30.12.20

Estiércol

Cuaderno de invierno, 10



Lo ideal es acercarse hasta la granja de un amigo, pasear con él por las distintas dependencias, llenar con la horquilla un remolque de estiércol deshecho y reposado, envuelto en pajuz, de los caballos de labor que calientan el establo con sus vahos. Lo más práctico, en cambio, es conducir hasta Celadas y comprar algunos sacos de compost ya tratado. Allí los viajes son completos porque después de cargar la furgoneta merece la pena pasarse por la quesería, vagar un poco por el pueblo y de regreso aparcar en la cuneta y contemplar el tren de niebla en el lecho del valle, los bancales sinuosos que ascienden a las lomas como curvas de nivel, los bosquecillos de carrascas, los montones de piedras calizas agujereadas que retiran los labradores, los campos recién labrados, sus colores tierra entre ribazos amarillos. Con un paisaje como este, sus ondulaciones de secano, empecé a reconciliarme con el entorno pardo y pedregoso que me rodea, a ver sus múltiples matices bajo el añil del cielo.

Otras veces, digo, he esparcido el estiércol para poco a poco ir enterrándolo al voltear la tierra, pero el olor, sin ser malo, afectaba al equilibrio de los otros aromas del jardín y en cuanto salía el sol aparecían las moscardas y había que mantenerlo lejos del hocico de los mastines, no fuera a saltarles una pulga. Si además lo dejaba varios días extendido y se giraba cierzo, se secaba mucho y los corpúsculos nutritivos salían por los aires.

De modo que ahora, una vez limpia la tierra de restos vegetales, lo que hago es esparcir tan solo un saco a lo largo de una franja uniforme y cavarla con el palanquín, de manera que el abono no esté al aire más tiempo del que cuesta enterrarlo y el olor dure tan solo lo que cuesta estar encima, cavando. El aroma sigue siendo penetrante, olor a ganado mayor, a la espuma de los caballos cuando tiran de la reja y al hipomanes excitante de las yeguas, con el que, según algunos santos envidiosos, el gran poeta Lucrecio terminó de volverse loco. 

El de la fábrica siempre me ofrece otros estiércoles más estudiados, de probada eficacia en las labores hortícolas, sobre todo uno que, me dice, lleva perlita, como si fueran pepitas de oro, cuando en realidad es un vidrio para mitigar el apelmazamiento de los terrones que aquí no nos hace ninguna falta. Será por piedras.

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