20.6.07

BONDAD

Los niños son muy útiles. Cuando todo está perdido, cuando el descrédito de un ser humano es absoluto, siempre hay un niño al que socorrer, un cuerpo indefenso que exhibir. Cicerón cuenta que, en un juicio, cuando el acusado tenía las de perder, su mejor recurso era sacar a unos niños pequeños y decir que eran sus hijos, y que los iba a dejar abandonados. Era un arma retórica, como lo han sido para el ejército norteamericano esos niños abandonados en Irak, desnudos, moribundos, atados a un camastro, cubiertos de moscas. Primero fotografiaron las moscas con todo lujo de detalles, y después les compraron ropa y los lavaron y se volvieron a fotografiar con ellos y les dejaron sus cascos mortíferos para que jugasen a la guerra y olvidasen su pasado atroz, mientras un responsable del Departamento de Defensa miraba entusiasmado cómo subía el índice de popularidad del ejército norteamericano. Eso sí, los niños han sido enviados a otro orfanato de Bagdad, a la espera de que sea necesario volver a retratarlos.
El asunto me recuerda al del fotógrafo aquel que retrató a un niño desnutrido junto a un buitre que aguardaba con paciencia su agonía. La imagen era cruda, espantosa, inmoral, y la presión que cayó encima de su autor pudo influir, dicen, en su posterior suicidio. Esto que han hecho los soldados norteamericanos es tan inmoral o más, porque aquel fotógrafo pudo actuar movido por las ansias de gloria o por una profesionalidad hipertrofiada, pero estos soldados −sus jefes, supongo− sólo buscaban confundir, pasar por buenos, maquear los desmanes y las salvajadas que llevan cometiendo en Irak desde que a unos cuantos iluminados se les ocurrió invadirlo.
Ya sé que me pongo un poco meapilas, pero no hay bondad en un acto que sólo busca la rehabilitación moral de quien lo ejecuta, no la dignidad del que sufre la maldad. Por cada niño agónico y abandonado que fotografiaron los soldados, hay cientos que por su culpa se han quedado sin familia, sin país y sin futuro, y en muchos casos sin vida. Pero, como no están cubiertos de moscas, no les sirven para estremecernos.
Vivimos instalados en un fariseísmo repulsivo que institucionaliza la falta de escrúpulos como norma de conducta. La obligación de los soldados era devolver la vida a esas criaturas, pero no exhibirlos ni aprovecharse de ellos, ni mucho menos dejarlos después tirados. En un mundo en el que todos somos pasto de todos, debería ser un crimen de guerra lavarse la cara con las lágrimas de un inocente, diga lo que diga Cicerón.

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