Lo de las conservas ya es faena de interior, labores de manga larga, por mucho que el calor mantenga los horarios más allá de lo que marca el reloj biológico. El pensamiento atiende aún a los melocotones que siguen mandurándose en la rama, que son los últimos frutos que recogeremos en verano, pero está mirando a los membrillos, todavía verdes, que se han abierto paso entre las hojas. Los melocotones los seguimos viendo como fruta de temporada, por más que hagamos mermelada, pero los membrillos son conserva para todo el año, alimento de lagar. Los días acortan y pronto —esperemos— habrá que dejar la lectura para cuando atardece, mientras se hace la hora de la cena, y en vez de pasarse la tarde regando, quitando hierbas y protegiéndose del sol, habrá que atender a otros proyectos no tan perentorios, ni tampoco tan fugaces. Ante focum, si frigus erit; si messis, in umbra. Todo lo que se hace en verano termina con el verano, como esas obras de arte cuya perfección consiste en desaparecer, en ser destruidas. Los hierbajos volverán a ocultarlo todo, quemaremos las varas de las judías, no quedará rastro de los dondiegos, los caballones se desharán como esos aduares que deshace el viento cuando los nómadas los abandonan.
Pero tal día como hoy florecen en nuestro interior ideas nuevas, cálculos, reparaciones, planes que llevan tiempo, tardes templadas, cada vez más frías, cuando haya que dar la luz del taller mientras preparo unos estantes de madera para la bodega, precisamente para colocar más botes de conserva, que no se pudrirán como los melocotones caídos en el suelo porque me tienen que sobrevivir. Supongo que es eso lo que se esconde detrás de los propósitos del inicio de curso, que nos hemos cansado de lo efímero, de lo que no cuesta ni perdura, de lo que no transcurre, que solamente sucede. Pienso ahora en reparar la puerta del cobertizo, que tiene un agujero por el que puede entrar algún topillo, o en pintar el barandado, porque el sol ha matado el color y reaparece el óxido del hierro. Pienso en todo lo que hemos ido dejando porque hacía demasiado calor, y cuando se podía salir de casa siempre había efímeras urgencias que atender. Cuidaremos, eso sí, los crisantemos, pero ya no son flores para el momento, ya no tienen esa inconsistencia del verano. Por algo se cultivan para las tumbas.
15.9.25
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Cuaderno de verano, 87
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