15.1.06

Crash


La gente está zumbada. Esa es la tesis principal que se desprende de la película Crash, que se acaba de estrenar. Tampoco es nada original: aquí en España, la misma semana de su estreno, un hombre aparcó el coche para ayudar a una niña que se le había echado encima y antes de salir le habían metido once balas en el cuerpo; un muchacho salió a discutir por un golpe en el coche sin importancia y lo cosieron a navajazos; un tipo discutió con sus compañeros de trabajo y como no le daban la razón los frió a tiros.
No, no es nada nuevo. Aparte del racismo que humea en la pantalla, de lo que habla Crash, y eso sí que es nuevo, es de ese estado de inconsciencia, alimentado por toda la agresividad que arrojan las cloacas, en el que una persona puede matar a otra sin que se entere ninguna de las dos. Nuestra imaginación ha sido cebada durante demasiados años con todo tipo de violencia gratuita como para que no estallen sus gases antes de que podamos dominarla. Hace tiempo que no respondo a las afrentas de tráfico. Hace años que no llamo la atención a ningún bárbaro incivil. Sé que esa gente desahoga su cerebro con una violencia extrema y que entre la potencia y el acto ya no está la voluntad.
De todo eso habla Crash, de una sociedad cuyos miembros no están en condiciones de responder de sus actos. Estamos locos y andamos sueltos. Nuestra propia obsesión por defendernos nos tortura y puede acabar con los demás, nuestro miedo y nuestra ira pueden no tener control y ya casi sólo admiten redenciones milagrosas.
El propio director de Crash, Paul Haggis, habla sin tapujos de lo que le debe a Short Cuts, la impresionante película de Robert Altman. Short Cuts era una obra maestra donde no dejaba de latir el genio de Raymond Carver. En Crash hay muchas veces más habilidad que poesía, pero la desolación, la vergüenza y la piedad que uno siente por el género humano es la misma en las dos películas. Lo mejor, después del trago que supone ver en qué nos estamos convirtiendo, es que ha vuelto el gran cine de los 90. Tal y como están las cosas, que le den el Óscar es una cuestión de utilidad pública.

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