4.12.08

Federico

“El crucifijo es –todavía- el símbolo más sublime”, dijo Federico Nietzsche. Ese todavía llevaba trilita. Ahora, más de un siglo después, los símbolos se hacen sublimes cuando se les da la importancia que ya no tienen. Cuando leí lo del padre que había pedido quitar el crucifijo de la escuela pública en Valladolid, al principio pensé que se trataba de un episodio más en esta desvergonzada conquista de lo que no les pertenece que ha emprendido la Iglesia católica al amparo de un Estado consentidor y de unas autonomías que la privilegian sin recato. Comparé lo del crucifijo en una escuela pública con esa reducción de impuestos que quiere aplicar la Comunidad de Madrid a las familias que llevan a sus hijos a colegio privado, para que paguen el uniforme. Elegimos políticos para que desmantelen el Estado, refunden las clases sociales y nos hagan comulgar con el pájaro Rouco. O con la negativa de Benedicto XVI a que la ONU declare que la homosexualidad no es un delito. A este paso, pensé, los maestros dejarán de explicar a las doce para cantar el ángelus. Un profesor no puede meterse en una iglesia y colgar un retrato de Federico Nietzsche en la sacristía, y un cura no debería meterse en una escuela y colgar un crucifijo.
Así pensé nada más escucharlo, pero luego me di cuenta de que tampoco es para tanto. Lo importante no es el crucifijo sino el clavo. Cualquier cosa colgada en el clavo es un símbolo sublime que nos acompaña por encima de la pizarra llena de números. En el fondo está bien que en la clase de religión católica haya un crucifijo, siempre y cuando en la siguiente clase el profesor pueda descolgarlo y colgar un retrato de Federico Nietzsche, si es de filosofía, o bien un busto de Euclides, si es de matemáticas. El que cuelga el crucifijo quiere poner una instancia superior, un punto de referencia para entender lo que se nos enseña. En todas las clases hay colgados retratos de científicos, pero ninguno en la cabecera, ninguno presidiendo los conocimientos. Ese era el objetivo: presidir, no juntarse con los hombres vulgares, sino llevar uniforme de buenas costumbres. ¿Y si el padre hubiera exigido que, al menos, se pudiera cambiar de símbolo sublime? ¿Y si hubiera ido al director con su retrato de Nietzsche? Además, no se trata de sustituir el mensaje de Cristo con un cualquiera. Se trata de Federico…

Diario de Teruel, 4 de noviembre de 2008
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