15.7.08

OTOÑO RUSO, X


Capítulo décimo
Ninfas del Carburo

Julia se está poniendo negra. La clase de primero de Bachillerato A, con el profesor Javier Santacruz, ha salido de excursión por el camino de la Guea. Han visitado la Escuela de Capacitación Agraria de San Blas y, ya de vuelta, entrarán a ver las ruinas de la Central Hidroeléctrica del Carburo. También va con ellos la profesora de Comunicación Audiovisual, Aurora Cruzado, que va a aprovechar la excursión para que los alumnos saquen fotos del otoño y aprendan después a retocarlas con el Photoshop. Todos tenían que traerse la cámara, tirar fotos que no fuesen chorradas, y captar, como dijo la profesora, la esencia del otoño en una foto. Ahora el campo está precioso, los chopos ya están desnudos. A lo largo del río corre un tapiz de ramas encrespadas que se difuminan entre el gris claro de la corteza y el gris oscuro del cielo.
Le podía haber pedido a su padre el equipo de fotografía, el maletín de plástico negro donde guarda los teleobjetivos, pero Julia se decidió por la cámara compacta de bolsillo, que se lleva colgada de la muñeca y no hace falta enfocar ni nada. No es que a Julia no le guste la fotografía (de hecho es ella la que elige las fotos que Bernardo envía luego a la Sociedad Fotográfica Turolense) sino que le parecía mal llevarse la supercámara de su padre. Se estaba imaginando que María Eugenia se traería un pedazo de cámara con un teleobjetivo de dos palmos, y que luego estaría toda la excursión diciendo que le pesa mucho y colgándosela del hombro a Manolo Perales.
Hoy María Eugenia ha estado más comedida y sólo se ha traído la cámara pero no el teleobjetivo. Todo el mundo sabe que es la cámara más cara, pero casi todos llevan cámaras buenas que tienen poco que envidiar. En ese terreno María Eugenia tenía poco margen. Pero Laurita Basterra no. Laurita es lo más. Laurita, nada más salir del instituto, cuando estaban todavía cruzando las vías del tren, sacó su flamante iPhone, áifon, como dice ella, que se lo acaba de regalar su prima Almudena. Y ha sido como si se hubiese llevado la play-station. Uno por uno, Laurita se lo ha ido enseñando a todo el mundo, por si querían jugar, o pone la música a tope o de pronto se baja una teleserie mientras camina entre las hojas secas junto al río. Aurora le pide por favor que sólo lo utilice para las fotos.
Julia va naturalmente con ellas dos. Son su grupo, las tres pijas de Primero A, gente que tiene buena relación con el resto de la clase pero siempre las tres juntas, nunca con chicos como los de clase, con esa voz aguda y nasal de María Eugenia. Julia va con ellas pero con la excusa de la fotografía se ha retrasado bastante. Camina con la cabeza baja y hace fotos a los pájaros, pero en realidad lo que quería era un buen punto de observación. Aparte de alejarse un poco de las pesadas de sus amigas, que llevan diciendo tonterías desde por la mañana, quiere saber si Esther y el ruso hablan o solo van juntos, si ya son amigos o están enrollados o solo son los dos alumnos marginales que se han juntado, algo así como la pareja que forman Manolo Perales y la Choni, que se ha traído una cámara de usar y tirar. Quiere saber Julia si ese chico tan delgado deja de ser una esfinge cuando tiene amigos. Quiere verlo sonreír, ver si sonríe.
El otro día, en clase de Javier Santacruz, Julia se apuntó con ellos para el trabajo del reloj analemático de Alfambra pero todavía no han hablado. Es como si no se diesen por enterados. Esther no ha venido a decirle qué hacemos, cómo nos organizamos, y ella, Julia, tampoco les ha preguntado nada. Desde que los dos van de un emo subido, ella con los ojos góticos y él con ese abrigo de excombatiente, a Julia le da corte hablar con ellos, o sea ser ella la primera que dé ese paso. Esther puede pensar que va a quitarle al ruso, o que ahora le ha dado por ser moderna, o incluso que se quiere mofar de ellos como más de una vez, desde tercero de la ESO, Julia se ha mofado de Esther. Lo de las vacas, lo de preguntar un día en medio de la clase si en Alfambra tenían vacas, con la juerga que se montó y lo mal que lo pasó la chica, le salió sin querer. Julia es así de inocente a veces. Julia no quiso llamarla paleta ni nada de eso, pero claro, si dices una tontería sin querer y María Eugenia estalla en una carcajada tan escandalosa, y toda la clase se parte de risa después, pues entonces es normal. Y luego, además, un par de veces, como entre ellas había ya mal rollo, algunos comentarios de Julia es posible que también hayan podido ofenderla. Una vez, en Conocimiento del Medio, el profesor estaba explicando el sistema hidrológico de la comarca de Teruel y, cuando dijo Alfambra, a Julia, sin querer, le salió Alfambrá, y María Eugenia se partió de risa. Por eso no se ha llevado la cámara estupenda de su padre, para no ofenderla sin querer.
