12.12.08

Librería

Entre las costumbres que me ha cambiado internet está mi uso y frecuentación de librerías. Hasta hace unos cuatro o cinco años, siempre había sido un parroquiano tópico: me gustaba que el librero me proveyese de novedades, me contara chismes literarios y me permitiera hilar tertulia con otros feligreses de la rebotica. En Madrid, en distintas épocas, he disfrutado de librerías que eran perfectas para eso. En Antonio Machado, en Méndez (el de la calle Mayor) o en Aviraneta he encontrado ese modelo de librero de cabecera que sigue al pie de la letra la máxima de Ortega cuando un periodista incauto, valga la redundancia, le preguntó si se había leído los cincuenta y cinco mil volúmenes de su biblioteca. “Nooo…”, le contestó, “de ninguna manera, pero sé lo que pone en cada uno de ellos”. Este saber lo que pone suele reducirse a un “este tiene buena pinta” que sin embargo es suficiente porque conecta con el tipo de libro que el librero sabe que te gusta.
Todo eso (la frecuentación, quiero decir, porque sigo dejándome caer por ellas, sobre todo por Aviraneta) terminó por una razón que no sabría juzgar, tan sólo describir. Yo suelo conocer a fondo las librerías que piso. Un mercado de abastos del tamaño de la Casa del Libro deja muy pronto de tener secretos. Mi media docena de estanterías predilectas, repartidas en sus cuatro o cinco pisos, cambian con bastante lentitud. Incluso creo que me gusta más la sucursal que hay en la calle del Carmen, porque no es que sea mucho más pequeña sino que está cribada.
La única librería que no se agota es internet, sobre todo Iberlibro. Desde hace tiempo es un placer localizar el libro desde mi casa y recorrer la ciudad para conseguirlo, generalmente novedades raras o títulos que quisiera incorporar a la biblioteca, alguno de esos cientos de libros cuya calidad parecía fuera de toda duda pero que el tiempo pasó sin que nunca les hincásemos el diente. La primera edición de los tres tomos del Galdós de Montesinos la encontré en una librería de Minnesota, el imprescindible Farm equipment of the Roman world estaba en un lugar de Gales.
La facilidad y categoría de los hallazgos me fue apartando de la vulgaridad de las novedades. Casi todos los libros que compro ya son antiguos, como si en Madrid hubiera un auténtico cementerio de los libros olvidados en el que de vez en cuando hay que meterse para descubrir, a su vez, las pequeñas librerías que han sobrevivido siempre en un zaguán y ahora la modernidad las ha puesto en su casa.
La última vez fue esta semana. La librería Áurea me envió su boletín de novedades en materia clásica con un anuncio interesante: se ha publicado, en dos tomos, la edición facsímil de Los doce libros de la agricultura, de Lucio Junio Moderato Columela, en la célebre versión de Juan María Álvarez de Sotomayor y Rubio, de 1824, primera traducción completa al castellano. Corrí a por ella (luego la edición decepciona un poco: el libro está pegado, no cosido: si lo desvirgas te lo cargas) y, aparte del curioso viaje que significa meterte en la estación de Ópera y salir en la de Bravo Murillo, que es también como cruzar el océano, como teletrasportarte, volví a respirar ese sitio casi inverosímil que es, en la calle Almansa, la librería Áurea: en un traspatio, con una puerta de hierro que parece la puerta de la carbonera, en una habitación que es como un salón de recreo en época de prohibición, presidido por un hermoso sofá de cretona y con todo lo que ahora más a mano se puede encontrar en materia de latín y griego. Desde que desaparecieron las librerías Miessner, y esa tentación constante de la Biblioteca Loeb, los antiguos sobreviven en un sótano que si no fuera por las novedades, muchas y muy bien escogidas, parecería una destilería de libros clandestina. Allí estaba, por cierto, la maravillosa Enciclopedia Virgiliana, y yo que ya creía que era una fantasía mía. Cada uno de sus tomos vale, todavía, sesenta mil pesetas.

1 comentario:

  1. Me ha gustado esta entrada sobre las librerías. Yo también tengo debilidad por perderme en alguna de ellas. La más espectacular fue una de Nueva York -STRAND BOOKS- a la que me refiero en una entrada de mi bitácora. Mi ignorancia de la lengua inglesa me impidió disfrutar más de ella, pero la recomiendo, porque como dice alguno de tus sabios libreros "tiene buena pinta" http://lperezcerra.blogspot.com/2007/11/strand-books-80-aos-en-la-gran-manzana.html

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