8.6.07

TONGADA

Ya he comentado alguna vez los divorcios y las reconciliaciones que de vez en cuando sufren las bernardinas que cuelgo en este blog y las que salen publicadas en el periódico. Ahora llevo casi un mes sin colgar las del Diario, me parecen de mala calidad, pero casi todas eran lo que pudiéramos llamar un deber ciudadano. Una para antes de las elecciones, otra para después y luego, sin suelo bajo los pies cuando la ETA volvió a infectarlo todo con el infalible prestigio de la muerte, lo del himno, como si nada hubiera pasado. Lo único que me consuela es que mis bernardinas son, en el más amplio y multidimensional sentido de la palabra, puramente gratuitas. Pero las tres juntas, y en orden inverso a su aparición, casi hasta me hacen gracia.



Poesía (7 de junio)

Sólo hace tres días, y parece ya tan lejano, desde que salió la especie de que había que ponerle letra al himno nacional. Se conoce que a las autoridades les gustaría que los futbolistas la cantasen como Gennaro Gattusso canta el Fratelli d’Italia, sujetándose el pecho y pegando unos berridos que se escuchan desde fuera del estadio. La música suena, incluso con su voz, optimista y partisana, como si sólo hablase de las flores y de las muchachas. Luego lees la letra, siam pronti alla morte, l'Italia chiamò, y ves que de serenatas nada. La salva el pegadizo romanticismo de su música, el aire de pueblo en fiestas patronales, pero la letra habla de lo mismo que casi todos los demás, de la guerra, de dar la sangre con pleitesía y de odiar al enemigo hasta la muerte.
Muchos himnos nacionales están transidos de siglo XIX, de sables y bigotazos, incluidos algunos de raigambre popular. Las excepciones son, como siempre, las de aquellos himnos que se han impuesto al oficial sin más fuerza que la de su acogida. Es lo que le pasó a la Marcha Granadera cuando el general Prim quiso quitarla pero la gente la seguía silbando; o lo que, en el divertido poemario de los himnos autonómicos, sucedió en Canarias con un pasodoble, o en Asturias con una canción de taberna de insuperable simplicidad, perfecta para que la memoricen los deportistas. Algunos, más originales, empiezan con una pregunta, como el gallego, pero enseguida se abandonan al victimismo. Los de Euskadi y Cataluña son ejemplos de cómo ni los más grandes poetas han podido con las elegías belicosas, el Eusko gudariak y Els Segadors, aunque sea raro que un pueblo poco violento como el catalán se emocione aún con las corbellas.
Los himnos de las otras comunidades son bastante flojos, con mucho subsecretario de turismo metiendo mano en el poema. El que García Calvo compuso para Madrid tenía mucha gracia pero Gallardón se dio cuenta y lo prohibió. El de Aragón es un rollazo, sólo habla del cierzo y lo repite todo, es como si el poeta tuviera las manos llenas de pegamento, y encuentras cosas como el inmarchitable olivo de la paz, que es como aquello de “paloma de la paz, vuela sin cortapisas”. Una pasada.
Yo no es por nada, pero la letra de un himno nacional es el más antiguo y el más difícil de los géneros poéticos: hondo y pegadizo, emocionante y genuino, fácil y canturreable, festivo y popular. Una cosa como el pasodoble Suspiros de España, vaya. De momento, ningún poeta oficial ha levantado la mano. Ninguno se atreve.


Desmoralización (31 de mayo)

Los votantes de izquierda de Valencia y de Madrid están desmoralizados. Ojalá. Ojalá se replanteen los momentos para estar moralizados. La democracia es un sistema clientelista que se rige por estudios de mercado, no por criterios morales. A los votantes se los gana con ofertas de verano, no con exhibiciones de honradez intelectual. En Valencia hubo barrios cuyos vecinos se manifestaron por la calle porque las escuelas están en barracones. En Madrid los hubo donde armaron broncas por el asunto aquel de los parquímetros. Bueno, pues ambos barrios votaron al PP. Así que no me extraña que Carlos Fabra dijera que el pueblo ya lo ha juzgado, que le quiten la denuncia. Es posible que al político no le parezca bien que haya barracones (es posible), pero su director de marketin le dice que aquí lo importante es Bernie Eccleston, no los barracones, y no se lo dice por falta de conciencia sino con números, con pruebas científicas.
Pero esto ha sido siempre así. ¿Qué es antes, la guerra o la revolución? La derecha siempre ha tenido claro el orden de prioridades. La izquierda, nunca. Ayer mismo, aún cansados de cifras, sale la ministra Salgado a darnos la charla moral porque seguimos fumando y porque algunas autonomías incumplen la ley. Para los votantes de esas autonomías el asunto no es una cuestión moral. Estar unidos en política implica practicar una indulgencia infinita, y en eso la derecha es un modelo de perdón. Implica transigir con los agresivos métodos de sus ejecutivos, que no se cortan en aprovechar las enseñanzas de Goebbels o del rey Salomón si al final del ejercicio el balance es positivo.
En la izquierda somos unos beatos existencialistas. Estoy seguro de que los 90.000 votos en blanco que hubo en Barcelona eran de izquierda. La izquierda, impía, poco cristiana, no se perdona nada, ni los lapsus. No perdona postular como alcalde a un banquero, ni perdona haber consentido que dos ratas parlamentarias (Tamayo y Sáez) se le colasen en la lista, ni perdona el exceso de glamour, ni el populismo barato, ni la rigidez militar de las federaciones. Tengo amigos más rojos aún que yo que cuando les digo que voy a votar menean la cabeza como si con eso hubiera terminado de decepcionarlos.
Y esa soberbia moral, esa integridad intelectual, que es lo que, por cierto, más fastidia a la derecha, es también lo que, paradójicamente, más le favorece. Son católicos, no puritanos. Tienen la fe firme, pero la manga ancha. La moral la guardan para después de la guerra.


