No es tan grande ni tan ostentosa como la masía de Artigot, ni tampoco tan decadente ni tan estropeada, ni tiene esa nave de polígono industrial que la rebaja y la desfigura. Un poco más adelante, según se viene del San Blas, hay otra mucho más interesante, la masada del Campano, con su espadaña en la cumbrera del edificio principal. Aquí las palabras no son gratuitas: masada es lo mismo que masía, pero masada es más cercano, más local, más reducido, que es lo que sucede con campano: a veces el masculino es más pequeño que el femenino, incluso algo despectivo. De hecho un campano también es un cencerro, la esquila que llevan los animales. En el habla rural es muy frecuente: la caseta es más grande que el caseto y la ventana que el ventano, las vacas son menos pestilentes que los vacos, el furgoneto más destartalado que la furgoneta, o la pieza, en fin, más apañada que el piazo.
Así que esta masada, con su campano y todo, es más pequeña que la masía de Artigot, pero mucho más proporcionada en sus volúmenes disparejos, resultado de lo que Lloyd Wright, que no sé si estaba muy puesto en masadas, llamaba la casa orgánica, la que se va ampliando según surgen las necesidades, con una parte más grande originaria (donde está el campano), el piso bajo con las bestias, para que den calor, y el alto para que lo habiten los guardeses, de la que van saliendo dependencias más pequeñas con su propio tejadillo, como porches cerrados, o bien parideras algo apartadas, o ampliaciones para los animales o la maquinaria, o según fuera aumentando la familia.
Esta del Campano sigue en funcionamiento. La otra mañana su dueño estaba reparando un gallipuente junto al camino, y estos días lo he visto con frecuencia segando campos de trigo y labrándolos después. No hay día que no me pare a contemplarla cuando paso junto a ella, el color terroso de las fachadas, su silueta humilde allá en lo alto, mirando a los huertos de la vega, de espaldas a las tierras de secano. Me pregunto para qué usarían el campano, si para llamar a los braceros que anduvieran desperdigados por lomas y bancales, o para avisar de que venía una crecida, o sencillamente, puesto que están algo lejos del pueblo, para dar las horas, aunque para eso ya bastaba con el sol.
6.9.25
Campano
Cuaderno de verano, 78
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