24.5.13

Lecturas de tren



“Próxima estación, Orcasitas”, dijo la megafonía, y yo entonces fui consciente de que estaba en un tren a las siete y media de la mañana de un día laborable, atravesando polígonos industriales, y leyendo a Tito Livio. Frente a mí una señora leía en su kindle ultraligero un tocho de literatura de sobremesa (lo sé porque al salir he leído alguna frase en la pantalla de letrajas gordas) y le tiraba reojos a la portada de mi edición de Gredos, de la antigua Gredos, antes del cloro y la tinta invisible, con letras doradas y encuadernación en cartoné.
“Menudo tocho”, debía de estar pensando la señora. Y el caso es que estábamos leyendo más o menos lo mismo. Ella lee una narración de acontecimientos insólitos y yo también. Ella lee una novela histórica con unos pocos datos fiables y todo tipo de exageradas invenciones y yo también. Ella lee un libro que cambia de tema antes de que el tren llegue a la siguiente estación y yo también. No sé si yo disfrutaría o no con su megalibro, pero es posible que ella sí disfrutase con el mío. 
Ella no sé qué habrá leído, pero a mí me ha dado tiempo para un puñado de historietas. La historia de Numa Pompilio (Méndez Álvaro), un rey célebre por su carácter pacífico y por su bondad del que solo tenemos un dato histórico, su nombre, a pesar de lo cual Tito Livio nos da todo lujo de detalles que avalan su bonhomía, entre ellos el de inventarse milagros para que la gente creyera en los dioses, porque

“al quedar libres de preocupación por el peligro exterior, para que la tranquilidad no relajase los ánimos que el miedo al enemigo y la disciplina militar habían refrenado, pensó que, antes que nada, debía infundirles el temor a los dioses, elemento de la mayor eficacia para una masa ignorante y en bruto como era la que había por aquel entonces” (p. 197).  

          A Numa Pompilio le sucedió Tulo Hostilio (Doce de Octubre), que era todo lo contrario, un rey belicoso y broncas, que nada más llegar al poder la emprende con los albanos. Tras algunas escaramuzas e intercambio de legados (Orcasitas), Tito Livio nos cuenta la historia de cómo, en principio, resolvieron el conflicto. Resulta que, como iba a derramarse demasiada sangre y los dos quedarían demasiado debilitados para hacer frente a terceros, acuerdan, en un tratado tolstoiano (“Cada tratado tiene sus propias cláusulas, pero todos se ejecutan con un procedimiento idéntico”), que para no malgastar vidas elegirán tres guerreros por cada bando y los pondrán a pelear. Cuando los gemelos Curiacios, tras sangrienta pelea, han acabado con dos de los Horacios, al tercero, el único que queda vivo, se le ocurre una idea: huir. Los tres gemelos enemigos echan a correr detrás de él, pero como ninguno de los tres había recibido las mismas heridas, no corren a la par, y forman una fila india que se va estirando hasta que el astuto Horacio se da la vuelta y los rejonea de regreso uno por uno, sin que los otros puedan ayudar porque se han quedado demasiado lejos (Puente Alcocer). Pero ese astuto hermano era, sin embargo, un salvaje, porque resulta que uno de los gemelos que había matado se iba a casar con su hermana, y cuando Horacio regresó victorioso, con los despojos de los gemelos muertos (3 gemelos 3), la muchacha vio el manto de su novio y se echó a llorar, y se mesaba los cabellos y se rasgaba las vestiduras, y su hermano entonces se acercó a ella y le dijo:

“Marcha con tu amor a destiempo a reunirte con tu prometido le dice-, ya que te olvidas de tus hermanos muertos y del que está vivo, ya que te olvidas de tu patria. Muera de igual modo cualquier romana que llore a un enemigo” (p. 209).

Y la atravesó con la espada delante de todo el mundo (Villaverde Alto). Aunque eso no se podía quedar así, naturalmente. No se podía consentir tamaña crueldad, así que montaron enseguida un jurado popular para condenar al hermano salvaje, que por una nonada se había cargado todo el prestigio que consiguiera con su fuerza y con su astucia. Solo pudo salvarlo su padre, que también era muy listo y le planteó al jurado el siguiente sofisma: “¿No os basta con que haya perdido a mi hija?”, que convenció inmediatamente a todo el mundo y significó la salvación de un héroe despreciable (Zarzaquemada).
Aún he tenido tiempo de leer la guerra contra Veyos y la espeluznante ejecución de Metio (Leganés) y la destrucción de Alba y la guerra contra los Sabinos (Parque Polvoranca), todas ellas salpicadas de prodigios y curiosidades, lugares perdidos y frases célebres, estratagemas militares y discursos emotivos, detalles irrelevantes para la historia de la realidad, pero no para la historia de los pueblos. Tito Livio, como Heródoto, escribe lo que considera verdadero y lo que le parece una invención; a veces previene al lector contra la divertida fantasía que está a punto de contarle, y otras lo cuenta él muy serio, como si se lo creyese. El resultado es siempre igual de entretenido.
Al salir de la estación de Parque Polvoranca he guardado el libro, he descruzado las piernas, he regresado al mundo. Mi compañera de vagón aún seguía hacia Fuenlabrada. Al abrirse las puertas se ha cerrado un mundo aparte, el mismo que ella ha podido alargar alguna estación más que yo.  

2 comentarios:

  1. Ha sido una auténtica gazada compartir este viaje contigo y con tu libro. Viaje ilustrado y provechoso. Gracias. Hacía siglos que no "accedía" un libro de Gredos...

    Cada vez tengo más simpatía por el Kindle. Tengo la certeza de que este artilugio y similares avanzan a pasos agigantados. Eso no significa dejar de lado a los libros de papel ni muchísimo menos...

    Un abrazo

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.