Lo ha dicho Alberto Entrerríos, que es más fiable que yo: “Ellos,
cuando han visto que nos íbamos en el marcador, no han luchado. La segunda
parte ha sido una celebración”. En realidad el partido duró cinco minutos, incluso
menos, porque con el 3-0 el partido estaba terminado. Es como si un jugador de
ajedrez pierde una torre en las primeras jugadas, que ya no sigue. Seguir
habría sido desesperarse, de modo que la fantástica final se ha reducido a un
arranque portentoso y una cantidad anormalmente abultada de goles y de minutos
de la basura. Landin tenía frío el dispositivo de reacción instantánea que
lleva incrustado en el bulbo raquídeo, y eso que empezó bien, pero la posición
de la victoria ya estaba ganada. Si les hubiesen dejado, habrían arrojado la
toalla nada más empezar.
Sterbik
no empezó tan bien, pero después entró en uno de esos trances en los que habría
parado lo que fuese aunque se hubiera dedicado a hacer el chorras. Cañellas lo metía
todo, siempre por el mismo sitio. Jorge Maqueda es más potente que Diomedes,
avanzaba con los adversarios colgados de los bíceps hasta que empotraba la bola
en la portería. Aguinagalde el Vasco hacía la peonza en la raya con más salero
que un patinador. Rivera Jr. tiraba vaselinas que dolían. Cuando Mikkel Hansen
se decidía a blandir la pica, se daba de morros con Viran, un titán. Montoro
lanzaba como el Junco el otro día, soltaba la ballesta desde su casa.
Hubo dos
factores que desequilibraron el encuentro, y este fue uno. Los jugadores
españoles cogieron el sitio, el papel. Montoro hizo de Junco y Entrerríos de
Hansen y Morros de Toft y Sterbik de los dos guardametas rivales juntos. Tomás,
por ejemplo, se comportaba como si llevara el cuerpo que Eggert llevó el otro
día. Fueron lo que los rivales querían ser. Les robaron la cartera por el
procedimiento de pedirle dinero al ladrón, cobraron esas tres décimas de
ventaja y los daneses decidieron sumirse en una melancolía transitoria y actuar
como cuando, en sus respectivos clubes, tienen un día malo, de poco público y
torpezas acumuladas, y, más que inhibirse, ahorran las pocas fuerzas que les
quedan.
El otro
factor, Sterbik aparte, que, como se suele decir, decantó el duelo, fue un
movimiento muy astuto del entrenador, Valero Rivera: dejó en el banquillo
al único que todo el mundo habría dado por hecho que sería titular, Entrerríos,
y lo sustituyó por Antonio García, que solo estuvo en cancha los minutos
decisivos, los primeros, el tiempo de la sorpresa, del imprevisto que no estaba
en las pizarras, y en ese tiempo cogió para su equipo unos metros insalvables.
Luego volvió Palante, hijo de Evandro, en su último partido con la selección, y ya no hubo marcha atrás. Los daneses no entendían, las charlas tácticas hacían aguas, aquello era una
improvisación intolerable. Mikkel Hansen quiso ser Entrerríos pero se encontró
siendo Antonio García, que se pasó luego el partido en el banquillo. Viran
Morros y Gedeón Guardiola cogieron el palo antes que Toft Hansen, como si fuera
el juego del pañuelo. Aquello desestabilizó todo. Los lanzamientos no venían
por las esquinas, como estaba pactado en el ordenador, sino por un ataque
acorazado, apisonador, un llegar hasta las líneas enemigas arrancándose las
flechas, unos contraataques que eran los que tenía previsto hacer Dinamarca,
que se dejó apalear con la arrogancia de quien lo quiere todo o nada.
En
eso no tengo que desdecirme. El balonmano de élite se ha sofisticado tanto que
ya no importa dejarse la vida en una derrota segura. Es
posible que la razón moldee más el pundonor en Dinamarca, pero la actitud de
los jugadores daneses no es lo que los románticos entendían por patriótica. La
regla del pasivo impide que un equipo pase el tiempo peloteando
inofensivamente, pero debería haber otra regla, al menos en estos campeonatos,
que impidiese bajar los brazos tan temprano. Dinamarca no quiso pelear, y quizá
fuera lo más razonable. Pero esto no es ciencia, esto es epopeya, lucha
encarnizada. Sabían los daneses que abandonando la partida no nos darían el
gustazo a los espectadores de sentir emoción, que siempre es más intensa que la
simple alegría. Mejor que yo lo ha dicho el gran Sterbik: "Las victorias son más dulces cuando ganas en una lucha más
fuerte".
¿Despejadas las dudas sobre la actitud del público?
ResponderEliminarYa lo creo. ¡Ha sonado hasta Manolo Escobar!
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