El grupo de estudiantes camina desperdigado por los márgenes del río. Huele a rastrojos quemados, a hojas podridas y a melsa de pescar cangrejos. A la izquierda del camino se extienden los bancales de maíz segado, las hojas largas grises retorcidas en las cañas, los ribazos con yerbas de color de humo. A la derecha, la ribera cuajada de sargas y nogueras, la playeta de arenas muy rojas, el cauce turbio. Los alumnos tiran fotos a las cucharetas o a los pescadores que dejan caer los reteles con cuidado. Buscan composiciones de hojarascas y troncos partidos.
Esther y el ruso no están en lo que están. Julia ve cómo en vez de ir buscando encuadres bonitos y juegos de luz, en vez de mirar la cámara para ajustar el diafragma, están tirando las fotos de cualquier manera. Se van pasando una cámara de bolsillo y tiran fotos sin mirar, a lo que salga, y celebran ese no hacer lo que se debe que a Julia también la está poniendo negra. Están disfrutando. Ella, Esther, está encantada, eso se ve clarísimamente. Se ve en la manera de escuchar cuando el otro habla, siempre con esa sonrisa boba, y se ve también en que cuando ella habla se apasiona mucho y a veces se acerca y lo coge del brazo y miran con las cabezas muy juntas la pantalla digital de ella y la cámara pequeña de él.
Laurita se ha puesto un vídeo de James Blunt en el iPhone. Javier Santacruz, que va pastoreando al grupo, le llama la atención, y Julia se rebota con ella.
-¡A ver si dejas de montar el numerito de una vez! –le dice Julia a Laurita cuando Javier Santacruz ha vuelto a la cabecera de la excursión. Laurita finge que se enfada y dice que le duelen los pies.
Pero Julia ha aprovechado el roce para adelantarse unos metros. La verdad es que lo hace un poco complicado, porque se mete a la izquierda del camino en un bancal con intenciones de salir otra vez al camino después de un recodo que gira a la derecha, y cuando está a mitad, sacándole fotos a las masías que divisan en las crestas de las lomas, se da cuenta de que se ha metido en un campo recién labrado. Las zapatillas se le hunden y se le meten grumos y esquirlas en los calcetines. Conforme trata de salir al camino pisa por el barro y el estiércol, pero al final, después de saltar una acequia con todo el lecho recién quemado, y de tiznarse las manos y las rodillas, sale al camino unos metros antes que Esther y el ruso, que vienen por detrás, tirando fotos sin apuntar.
Julia se queda parada sacando una foto de la masía de Artigot, que parece un castillo con paredes de yeso blanco, y termina de hacerla cuando Esther y el ruso ya están a su altura. Julia, entonce, se lanza:
-A ver si quedamos para el trabajo...
-¿Qué trabajo? –contesta Esther, entre seca y despistada.
-El del reloj analemático.
-Ah... –dice Esther, que vuelve a mirar una foto que ha tirado mientras hablaba Julia.
Es el momento para Julia de decir: “oye, si no quieres que haga contigo el trabajo lo dices y en paz”, o bien “oye, yo a ti qué te he hecho, si se puede saber”, pero Julia sabe que cualquier respuesta normal obra en favor de Esther, que la está provocando al tirar más fotos mientras ella habla.
-¿Cuándo vais a ir a verlo? –pregunta Julia.
-No sé –responde Esther, con una sonrisa de otra gracia, con la sonrisa de ver la pantalla de su cámara, no de oír lo que ha dicho Esther-. Nosotros es que vivimos en el pueblo, podemos ir en cualquier momento.
