29.8.25

Murmullo

 Cuaderno de verano, 70

Las tormentas siguen descargando por los alrededores pero aquí no cae gota. Los responsables de la comunidad de regantes utilizan un método de lo más avanzado para informar a los usuarios de los cortes en la acequia: un papel clavado con una chincheta en un poste del camino. Los que pasan por allí a menudo, si el viento o algún desaprensivo no han arrancado el aviso, se enteran de cuántos días estará cortada y por qué motivo, por limpieza de ribazos, obras de canalización o alertas de avenidas fuertes, aunque también puede ser que esté regando alguien día y noche sus maizales. 
    El caso es que llevábamos sin agua casi una semana, tirando de goteo manual, hasta que alguien decidió abrir de nuevo las compuertas del azud. Regamos entonces el huerto en abundancia, y los macizos de dalias, que están ahora en su apogeo, y como el calor no se va, aprovechamos para refrescar los árboles y humedecer el suelo del jardín, lo que nos ha proporcionado un placer con el que no contábamos: en vez de dejar a ras de suelo las mangueras, además de conectarlas a los aspersores, que refrescan con su bisbiseo de lluvia menuda —sobre todo si las gotas chocan en las hojas de un frutal—, las dejamos colgando de las ramas bajas de los árboles, de modo que un rumor de fuente amenice la tarde. Caen las gotas y los chorros sobre charcos que se extienden por la tierra reseca, o a veces encima de la piedra de un alcorque. Cuántas veces habré pensado en instalar una fuente permanente, en sumar al viento y a los pájaros el murmullo del agua. Así el placer se empapa de ilusión, la ocurrencia cobra formas distinguibles de proyecto, y uno deja la lectura para dibujar en un papel el recorrido de los tubos, el itinerario del surtidor y la curvatura de la pileta. 
    Siempre se me ocurren estas cosas a finales de verano, cuando está acabando el tiempo para disfrutarlas, o empieza el de prepararlas minuciosamente, una vez que se terminen las labores de recolección y el riego no sea una tarea tan absorbente, cuando venga el frío y con él un entorno propicio para imaginar. De momento me conformo con el chorrillo improvisado, con el arco delicado de los aspersores. Seguro que si me dicidiese a instalar una sofisticada fuente japonesa no conseguía un sonido tan estimulante. 

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