Cinco de la tarde. No se mueve una
gota de aire. El cielo está de un blanco sucio, de un blanco arenoso, calimoso,
un cielo marciano sin nubes, y por la ventana entran acordes conocidos. Abajo,
en el parque, Jaime Urrutia está templando y escupiendo, viejas canciones que
me caen como el anticiclón lechoso, el pasodoble Delirios de Grandeza, la tarantela Al calor del amor en un bar, cuántas copas nos tomaríamos en el
Cuatro Rosas, en la calle Fomento, con un retrato de Rafael de Paula que yo
había visto antes en Atocha, en el bar Chenel, y que luego apareció por allí,
poco antes de que Urrutia dejase tirados a sus compañeros de Gabinete Caligari
y yo no volviese a comprar un disco suyo. Seguramente Urrutia firmó esas letras
que ahora me suenan a tiempo revenido. Cuando deshizo el grupo argumentó que él
no quería tocar Camino Soria cuando
tuviese ochenta años. Bueno, va para los sesenta y lo sigue tocando, cuando lo
contratan, en las fiestas de los pueblos como esta, porque San Isidro,
afortunadamente, es una fiesta de pueblo, al menos en el entorno de las
Vistillas. En Madrid pervive lo que en provincias lleva años extinguido. Si
quieres ver una genuina tienda de ultramarinos, una taberna de verdad, con
vermú de grifo y camareros con mandilón, no creo que, salvo acaso por el norte,
se puedan encontrar muchos. Y lo mismo pasa con los bailes, en plazuelas, con
guirnaldas y farolillos, y no esas discomóviles para hombres primitivos que se
estilan por ahí.
Así eran siempre los conciertos de
Gabinete. Recuerdo uno en el parque de atracciones, en un rockódromo que a
principios de los 90 ya estaba un poco gris, y otro, con Loquillo, en la calle
Argumosa, en Lavapiés. La gente no encendía mecheritos. Levantaba el mini de
cerveza y cantaba con ese caer de ojos y torcer de labios con que cantan los
borrachos sentimentales. Pero aún estaban Ferni Presas (bajo) y Edi Clavo
(batería). Era junio, quizá las fiestas de San Cayetano. Los músicos vestían
como neorrealistas italianos, como muchachos de barrio, con el cuello de la
camisa levantado y el cigarro en los labios, y una voluta de humo que se
retorcía entre los tufos del flequillo. No eran verbenas mejores ni peores.
Quién disfrutaría ahora de un baile con piezas de Santana, con un conjunto
aficionado que tocaba los solos estilo bandurria porque la guitarra no estiraba
las notas. Y quién disfrutaría ahora de un concierto de Bruce Sringsteen tanto
como aquel muchacho que bailaba las lentas embriagado de champú. Y ahora,
¿quién baja ahora a ver a un Jaime Urrutia cargado de espaldas, como cilíndrico
y sin cuello, esos cuerpos raros que se les quedan a quienes se empeñan en
mantener el tipo, esos dientes enormes que se atornillan, esos caracolillos quebradizos
como un pámpano seco?
Al
concierto no, pero se me estaba acabando el tabaco y de camino me he parado a
contemplar su estado. Esta socarrina extemporánea, este andar pesado, este sol
hervido es tiempo casi en blanco y negro, quemado de luz. No, Jaime Urrutia sin
Gabinete Caligari no me interesó jamás. Él no era la estética que tiempo
después abandoné. En vista de cómo le sienta a Urrutia, casi que me
alegro de haberme reconvertido en ciudadano transparente. La estética era la de
Edi Clavo. Recomiendo un libro suyo, no el que acaba de sacar, sino uno de
viajes que apareció en el 99, Grasa.
Tengo aún fresco el viaje a una ciudad del norte para cambiar una moto por otra, quizá una Triumph del cincuenta y tantos, y volver tomando los curvones con
cuidado. Era la estética sin sonrisa, posmoderna en el sentido de que se
trataba de hacer lo que ya no se hacía, vivir en un tiempo sacado de
carpetillas de discos en callejones industriales. Clavo escribía con la misma
seriedad, sin alharacas, pero con un dominio de la contención que es el lugar
borroso de donde nacen ciertas emociones intensas. Urrutia tenía buena voz,
pero su estética me resultaba menos estable. Ferni Presas también practicaba el
hieratismo, era el amigo larguirucho y silencioso de cuyo aplomo en
circunstancias difíciles uno puede estar siempre seguro. Cada cual tenía lo
suyo. No era Jaime & his band, que es lo que Urrutia hubiese deseado. Para
mí que chocó con esa erudición pop, revisitada, que tan bien dominaba Clavo. Él,
Urrutia, quería hacer otras cosas, pero ninguna tan distinguible. Recuerdo
cuando salió Private, un disco que les dio mucha fama porque llevaba el
sencillo de La culpa fue del cha cha chá.
