8.12.08

Geórgicas 17


17. Los malos presagios. 461-514.

Muchas veces también nos habrá de avisar
de que acechan secretas las perturbaciones,
que guerras ocultas se traman y añagazas:
él también, muerto el César, se apiadó de Roma,
su cabeza radiante con lóbrega herrumbre
cubrió, y un siglo de impiedades tuvo miedo
de pensar que aquella noche fuera eterna.
Aquellos días la tierra y las aguas del mar,
perros astrosos y pájaros de mal agüero
dieron también sus señales. ¡Cuántas veces vimos
arrojar el Etna de sus hornos reventados
hirviente marea por los campos de los Cíclopes,
vomitar globos de fuego y piedras derretidas!
Escuchó la Germania el fragor de las armas
por el entero cielo, y los Alpes temblaron
con insólito estremecimiento. Se oyó
una voz tronante por los bosques silenciosos
y pálidas fantasmas de espantosa facha
fueron vistas al caer la noche, e incluso,
¡fenómeno indecible!, las bestias hablaron;
los ríos se empantanan, se abre la tierra,
llora en los templos el marfil desconsolado,
los objetos de bronce se cubren de sudor.
Erídano, el rey de los ríos, revolviéndose
inunda los bosques en violentos remolinos
y los campos y arrambla con los ganados
y sus majadas todas. En ese mismo tiempo
no dejaron las entrañas de las tristes víctimas
de mostrar presagios ominosos, ni la sangre
cesó de manar en los pozos, ni las ciudades
de resonar profundas en medio de la noche
con el aullido de los lobos. Jamás cayeron
tantos relámpagos en cielo claro ni tantos
siniestros cometas ardieron. Y así fue
como dos veces vieron los campos de Filipos
entrar las tropas romanas en lid fratricida
con sus mismas armas; y no pareció indigno
a los altos dioses abonar con nuestra sangre
dos veces la Ematia y las vastas tierras del Hemo.
Ha de llegar el día en que el agricultor
se vaya encontrando por aquellos confines
al trabajar la tierra con el corvo arado
lanzas corroídas por herrumbres escabrosas,
o en yelmos vacíos chocarán rastras pesadas,
y lo embargará el asombro cuando vea
sobre tumbas abiertas enormes esqueletos.
Oh dioses custodios de la patria, y tú, Rómulo,
y tú, madre Vesta, que amparas de Roma el Palacio
y el Tíber toscano, dejad que este joven
acuda en socorro de un tiempo convulso.
Pues ya hemos pagado hace tiempo el perjurio
de la Troya de Laomedonte. Ya hace tiempo
que la regia estirpe del cielo nos envidia,
oh César, por tu causa, y lamenta que busques
honores de triunfo que los hombres te dedican.
Está lo justo confundido con lo injusto,
tantas guerras por el mundo, y caras del crimen;
ningún honor es digno del aladro, los campos
quedan yermos, los colonos fueron expulsados,
curvas hoces se funden en rígidas espadas.
El Éufrates nos lleva por aquí a la guerra,
por allá la Germania; las ciudades vecinas,
rotos los pactos, toman las armas; despiadado,
el dios Marte se ensaña por toda la tierra:
así salen las cuádrigas del arrancadero,
se lanzan a la pista y arrastran los caballos
al auriga que en vano tira de las bridas,
y el carro no escucha las voces de la rienda.

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