Municipio (24 de mayo)

Imaginemos que el Partido Popular firma tal día como mañana, delante de un notario, que aumentará el porcentaje de vivienda protegida, y que al mismo tiempo invertirá en el engrandecimiento del patrimonio arquitectónico. Supongamos que se compromete por escrito a eliminar el ruido y a perseverar en una observancia implacable contra los sujetos inciviles. O bien que, con el Evangelio en la mano, decide que todos los hombres somos iguales y que debemos garantizar una educación de alta calidad, sin exclusiones ni privilegios. Pongámonos en el supuesto de que un letrado certifica su voluntad de respetar el paisaje y meter mano a los especuladores. Exageremos con la idea de que el nuevo consistorio, de salir, se compromete a no construir ninguna plaza de catálogo con aspecto de mausoleo, y a tasar la naturaleza de los materiales: sólo arcilla, cerámica y piedra rodena. Fantaseemos, en fin, y por hablar de algo rigurosamente municipal, con la idea de que el PP decide dejar en paz el Polideportivo San Fernando.
Aunque todo eso fuese cierto, aunque viese con mis ojos la firma del notario y la factura, no podría votar al PP. Soy de la media España que no puede ver a la otra media, según dijo Aznar, y me tendría que conformar para que nadie pensase que yo, con un jodido papelito en el que no escribo ni mi nombre, estoy suscribiendo todas las burradas que salen por esa boca cada vez que se acerca a una comarca vitivinícola. Y menos mal que fue a Calatayud. Si se llega a pasar por Cariñena, nos anuncia la fin del mundo.
Da la sensación de que hemos llegado a un final de trayecto. Durante años creímos que la democracia sería real cuando todos pudiésemos castigar a todos con nuestro voto. Yo mismo no soy menos cautivo de la izquierda que lo es de la derecha una monjita de la caridad cuando su moral la obliga a votar a Carlos Fabra. Hay catedráticos de economía que votan a Martínez Pujalte, y ciudadanos de izquierda que votan a Carmen Calvo y su mafioso canon digital. Se acabaron los matices. Hay jueces que votan a Esperanza Aguirre cuando dice sin rodeos que si ella gana se saltará las leyes de educación a la torera, y artistas libertarios que se tapan la nariz para votar a Miguel Sebastián.
El PP está tan convencido de que ya da igual lo que proponga o lo que demuestre, que sus mensajes faltan el respeto a sus propios votantes, y les obligan a transigir con todo tipo de chorradas y artimañas inmorales en cualquier religión decente. Así me obligan a votar a sus contrarios, no a pedir cuentas a mis afines. Ellos sabrán por qué.


P.S.: De hecho, lo sabían.

2 comentarios:

  1. La izquierda, don Antonio, podría ser el último paso que dio el cristianismo, la última reforma, encubierta, lo que ni quita ni pone nada a su favor por otra parte. ¿Pero ese puritanismo no es precisamente lo que hace que la izquierda sea izquierda?

    Esa "manga ancha" me parece profundamente contradictoria con todos esas direcciones que la izquierda parece siempre dispuesta a defender; educación pública de alta calidad, sanidad...

    (Gracias una vez más por el libro; la dedicatoria preciosa. No se pelee usted con sus bernardinas de papel y actualidad; déjelas correr por aquí, para los que no somos de Teruel; ya quisiéramos que nuestros plumillas de tirada nacional escribiesen con tanta claridad de asuntos así.)

    Un saludo.

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  2. Pues sí, probablemente sea el puritanismo moral lo que mejor defina -para bien- la esencia de la izquierda, del mismo modo que la parroquia de San Carlos Borromeo es la esencia perdida de la iglesia católica. Así no es de estrañar que cuando la izquierda se estrella, como en Madrid, giren el cuello a los borromeos socialistas, en este caso al alcalde de Parla, un personaje interesante por demás. A ver si es verdad.
    Gracias por todo, Mabalot. En cuanto se me pasen las angustias folletinescas tendremos que mirar lo del blog Solana.

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