3.2.11

Hambre de ficción

Teniendo en cuenta el cariz que están tomando los acontecimientos, me he puesto a leer a William Faulkner. Iba a empezar la traducción que Jorge Luis Borges hizo de Palmeras salvajes, ahora en Siruela, o bien la versión de Miguel Martínez Lage de sus relatos reunidos, pero, como se trata de poner otra vez los pies en el suelo, he vuelto a mi vieja edición de Bruguera, donde leí al propio Borges, y a Boris Vian y a Onetti y a Capote, y no he empezado por los relatos extraídos de La mansión o El villorrio sino de Desciende Moisés, recogido íntegramente en este tomo, un libro que invita a partir de cero y que hoy por hoy creo que es lo más vigente de Faulkner, teniendo en cuenta que en esos cuentos ha bebido la prosa de Cormac MacCarthy o que la estupenda novela de Irving Última noche en Twisted River lo menciona sin citarlo una y otra vez, por no hablar de que en el cuento El otoño del delta ya está el libro más famoso de Philip Roth, o que los negros de Coetzee son sudafricanos de procedencia, pero faulknerianos de corazón. El Ketchum de Irving, ese gran personaje, que en principio me engañó por ser Ketchum el nombre del pueblo donde Hemingway se suicidó, en realidad es el Ketcham de Faulkner, un forzudo imprevisible que maneja los troncos como nadie y al que también se le murió muy joven la mujer de su vida, si bien Ketchum, blanco del norte, no pasa las penas del negro Ketcham, al que sólo le falta la sartén de hierro, un objeto, por otra parte, muy habitual en los cuentos de Faulkner.

Pero vuelvo a Faulkner porque quiero ficción, narratividad, literatura, y no este tocomocho, esta sublevación de los escritores sin talento, empeñados en saquear la historia, la realidad real, la realidad reality para suplir sus deficiencias imaginativas. Ya conté, hablando de Irving, con qué amargura se quejaba de que los periodistas sólo le preguntasen qué hay de verdadero, de histórico, de biográfico, de constatable en sus novelas. Y en España estamos todavía peor. El último premio nacional de novela sólo se encuentra en la sección de historia de las librerías, y el último best–seller popular, el libro este de las costuras, lleva incorporada una bibliografía de varias páginas. Serán buenos o malos, llevarán más o menos literatura, pero cuando uno lee Carrera en la mañana, un relato no de Desciende Moisés sino de Grandes bosques, le deslumbra la evidencia de que ahí está el heredero de Jack London y de Herman Melville, es decir, el escritor que asume la tarea de narrar el mundo que le tocó vivir en términos épicos, memorables, y que no desdeña la claridad como arma narrativa, por más que su imagen haya sido velada para siempre por algún que otro exceso sintáctico. Faulkner podía ser oscuro, pero nunca dejaba de ser oral, como son los buenos aedos. La frescura, la sencillez, la valentía narrativa, con moraleja incluida, de El oso, lo primero que debería leerse de Faulkner -lo primero que leyó Irving para su novela-, es mucho más importante que toda esa ferretería vanguardista que tanto plomo cultivó entre sus imitadores. Una cosa es imitar y otra heredar. MacCarthy no lo imita, pero sí es el último heredero de la saga, tan peculiar y al mismo tiempo tan familiar como todos los demás. Tener una voz propia no está reñido con acometer la tarea más antigua de un novelista: darle a su pueblo un mundo imaginado que sirva para comprender el mundo de verdad, y hacerlo siguiendo el camino que transitaron los maestros. Ahora da la sensación de que los científicos y los jesuitas están empeñados en que lo hagamos exactamente al revés.

5 comentarios:

  1. Que los disfrutes, los relatos. Yo tengo la edición de Anagrama, también traducción de Zulaika. Y casi prefiero esa "vieja" edición que la nueva de Martínez-Lage.

    Yo es que creo que Faulkner, su gran problema, es que ha tenido muy malos lectores. Imitadores que lo han copiado casi sin leerlo, o con poca atención.

    Hay que leer a Faulkner. Su lección es más válida que nunca. Muy bien visto lo de la tradición oral.

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  2. Con los jesuitas, me he perdido.

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  3. La edición de Martínez Lage trae distinto material. La edición de Zulaika se correspondía con las 'Uncollected stories', pero esta fue preparada por el propio Faulkner. Martínez Lage también ha traducido 'Absalom, Absalom' en una edición deliciosa de La otra orilla. Por cierto, que una versión íntegra de 'El oso', la que viene en 'Desciende Moisés', Anagrama la publicó como novella independiente.
    Y sí, tienes razón, muy malos lectores, por lo menos muy resecos escritores.

    T: Me refería, un tanto crípticamente, que para mí entre la ficción novelesca y estas componendas de reality hay la misma diferencia que entre San Juan de la Cruz y Theilard de Chardin.

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  4. Ya. Es verdad que Teilhard puede ser más oscuro que la peor noche oscura de san Juan de la Cruz. A mí, sin embargo, hay cosas del francés que me gustan mucho.

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  5. Bueno, pues a mi me parece (hola no me he presentado y no creo que sirva para nada) que Faulkner tiene su buena pata coja, muy buenos escritos Santuario es uno; tambien El ruido y la furia; algunos cuentos muy buenos. Pero luego estan esos "otros" o esos mismos fragmentos dentro de obras buenas que resultan insoportable. Tenemos Palmeras Salvajes que es solo famosa en la traducción de Borges porque el original es una abrerración truculenta. Borges le quito un monton de cosas, tambien aligero el lenguaje soez -para mi no la hubiese empeorado de haber traducido una que otra palabra "malsonante"- Más que malos lectores creo que lo que daña a Faulkner es enamorados demasiado candidos, ingenuos no con inocencia sino con cegera y como dice Unamuno la verdadera inocencia, la de la infancia lleva su buena mezcla de crueldad. Haria falta un critico hispanoparlante de Faulkner que lo amara con ese tipo de amor cruel. Un sadico enamorado.

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