sintáctica. Pero en el penúltimo verso hay una coma que me ha dañado la vista desde las primeras veces que leí este maravilloso poema.

Si ya los muros no te ven, de Huelva,

Esto es lo que se llama hipercrítica cómica, por llamarlo de alguna manera. Más de un editor ha comentado que esas comas no indican detención del ritmo, pausa ni anáclasis de ninguna clase, sino que son algo así como una ayuda al lector. Es decir, están para que no se las tenga en cuenta, o para remarcar un solo y principal sentido sintáctico. Y se olvida que el hipérbaton por posposición de adyacente con traslación, en la clasificación de Dámaso Alonso, es lo suficiente natural en nuestra lengua poética para no necesitar señales, del tipo “flores en esta vence de Hipomenes”, “arenas vuelve de la verde vega” o “cristales agotar de clara fuente”, por citar tres versos de Tirso que desde luego no requieren de comas para ser entendidos.

Este miedo a la oscuridad de muchos críticos le ha hecho un cierto daño al gran maestro Cordobés. A veces es costosa la comprensión de sus poemas, pero mucho más si encima de ellos se trazan rayaduras interpretativas, unas veces prescindibles y otras contraproducentes. Si desplumamos la primera octava del poema, de las 11 comas que usa Dámaso Alonso, podríamos dejarlo en 4, y el sentido del poema no sólo no se resentiría sino sonaría con su propia cadencia, no con la del crítico.

Estas que me dictó rimas sonoras

Culta sí aunque bucólica Talía,

oh excelso conde, en las purpúreas horas

que es rosas la alba y rosicler el día,

ahora que de luz tu Niebla doras

escucha al son de la zampoña mía

si ya los muros no te ven de Huelva

peinar el viento, fatigar la selva.

Esto mismo, en fin, habría que hacerlo con las 63 octavas del poema, y devolver de una vez a un Góngora, si no desnudo, que por lo menos su editor no le enmiende tanto la plana al mismísimo señor de Polvoranca.

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