Allí, entre los muertos, también se cometen crímenes. Yo estuve a punto de cometer uno. Me recuerdo sentado en un pupitre de la biblioteca. Eran días felices. Se me pasaban las horas muertas sin leer una sola línea escrita por alguien que estuviera vivo. Un día, leyendo un poema del siglo XVII, descubrí unos detalles que no me gustaron nada y decidí hurgar un poco más en la autoría de aquellos versos. Estuve muchos meses, varios años que ahora son un recuerdo denso y uniforme, como la vida en el campo, eterna y momentánea, y completé un sesudo estudio que demostraba científicamente que estaba mal atribuido. Aquel autor no era el verdadero autor.
En aquellos años de entusiasmo y vanidad, mi hallazgo me llenó la cabeza de pájaros. Había un aspecto de mi investigación que la redondeaba como obra de arte, porque se daba la casualidad de que aquel poema es el único que nos ha dejado su falso autor. Si daba a conocer mis conclusiones, pulverizaría su figura, mataría a un muerto, o quizá lo dejase como el mero recuerdo de un farsante, papel para el que más vale estar muerto del todo. Por lo que a mí respecta, me parecía el colmo de la exquisitez haber dedicado tanta pasión y tanto esfuerzo a un asunto que no le interesaba absolutamente a nadie, como si aquel poeta sospechoso se hubiese llevado a la tumba su impostura, y yo hubiera hecho una expedición en busca de los secretos de su féretro.
Sin embargo, la publicación de aquellas investigaciones se fue retrasando en el tiempo. Yo seguí siendo el único que sabía de aquel intrusismo intolerable en el reino de los muertos famosos (hablo de una fama relativa, claro, de una fama que afecta sólo a media docena de eruditos), pero las decepciones y los años me hicieron cambiar de opinión. Decidí devolverle la vida en la muerte, no decir a nadie que aquel individuo no había hecho méritos para ser recordado, dejar los ácaros en sus sitio.
Me reconforta haber tomado esa decisión. Peor habría sido llegar a la conclusión de que aquel poeta seguía vivo entre los muertos porque yo estaba muerto entre los vivos. Preferí pensar que con mi silencio lo había devuelto al paraíso.
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