6.8.25

Medida

 Cuaderno de verano, 47


En verano no se cumple la regla monástica de trabajar sólo la tierra que ocupa un hábito extendido. Cuando en invierno hay días que da pereza cumplir, ahora es una desmedida obligación que invita a pensar cuál es el campo pequeño del que habla Virgilio en su célebre sentencia: «Alaba el campo grande, cultiva el reducido», «laudato ingentia rura, exiguum colito». La frase está inspirada en Hesíodo, que, hablando de barcos, decía justo lo contrario: «Alaba la nave pequeña, pero pon la carga en la grande». 
Los demás tratadistas insisten en ello: «Es más fecunda la escasez cultivada que la abundancia desatendida», dice Paladio. Según Columela, es una adaptación en verso de lo que decía «ese pueblo tan listo que eran los púnicos», que «el campo debe ser más débil que su cultivador», y la cifra en siete yugadas licinianas, que es lo que, con el advenimiento de la República, el tribuno de la plebe adjudicó a cada individuo. Del mismo modo da cuenta de que llegó a considerarse delito que un senador tuviera más de cincuenta yugadas, sobre todo si las dejaba baldías.
Una yugada venía entonces a equivaler a unos 2.500 metros cuadrados actuales, y siete yugadas sería, sobre poco más o menos, lo que John Seymour considera razonable para un proyecto de autosuficiencia, con terreno suficiente para no salir a comprar nada (él, como buen inglés, no gastaba aceite sino mantequilla, y del azúcar y la sal, fuera de los productos que la contienen, se puede prescindir). Seymour no empleaba más ayuda que la tracción de sangre, dos hermosos caballos de labor, y es de suponer que la mano amiga. En la época de Virgilio, aunque el poeta no los nombre nunca, el colono tenía esclavos, alguno, como el gallinarius, instalado a vivir dentro del gallinero; pero en aquel reparto de tierras de Licinio no está claro que el labriego tuviera más ayuda que la de su familia y una yunta de bueyes (de donde, por cierto, viene la palabra yugada, que es lo que eran capaces de arar en una sola jornada). 
Aquí nos conformamos con mucho menos, y aun así excede al recreo. De once varas tendría que ser el hábito para que lleváramos a rajatabla la sentencia. A veces hay incluso que dejar abandonada momentáneamente la lectura porque se empieza a echar la noche encima sin regar un arbolillo. Esto es un no parar.

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