-Yo también puedo ir cuando sea. Yo también tengo casa en el pueblo.
Ese también ha sido excesivo. Ha sido como lo de las vacas del pueblo y como lo de Alfambrá, ha sido como el lo dices y en paz o el yo a ti qué te he hecho. Pero Esther para estas cosas es un poco tímida. Aun en circunstancias tan favorables, le cuesta un mundo mandar a alguien a la mierda. No es convicción ni urbanidad. Es que le da mucho apuro. Sin embargo, no está dispuesta a dejar así como así que Julia se meta en el grupo. No es que quiera estar a solas con Kolia, sino que teme que las salidas de tono de Julia puedan ofenderlo y llevarlo de rebote a enemistarse con ella. Las dos están como en el juego del pañuelo. Las dos esperan que sea la otra la que se merezca una mala contestación.
-El trabajo lo tenemos ya casi hecho. Es que en la página web de mi pueblo está colgada toda la información.
-Pero Javier dijo que teníais que comprobarlo porque había un fallo. Podemos ir allí y comprobarlo –dice Julia.
Esther no tiene muchas más excusas. Kolia está sacándoles fotos desde muy cerca y sin mirar por el visor con su máquina pequeña. Julia se da cuenta de que es una máquina como la que tenía su tía Angelita, una especie de petaca negra con los bordes de metal y un objetivo en medio. Su padre la guarda en el estudio, con otras antiguallas de la fotografía. Julia se vuelve a Kolia y le dice, con su mejor sonrisa, la más fresca, la más clara:
-¡Qué camara tan chula!
Kolia no está seguro de haber entendido bien, casi por instinto se vuelve a Esther, a que se lo traduzca. Pero Esther vacila y se queda callada. Se queda con los ojos muy abiertos y callada. Y Julia, entonces, remata el punto:
-¡What a nice cam!
Kolia entiende y sonríe. Luego se la ofrece a Julia.
-¿Do you want to try?
El único contacto que Kolia ha tenido antes con Julia fue un día, en clase de Historia, que él estaba leyendo un cuento de Léskov en ruso por encima del libro de texto y casi no podía evitar la risa. Se había dejado caer el flequillo y llevaba las manos en la frente, como haciéndose visera. Pero Julia lo vio leer. Cuando terminó la clase, Julia se acercó hasta él y le preguntó qué leía, con su mejor sonrisa. Kolia sólo vio una chica de piel bronceada y melena rubia cogida con una diadema que le preguntaba algo. Ahora, por fin, la había entendido.
Julia coge la cámara y apunta a Kolia.
-Tienes que apuntar a la altura de la cadera y sin mirar por el visor –dice Esther.
Están parados entre dos nogueras enormes que flanquean el camino. Julia no ha entendido. Los alumnos pasan a su lado. Y también pasan Laurita y María Eugenia.
-¡Uy qué cámara, Julia, cómo mola! ¡Es la cámara de los Alcántara total! –dice María Eugenia.
Quienes la han oído, casi todos, se echan a reír.
-Míralo, pero si es verdad, es monísima. Es de irse a Benidorm con el Seiscientos de mi abuelo. ¿Es tuya?
María Eugenia va a manosear la cámara pero Julia se la devuelve a Kolia.
-¡Pero si es del ruso! ¡Pues entonces es la cámara de los Alcantarovich! ¡Crónicas de un pueblo de la estepa siberiana!
Julia estrangularía allí mismo a su amiga, despedazaría su cuerpo y se lo echaría a las truchas en ese mismo momento, pero es Javier Santacruz, que iba cerrando el grupo, el que llega hasta ellos y reconduce la conversación.
-¡Una Lomo! ¡Pero si es una Lomo! ¿Es tuya, Nikolái?
Las voces de Javier Santacruz han llamado la atención de algunos chicos del grupo, que pronto se arremolinan en torno a su cabeza explicativa.
-Esto es una joya, chicos. Es una cámara soviética de principios de los 80. Los militares rusos se la copiaron al ejército japonés. En los últimos años de la era comunista todo el mundo la tenía en su casa. Luego se dejaron de fabricar, pero entonces las descubrieron en la parte occidental de Europa y se pusieron de moda. Son muy curiosas. Sacan los bordes negros y los colores muy saturados. Puedes hacer fotos en movimiento y no hay que enfocar. Salen fotos como en los carteles de cine antiguos, muy espontáneas. Y hay millones de fans de las Lomo. Organizan lomoembajadas, se juntan en un sitio y disparan a todo lo que se mueve, y luego encuentras verdaderas obras de arte. Mira, Laura, esta cámara te gustaría. Tú que estás siempre con las fotos del móvil, con esta te ibas a divertir. Aquí lo importante es acercarse mucho y no encuadrar.
