19.11.05
Mentira
Hay un momento en la última película de Woody Allen, Match Point, en que uno tiene la sensación de que la pantalla se mueve, de que está presenciando una colisión estética como presenciaría un movimiento de tierras. De pronto las conversaciones de café tienen la dicción de una tragedia clásica; los personajes en cuyo punto de vista nos habíamos instalado se vuelven pobres muñecos capaces de cualquier bajeza, y aquellos de los que nos protegíamos se revelan como los únicos sensatos.
Todo sucede en torno a una escena que me dejó clavado. Un personaje acusa a otro de mentiroso. Lo acusa como se puede acusar a alguien del mayor crimen jamás imaginable, con esa desesperación que da gritar un delito gravísimo al que nadie concede mayor importancia. La palabra mentiroso se acaba en sí misma; por más que el ofendido se desgañite, nadie va por ello a la cárcel. En cierto modo, y si reducimos los argumentos con el debido cinismo, la mentira es un recurso válido, legal, si no está tipificado como lo contrario. De ahí que las discusiones de amor sean tan dramáticas, porque los crímenes de que los amantes se acusan no están recogidos en ningún código penal.
El personaje perjudicado grita, bracea, le lanza puñetazos al otro personaje, mucho más fuerte que él, que no reacciona porque en el fondo no le está haciendo ningún daño. Se limita a dejarlo que se desahogue. Entonces sientes piedad por el agresor, un personaje nervioso, en cuyo disgusto tremendo se han disuelto las fuerzas, la capacidad de castigar. Da la impresión de que el mentiroso está pagando sus culpas a precio de saldo, y él lo sabe. Y da la impresión de que el personaje ofendido es un ser incapaz de hacer daño, un ser civilizado que no concibe de ninguna manera el crimen, y que por lo tanto da la importancia debida a otros crímenes que no van más allá de la palabra. Es, de pronto, el héroe. Así que sueltas un héroe y te agarras al otro, como soltarías a Raskolnikov, el personaje de Crimen y castigo, si no tuviese fuerzas para encontrar su salvación.
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La mentira ha sido siempre una de las obsesiones de mi vida. Recuerdo que cuando mi hermana me explicó lo que significaba la palabra "mentirosa", lloré. No sé qué me contó, sólo recuerdo que lo entendí perfectamente y me pareció algo tristísimo y oscuro, con lo que no había contado. Me afectó tanto que durante mucho tiempo asociaba el ruido de las motos con las mentiras, sólo porque después de que ella me lo explicara pasó una por nuestra calle.
ResponderEliminarTengo que ver esta película, no sé si ir ahora mismo.
Cuando leí esta bernardina ya había visto la película, la tenía todavía entrando y saliendo de mi cabeza.
ResponderEliminarEs una cinta abundante en crujidos, chasquidos y ruidillos, y en esto pensaba, y en la fenomenal banda sonora, con esas grabaciones de ópera en las que se puede oír el polvo en el vinilo, cris-cras, y qué bien queda en el peli.
Supongo que por esta afición a pensar en las avutardas no reparé mucho en esa escena. Me ha gustado especialmente tu comentario. A mi sólo me pareció un necesario punto de inflexión a partir del cual el protagonista debe reaccionar y actuar. Y así ocurre, y es a partir de ahí que se vuelve un personaje más interesante, comienza a tomar decisiones "creativas", y decide seguir bajando por un camino por el que hasta ese momento sólo se ha ido dejando llevar, a golpe de suerte o de testosterona según la ocasión.
El tema de las mentiras... Quizá resultan tan destructivas por lo escurridizas que son. A veces es por una cuestión de dimensiones, de una pequeña cobardía que comienza disfrazada como un acto casi de cariño (se habla de mentiras piadosas), y puede crecer hasta alcanzar proporciones devastadoras.
O bien, considerando al sujeto mentiroso, y también con el debido cinismo, miente porque hay alguien dispuesto a creerle. En la película, por ejemplo, y mientras no surgen otras cuestiones más peliagudas, la ofendida es la que se encuentra en una mejor posición, es la única que conoce toda la verdad en todo momento, y también engaña.
El factor común acaba siendo siempre el mismo, cobardías más o menos tolerables, más o menos consentidas.
Es posible que la rabia no nazca de que te mientan, sino de comprobar que el mentiroso no tendrá valor de afrontar sus embustes, así le plantes un órdago.
Esto no es más que una opinión. La única comprobación empírica que he podido hacer al respecto, es que el cobarde no puede dejar de mentir.
Siento haberme extendido tanto.
No dejes de escribir, por favor.
"Y también engaña", dices, anónimo bernardino. Tuve al respecto una graciosa discusión con un amigo. Él decía que, en efecto, ella miente, sobre todo porque no está embarazada: los inspectores lo habrían descubierto inmediatamente, y las pruebas de ADN habrían cantado. Yo, angelico, salí pensando que ella no mentía, y aún me agarraba al hecho de que, teniendo el ADN tan a mano, Woody Allen recurriese al viejo truco de la carta encontrada, el diario. La cuestión es que para mí era la heroína, y a partir de ese momento que comento en la bernardina, por así decir, ya creí en ella.
ResponderEliminarIncluso me gusta más el viejo truco, porque una de las habilidades que Allen demuestra una y otra vez es que con un atrezzo argumental que ya se usaba en los tiempos de Plauto se pueden seguir escribiendo historias estupendas.
Supongo que, por mi parte, no haber captado algo tan evidente significa que me entregué a la historia por completo. Mi amigo decía que se trata sólo de un error del argumento. Puede ser.