6.12.10

Reyes Esteban en decantación

El taller de la ceramista Reyes Esteban es un corral reconvertido. Donde antes hubo gallinas, ahora se apilan los troncos para la chimenea. En el lugar de los conejos hay hermosos macizos de flores. El suelo negro de gallinaza está empedrado de formas irregulares. La antigua cuadra tiene una honda pila de fregar con esa madera con estrías que se encaja en el mármol y que ahora es ya tan difícil de encontrar. Las paredes que antes estaban pobladas de aperos son estanterías repletas de botes de productos químicos. Reyes está decantando una tierra sigilata de Celadas por el método grecorromano, con ella tiene previsto empezar un trabajo nuevo. Está drenando la tierra como quien extrae las impurezas de una herida, como quien lava la sangre de la obra que está a punto de crear. Todo en este antiguo corral respira orden y limpieza. No hay dedazos ni manchurrones. No hay trozos de barro arrugados ni tampoco piezas rotas de otras cocciones. Incluso al horno forrado con guata de amianto parece que le han cambiado esta mañana los vendajes.

Ya tuve esa misma sensación cuando, nada más entrar a la exposición Desde la sombra, a la izquierda, vi las dos piezas que Reyes había presentado. Una, titulada Muros, era una serie de ocho piezas alargadas, algo más abajo del centro de las cuales sobresalía del panel rojizo una cerámica de porcelana, como un azulejo sin brillo, terroso, de líneas blandas dentro de las que, sin más cromatismo que la sombra del relieve, se podían ver motivos claros, reducidos a sus líneas esenciales: los frutos de un árbol, las líneas del mar, el pequeño ventanuco en la fachada alta, otro árbol sin frutos, una sala vacía, un escalerilla, algunos de ellos habitados por un personaje de cuatro palotes y cabeza redonda, un ser atormentado y tierno que en aquella superficie tan clara mostraba la esencia más cercana de su drama, la que reconocemos sin dificultad.

La otra obra, Mudar la piel, eran dos piezas de cerámica onduladas, puestas en paralelo, en dos tonos muy contrastados. Nada chillones, eso sí. Son tonos de sosiego, tonos piedra, recogidos y otoñales, por más que ella no los hubiera vinculado conscientemente al paisaje que los rodea. Reyes vive en Celadas. El camino que la une con Teruel, nada más abandonar el Polígono, es ese mar de tonos pardos y cielo limpísimo que se prolonga, alternando el rojo intenso de las arcillas con el blanco de la cal, por toda la hermosa ribera del Alfambra. Esta es tierra de poca lluvia y toda junta. Los huertos se riegan con pozos artesianos, las calles están dispuestas para aprovechar la sombra. Todo hay que ir a buscarlo dentro de la tierra, no tanto en su superficie. Las líneas ondulantes de las lomas tienen esa misma dura levedad con que Reyes Esteban había dispuesto esas dos planchas onduladas, sostenidas por el canto, jalonadas por dos rocas volcánicas y con un figura humana de porcelana, perfecta en sus escasas dimensiones y con el elocuente hieratismo de los modelos científicos. En la parte exterior de las planchas, pintada de oscuro, cruzaba y las dividía en dos la línea del ritmo cardiaco.

En su estudio de Celadas, encima de la mesa de modelar, hay otra pieza de aire parecido. Una gran teja craquelada a la que estaban en disposición de ascender, con una cuerda de nudos, tres figuritas humanas. Las figuras son tan buenas que me siguen invitando a ver la obra desde su punto de vista. Es fácil ver la larga cuerda desde abajo, el vértigo de una escalera demasiado alta, la soledad del lado interior. Es fácil entrar en la dimensión de la obra. La limpieza de formas es también una limpieza de métodos y de objetivos. Igual de limpia la distribución de las piedras y de las figuras que las reflexiones que nos transmiten. Y tanta claridad solo se sostiene a base de contundencia. Los símbolos que usa, las líneas narrativas, escapan a la identificación inmediata, dicen algo que solo explica su contemplación, no su desciframiento.

Reyes Esteban se sienta en el antiguo corral que ahora perfuman los macizos de lavandas y habla de que no se conforma con la corrección formal, a pesar de que se pase la vida peregrinando por maestros ceramistas para aprender nuevas técnicas de ellos. Reyes, sobre todo, quiere decir, más incluso que ser contemplada. Sus ideas pulcras, a prueba de contaminaciones (algo que más de un disgusto le causó a su pueblo), llegan a la obra en perfecto estado de salud. Su armonía de formas es a prueba de toxinas. Y sin embargo reflexiona sobre tóxicos tan potentes como la soledad o la existencia. Reyes da largos paseos por los cerros entre los que siempre ha vivido. Por ellos busca trozos de metralla de cuando la guerra, una afición que heredó de su padre. Muchos de ellos adornan las ventanas de este viejo corral reconvertido en taller de artista claro. Sus formas, tal y como quedaron después de reventar, con los flecos del desgarro, están colocadas de manera que a uno también le apetece entrar en ellas, en su significado real y en su apariencia estética, dos lados del arte que Reyes Esteban sabe decantar con métodos milenarios.

2 comentarios:

  1. Anónimo9:01 p. m.

    Como dice Carmen a mi también me has alegrado el día y por ir un poco más allá, te diré que me siento algo cohibida leyendo estas palabras que escribes de mi corral, y de lo que el cobija.
    Y de paso reflexionando sobre todas esas impurezas que intento lavar a base de claridad y contundencia, llego a la conclusión que de una tarde de charla agradable, pero con los nervios propios de quien se siente observada, una se desnuda sin tapujos delante de quién sin mirar sabe ver donde ni siquiera la propia consciencia llega.
    Gracias
    Reyes E.

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  2. Gracias, Reyes. Doy por amortizado el texto y la entrevista si en ellos te sientes retratada. Son apuntes repentinos, claro, pero lo importante era transmitir una sensación que, más que ver en tu estudio o en tus obras, la vi en mí mismo al contemplarlas. ¡Lástima que sea tan difícil encontrar reproducciones de vuestra obra en la red! Un abrazo.

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