-Esa me tengo que comprar yo –dice la Choni.
-Pues aún ahora son difíciles de conseguir –interviene Aurora, que los mira con las manos en la espalda y la barbilla levantada-. Creo que Putin ha vuelto a fabricarlas, ¿no, Nikolái? A ver si así bajan un poco de precio por lo menos...
Julia ha estado traduciendo simultáneamente al inglés la explicación de Javier Santacruz y la pregunta de Aurora Cruzado. Se ha puesto al lado de Kolia y en voz baja se lo ha traducido todo como las traductoras de los grandes dignatarios cuando los entrevistan en el telediario. Esther espera unos pasos más allá. Laura Basterra, que no se ha tomado muy bien las palabras del profesor, también se retira un poco, muy seria, y se pone a mirar su iPhone.
Cuando el grupo se disuelve, Julia y Nikolái siguen hablando en inglés. Esther, al lado de ellos, apenas los entiende.
-Bueno, chicos, vamos a meternos por aquí para llegar al Carburo –dice Aurora.
Atardece. Los profesores alertan del sumo cuidado con el que hay que manejarse entre las ruinas. El Carburo es una especie de tobogán de cemento podrido que desciende hasta el camino, pero que en su parte superior, oculto entre un bosque de ailantos, conserva una estructura de principios del XX verdaderamente singular.
Ha habido que dar un rodeo para entrar. El grupo tiene que subir hasta las casas del Jorgito, descender por un barranco lleno de basuras y trepar con cuidado entre los restos de unas escaleras anegados por las zarzas, hasta que llegan al puente y a la maquinaria que abre las compuertas, tres grandes ruedas de hierro cuyos dientes ya se han fundido con el engranaje donde los dejaron clavados la última vez.
Delante iba Esther, y detrás, hablando en inglés, Julia y Nikolái. Ahora Nikolái está explicándole a Julia el funcionamiento de un reloj analemático. Desde arriba se ven hilos verdes del agua que discurre todavía por la rampa. Después van bajando con precaución junto a un talud desmigajado hasta un hermoso bosque de columnas diagonales, cada una de cuyas muchas perspectivas es una impactante composición de líneas curvas y grietas enmohecidas.
-Mirad –dice Javier Santacruz-. Hasta los túneles de los desagües tienen bóveda de catenaria.
La garita de la máquinas está sostenida por un juego de contrafuertes curvos que conservan el aire de cuento de los cimborrios modernistas, como son, en los tebeos, esos templos de aire precolombino, escondidos en la selva, cuyas ventanas parecen los ojos de una calavera por donde salen y entran las culebras. Esther ve ahora como todos callan para escuchar las explicaciones de Aurora. Las perspectivas rectas, las que cruzan el edificio, componen juegos concéntricos de líneas cuya belleza, según Aurora, contrasta con el albañal en que se pudren. Los muros de cemento siguen descarnándose, los enrejados a flor de piel están ya medio derretidos por el óxido, hay goteras permanentes que pandean la pileta, incluso las barras finas de hierro por las que pasaba el agua para cribarla de ramas están juntándose unas con otras, y el moho y el orín les crecen como si estuvieran vivas.
El grupo se dispersa para buscar su foto. Julia y Nikolái están jugando con la Lomo. Esther busca sólo a Nikolái, pero es difícil que Julia no aparezca por delante. James Blunt suena en el iPhone de Laurita. Esther cosigue sacarle una foto a Kolia entre varias filas de columnas que forman otros tantos arcos invertidos, cada uno con la abertura más estrecha. A Esther le hace gracia. Kolia y su kaftán ruso a las puertas de una inmensa vagina de cemento gris por cuyos labios corren gotas de agua detenida. Julia ha desaparecido del cuadro. Esther tira la foto, y va a tirar una segunda pero escucha la voz de Julia, que habla en español.
-Déjame la cámara, Esther. Ponte con Kolia, que os voy a sacar una foto.

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