29.3.20

La contagión, 14


El tiempo que tuvo que estar aislado y en reposo por tuberculosis, Camilo José Cela se leyó la Biblioteca Ribadeneyra. El otro día, Marcelino Cortés nos recordaba cómo Josep Pla cuenta su confinamiento en Palafrugel, en 1918, como unos días de sosiego inolvidable. Uno se sienta cada mañana al ordenador con la misión imposible de reproducir una clase en un documento, e intenta seguir con lo previsto a la distancia, y que los alumnos tomen sus clases como si no sucediera nada que lo impidiese. Los alumnos (me niego a decir el alumnado, lo siento) responden como si fuera verdad lo que estamos intentando, máxime cuando ya suenan campanas de que este va a ser un curso perdido. ¿Perdido? Seguramente lo será si nos empeñamos en continuar negando la excepción. Esta reclusión forzosa debería haberles servido para entrar en contacto, dentro de su casa, con el mundo real. Era un buen momento para descongestionar de tanto cable sus cerebros, de coger un libro y leerlo, de escuchar tranquilamente las variaciones Goldberg tumbados en la cama (en Teruel hay un porcentaje muy gratificante de alumnos que estudian en el conservatorio: es nuestro gen valenciano), incluso de pasear a través del pantallón de su dormitorio por las galerías del museo D’Orsay. Era momento de empezar un diario y escribirlo a mano, con buena caligrafía, para leerla cuando sean viejos, o de hacer cosas tan raras como escribir una carta, aunque fuera por ordenador, pero más extensa que los tiránicos ciento y poco caracteres con los que están reduciendo nuestra mente a un picoteo de frases sin fundamento. Eran, también, y seguramente lo estarán siendo, momentos de pensar y de charlar. Todos los que se quejan un poco por costumbre de que la vida te pone difícil charlar con tus seres queridos ya no tienen ninguna excusa. En vez de una clase de matemáticas, una conversación con tu padre; en vez de una clase de ciencias, una sonata de Mozart mientras lees las aventuras de Darwin a bordo del Beagle e intentas contarte a ti mismo la extraña situación por la que estás pasando. Las autoridades nos animan a que utilicemos la videoconferencia. Si por primera vez tienen que organizarse a su manera, no voy a ser yo el que los vigile. Si lo hiciera, sería solo para comprobar que durante las horas de mis clases todos están tumbados en un sofá, leyendo.

2 comentarios:

  1. Como siempre, magnífico. Si bien comparto hasta la última coma de este escrito, no sé cómo de posible sería eso en la situación en la que estamos. Conste que, de todas formas, uno aprende que hay que sacar tiempo (y que siempre lo acaba habiendo) para hacer estas actividades que nos sugiere.
    Yo, en lo personal, me he aventurado a empezar a escribir una historia en un arranque de valentía. Quizá, si dicha valentía perdura, termine por mandársela.
    Espero que todo vaya bien, Antonio.

    Con cariño, su alumno Alejandro Corvera

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  2. Gracias, Alejandro. No te imagino a ti presa del aburrimiento. Así que, adelante con los faroles. Un abrazo, amigo.

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