23.10.08

Maravillas

Me pregunto quién sería ese único espectador que asistió a la primera sesión del Cine Maravillas, hace un cuarto de siglo, para ver Mi tío, de Jacques Tatí. Desde luego fue toda una declaración de intenciones: una película sencilla pero muy imaginativa, que se podría entender sin voz y en la que un muchacho tenía que elegir entre sus electrificados padres, llenos de sentimientos plásticos y de dinero frío, y su curioso tío, amante del agua que sale por el grifo, no del grifo. En este peculiar amor y pedagogía el Cine Maravillas era el tío, la competencia de los músculos, de las distribuidoras, de los estrenos de campanillas, del público fijo. No hay ciudad sin cine Marín, pero tampoco sin cine Maravillas. No hay concentración humana donde no triunfen los grandes estrenos comerciales, pero tampoco donde no sea necesaria gente como el tío de Tatí.
De modo que el Maravillas nació con un punto de glamour urbano, en un tiempo en que para los jóvenes era un signo de distinción ver películas antiguas. La gente salía del cine subiéndose las gafas con el dedo corazón. Era frecuente ver primeras citas en las que los palomos exhibían cierto toque cool y se escuchaban levantando mucho la barbilla. Pero lo más interesante vino luego, cuando todas nuestras casas fueron la casa inteligente donde viven los cuñados de Tatí con sus mangueras, y al mismo tiempo las salas todopoderosas empezaron a flojear. Entonces el Maravillas emprendió su particular Barraca. Su cinematógrafo ambulante, su regreso al inicio, era un modo de sacarle partido al negocio desde su más pura verdad. Ese proyector cubierto con un paraguas y plantado encima de un remolque sucio de cascarrias era la esencia del cine, su modo de ser fascinante. Se hunden las candilejas pero resisten las sillas de tijera. La única manera de progresar, como en todo, es volver al principio.
Aquél era un Teruel que parecía otro. La naturalidad entonces era el mejor aliado de la fantasía. Cuentan que una noche, cuando aún faltaba un buen rato para terminar la película, el proyector se estropeó y no había manera de que arrancase. No sé si sería Nano Vicente o Nacho Navarro el que salió a dar explicaciones para que la gente circulara, pero el respetable no las aceptó, conque se hizo lo más sensato y uno de los dos, subido al escenario, contó al público lo que quedaba de película. Fue un final magnífico.


Diario de Teruel, 23 de octubre de 2008

3 comentarios:

  1. Anónimo8:31 p. m.

    Ignoraba esta historia tan interesante que cuentas. En mi época de estudiante iba al cine Marín y algunas veces al de La Salle. Lo del cine Maravillas ha sido todo un descubrimiento

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  2. Pues ocupa el mismo local que ocupó el cine La Salle, en la calle San Miguel. Por cierto, que apañé una bernardina un poco pesimista para el periódico con los comentarios a las fotos de la térmica. Ya veo que empiezan a ponerse de acuerdo, aunque en el periódico siguen trinando...

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  3. Antonio: ¿Y cómo puedeo tener acceso a tus bernardinas? ¿O al menos a esta que citas?

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