14.11.06

Historia


Diario de Teruel, 16/11/2006

Todavía en tiempos de la reina Leonor, el país se convirtió en una red de leyes bizantinas de las que sólo se podía salir estando quieto y callado. Fue un proceso que había arrancado en décadas anteriores, cuando se instaló en los sucesivos gobiernos y en la ciudadanía en general el axioma de que está permitido todo lo que no está prohibido. La gente había perdido la capacidad de abstracción y no entendía vaguedades difusas como daño ambiental o violencia física, y era necesario especificar los delitos con una concisión tan extrema que hubo que poner en manos de los ordenadores la fabricación de leyes que atajasen los miles de delitos, hasta entonces sólo conductas inmorales, que afloraban debajo de cualquier ladrillo.
El Código Civil llegó a ser un valiosísimo manual de antropología, pues a las leyes sobre lo que no debe hacerse se sumaron las que estipulaban lo que había que hacer. Así, los repertorios legislativos empezaron a registrar artículos que imponían a los padres la obligación de dar a sus hijos de desayunar, y estos debían llevar a clase un manual en el que se enumeraban y describían todos los comportamientos punibles. El ordenador debía crear leyes que distinguiesen con claridad el delito de tirarle un teléfono a la cabeza al profesor del delito de partir a una niña la pierna por tres sitios, porque los padres pagaban por ley abogados expertos en lexicografía que buscaban las cosquillas a las acusaciones, recurrían las decisiones y las dejaban pudrirse cuando, años después, llegaba una sentencia firme tan devaluada que ya no servía más que de tarjeta postal.
Hubo que prohibir a los obreros que saliesen en procesión para defender los chanchullos de sus patronos, y que obligar a los cardenales a que no encubriesen pederastas. Tuvieron que regular las licencias para jugar al golf e imponer severos impuestos sobre cada brizna de césped, pero la metástasis era tal que pronto salieron miles de especies de césped no regulado, miles de objetos no identificados con los que agredir, miles de maneras de encubrir las perversiones o de destrozar el patrimonio natural. La ley, empero, estaba luchando sin saberlo contra sí misma. Su incapacidad absoluta para resumir y, por lo tanto, para cualquier forma de moral, de ley no escrita, generaba una regulación tan desproporcionada que terminó por protegerse casi de cualquier movimiento de sus legislados. Como a Funes el Memorioso, la pérdida de la abstracción le llevó al silencio, al hundimiento y, en este caso, a la dinastía de los Poceros.

1 comentario:

  1. Anónimo7:45 p. m.

    Madre mía, que horizonte tan terrible, y tan cercano...

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