Estaban enfadadísimos porque el productor le había puesto colorines y pomadas a
su estética de patilla de hacha. Cuando presentaban el disco era casi para
renegar de él. Eso les hizo radicalizarse un poco en sus siguientes discos, en Cien mil vueltas, en Subid la música, hasta que su estética
empezó a confundirse en el tiempo con aquella que homenajeaban.
En fin, que bajé a por tabaco. Y ahí estaba
Urrutia, dando órdenes, órgano segundo, por favor, sonriendo sin ganas,
encendiéndose un pitillo al resguardo del aire que sigue sin moverse. Me
pareció que el del bajo podría ser un Esteban Hirschfield (o algo así) que
parecía Ken Loach (el Ken Loach actual) un sábado en el pub. Los demás eran
músicos jóvenes. El batería tocaba sin estridencias, pero no era ese toque
seco, serio, ágil y económico de los verdaderos especialistas, Clavo tieso como
un palo con su camiseta blanca de tirantes, camiseta Marlon Brando, camiseta
labrador.
Sigue
siendo mayo a pesar del calor insoportable, sigue siendo San Isidro. Creo que
el hermano de Jaime Urrutia es crítico taurino, y Jaime el rockero torero, ahora
tan difícil de entender. Yo también iba entonces a las Ventas cada día. Me he
chupado isidradas enteras, noches de cañas y rabo de toro por los aledaños de
la plaza, la monótona mediocridad del pundonor, los destellos efímeros de
gloria. Se te iba la juerga en soñar un momento, y el resto de la noche
recordarlo con ojos caedizos y la boca ladeada, y un pitillo en la mano. Jaime
Urrutia, por lo que he visto, no ha dejado de fumar. Yo tampoco. Es lo único
que seguimos teniendo en común con el pasado.
Parece
que se menean las sábanas de la azotea de enfrente. El blanco enfermo del cielo
está tomándose un poco de violeta, a ver si descarga una tormenta y se refresca
un poco la tarde. Seguro que con aire limpio Cuatro rosas me sonará mejor.
Qué excelente ráfaga de sensaciones agridulces confundidas en secuencias yuxtapuestas de presente y pasado...
ResponderEliminarA mí me gustó su primer disco en solitario "Patente de corso", pero la defensa de ese disco en directo fue más bochornosa que la tarde de hoy en Madrid.
Gabinete Caligari era la suma de tres músicos, cada uno de los cuales con un espacio propio de creatividad. Sin embargo, Jaime Urrutia se creyó al final que Gabinete era él y lo acompañaban dos músicos y se precipitó al vacío.
Un saludo desde Santander, donde todavía no llega el 'caloret'.
Vamos a meterlo en esa carpeta de recuerdos que abriste tú con Germán Coppini y los demás. Dichosos montañeses, que no sufrís este tiempo tan mohíno.
EliminarYa podrías haberte llevado algo del viento qué hizo aquí, que al contrario que en Madrid, amainó hacia las 8 de la tarde, después de resecar hasta las sabinas.
ResponderEliminarGracias por este comienzo de día, que además es viernes.
Por cierto, que feo está Urrutia en la foto, más que antaño si cabe... De esto no hacia falta comentar, jaja, es evidente.
Disfruta, o mejor, sigue disfrutando
Un besazo
Más de un Cuatro Rosas nos habremos echado juntos, ¿eh, Sargantesa?
EliminarMe parece un artículo un tanto cargado de rencor..por supuesto que es libre de escribir lo que quiera,pero como fan de Jaime me duele.¿porque no han compuesto los otros dos algún tema?Jaime los dejo,vale,pero no les quito de seguir actuando.En mayor o menor medida Jaime sigue llenando salas con temas de Gabinete y suyos propios ¿no? Joder que parece que estáis amargados!Rectifico..los temas no eran de Gabinete,eran y son de El.Un saludo y algo si nos une a todos..el punto tabaco
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