3.3.12

Hipómanes



Geórgicas, III, 241-283

Hasta ese extremo toda clase de hombres
y de fieras terrestres y animales de agua,
ganados y pintadas aves se arrojan furiosas
al fuego, al amor, que es el mismo para todos.
No en otro tiempo fue más fiera la leona
por el campo, olvidada ya de sus cachorrillos,
ni los osos deformes causaron por doquier
tanta muerte y tantos estragos en los bosques;
es entonces furo el jabalí, es entonces la tigre
más salvaje que nunca; ay, y qué peligroso
es ir vagando entonces por los desiertos libios.
¿No ves cómo un temblor sacude a los caballos
por el cuerpo entero con solo que la olor
un aire familiar haya traído? No hay
ni freno de jinete ni látigo cruel
barranco ni roqueda capaz de contenerlos
ni río que se cruce ni torrente que arrastre
montañas descuajadas. Hasta el cerdo sabélico
corre y se afila los colmillos y escarba
la tierra con el pie y restriega la lomera
en un árbol y aquí y allá curte los flancos,
por prevenir heridas. ¿Y qué no hará el mozo
a quien el insensible amor se vuelve fuego
que abrasa las entrañas? Allá va el muchacho,
entrada ya la ciega noche, cruzando a nado
el crespo mar de cuando estalla la tormenta,
y las puertas del cielo, por encima de él,
atruenan majestuosas y retumban las aguas
que van a estrellarse contra los peñascales;
ni pueden retenerlo sus desdichados padres
ni la novia, que muerte cruel ha de tener.
¿Qué decir de los linces manchados del dios Baco,
de la raza violenta de lobos y de perros?
¿Y qué de las peleas de inofensivos ciervos?
Ya se sabe el furor que distingue a las yeguas;
Venus misma les dio su pasión allá cuando
las cuadrigas de Potnias a Glauco le arrancaron
los miembros a bocados. Las lleva el amor
más allá de los Gárgaras y el estruendoso Ascanio;
coronan las montañas, los ríos atraviesan.
Y en que el fuego penetra las médulas ansiosas
(más por la primavera, pues es por primavera
cuando el calor vuelve a los huesos), se suben
vueltas cara el Zéfiro a las altas peñas,
se embeben de brisas sutiles, y a menudo,
sin coyunda ninguna, quedan, oh maravilla,
preñadas por el viento. Huidas se dispersan
por entre los peñascos, riscos y hondos valles,
no, Euro, hacia donde tú naces ni el sol sale,
sino hacia el Bóreas y donde sopla el Cauro,
o allí donde nace el tenebroso Austro
que el cielo oscurece de lluvia y de frío.
Humor viscoso entonces destilan por la ingle,
hipómanes lo llaman los pastores, hipómanes,
que las malas madrastras solían recoger
y mezclaban con hierbas y aciagos conjuros.

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