25.9.19

Yedra


Íbamos a hacer algunos arreglos en el viejo cenador pero era imposible si no despejábamos su lado sur, una pared de yedra y madreselva que amenazaba con cubrirlo entero. Por su lado norte, cuelga el rojo de las parras bordes que se plantaron nada más construir el cenador, y que han ido retrocediendo ante la avalancha, sobre todo, de la madreselva. El caso es que había que quitarlas, y después de meditar sobre los años que hace que están plantadas y ver los gruesos troncos que se habían enroscado en las columnillas de cemento, empezamos por limpiar el suelo, una alfombra de humus con la trama de las guías rastreras de la yedra, hojas podridas, barros orgánicos, y a ver, a volver a ver, el primitivo pavimento del cenador.
Pero no me extraña que algunas terapias consistan en destruir. La yedra japonesa crece por más sitios, y aun así, antes de proceder a su arrasamiento, plantamos unos cuantos esquejes con los que después, en otra parte, podamos reproducirla. Crece muy rápida, sus troncos gruesos se cortan sin dificultad con la tijera, unos brotes bien enraizados pueden cubrir un muro en tres o cuatro años. No había, pues, dolores de conciencia. Con la madreselva es más fácil: crece como la espuma, y aunque resulta estupenda para enzarzarse en los linderos, va generando una madeja de tallos secos que recoge todo lo que vuela. Es hora de devolver sus proporciones al sombrajo, y de plantar otras especies de enredadera.
La tala y desbroce fue un placer. La yedra japonesa tenía dos troncos gruesos, como un antebrazo de gordos, que se subdividían en ramas pegadas a la pared. Unas subían a la cubierta del cenador, otras colgaban por la barbacana. Al cortarlas fue apareciendo un lienzo del antiguo muro, en una desnudez que a mí me pareció arqueológica, y eso que se levantó cuando yo era niño, y algunas de las piedras de río que asoman entre el cemento pasaron por mis manos antes de dormir allí. Volvió la pérgola tal y como fue concebida, sin zarzas que la invadiesen. Tan solo dejé un escaramujo muy alto, coronado de frutos rojos, que había sobrevivido a las dos depredadoras. Ahora el balcón limpio ya es un mirador. Por mucho que cubra de cemento los tocones, me temo que la yedra japonesa volverá a salir, al menos ahora en competencia con las glicinias y las bignonias jóvenes y las, de nuevo a sus anchas, venerables parras vírgenes.


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