15.7.08

OTOÑO RUSO, XI


Capítulo décimo primero
Ven, mujer

-Y ahora dice que no quiere estudiar derecho ni opositar a notarías ni nada. ¡Si por lo menos se quedase a estudiar psicología...! Falta le haría aquí a su madre, que, en fin, para qué hablar, padre Florencio, para qué hablar. ¡Ay, Virgen del Perpetuo Socorro!
-¡Pero si era una criatura tan buena y tan formal! ¿Verdad, Iluminada? ¡Que me acuerdo yo que venía por la parroquia con esas trenzas rubias como el sol y la guitarra que era más grande que ella! Pero tú no te preocupes, Angelita. ¡Castillos más grandes han caído! Lo que pasa es que los jóvenes, ahora...
-Ahora y siempre. Porque mira su madre, que cada vez que me acuerdo me entran ganas de llorar. Mira que he ido siempre con ella que no le faltase de nada, y chorrea que te chorrea, que si ahora el viaje a Londres de la niña, que si después resulta que ha salido un teléfono moderno. Pues nada. Ahora, nada. El otro día vino a verme porque la obligaron sus padres (porque si no no viene) y le dije ¿quiéres que la tía te compre el teléfono ese nuevo que le han comprado a Laurita Basterra? Y no te creas que se escoscó en decir pues mira no, tía, ahora no que no lo necesito. ¡De eso nada! Dice yo no llevo teléfonos tan caros. Anda, ahíjatela. A buenas horas, mangas verdes. ¡Pues me lo podría haber dicho antes, que me habría excusado tres o cuatro teléfonos móviles! ¿Quieres una almojábana, Iluminada, que me las han traído esta mañana del horno de Santa Cristina?
-Ay pues sí.
-Ay pues mira, yo también.
-¡Tatiana! Ay, padre, yo me estoy consumiendo. Nunca sé lo que hace, ni dónde está, ni si está fregando o está llamando a Rusia por teléfono a escondidas. La llamo y no viene. Me trae una comida que será la comida que comían en la Unión Soviética, porque madre mía, yo no sé dónde mete el dinero que le damos para que vaya al supermercado. Mi sobrina dice que le trae todas las facturas, pero es que ayer me siento a comer, padre, ¡y me pone un plato de remolacha! Dice que es que en su pueblo era un plato especial. ¡¡Tatiana!! Menos mal que venís a hacerme compañía, porque yo, yo...
-Venga, Angelita, venga, vamos a hacernos al ánimo. Otras cosas peores nos mandará el señor.
-¿Peor que esta? ¡¡¡Tatiana!!! Ah, ya estás aquí. Trae las almojábanas que has comprado esta mañana. ¡Y no las toques con las manos! Es que hay que decírselo todo, padre, absolutamente todo. Es que el otro día me asomo por la cocina, eh, Iluminada, que tú sabes que yo soy en la cocina una mujer muy pulcra, y me la veo pelando los langostinos con las uñas. ¡Ay qué asco, por favor! Mira, me acuerdo y es que me dan arcadas. Coger una almojabana, ya verás qué ricas están. Esperemos que no le haya echado eneldo, ¿a esto no le has echado eneldo, verdad que no? Porque es que oye, como tenga con el dinero la mano tan larga que tiene con el eneldo, esta me despluma. Trae un poco más de leche también, que se ha quedado fría. Ya te puedes retirar.
-Pues eso no es nada, porque Asun me contó el otro día (que estuvimos en el vivero a ver si habían salido las flores de Todos los Santos), me contó que la rumana que tiene ella le mete a un hijo pequeño en casa y todo. Con el achaque de que no había escuela o no sé qué, allí que le metió al zagal.
-No, no nos mire así, padre, que no hay derecho. Iluminada tiene razón. Les das la mano y te cogen el pie. Vienen aquí porque en su país pasan necesidad y enseguida te reclaman el oro y el moro. Lo que decía el otro día María Dolores, la hija de Alejandro Mechón, sí, chica, Iluminada, ¿estás tonta o qué? ¿Alejandro el que se casó con Catalina, la hija de los Marín? Pues una hija suya, esa que está casada con Remigio, que estaba de muchacho en Sindicatos y ahora lo han hecho presidente de los empresarios.
-Ah, ya caigo. La hermana de Paulita, la ginecóloga del hospital.
-La mujer del candidato del PP.
-Eso, padre, tiene usted razón, así nos habríamos aclarado antes. Pues eso, lo que decía María Dolores, que lo estábamos hablando que coincidimos el domingo en misa. Me decía: Angelita (ella me llama siempre Angelita, tenemos mucha confianza), lo que no puede ser es que porque seas inmigrante, por eso de que estás en el paro, te unten todo los meses un sueldazo y mientras tanto nosotros los nacionales aquí, sufriendo la crisis económica. ¡Esta leche está hervida! ¡Te he dicho caliente, no hervida! Mírala, trae por lo menos una cucharilla que le quite la nata. Ay, padre, ¡me siento tan impotente!
-No seas así, mujer. Lo que pasa es que tú has sido siempre muy activa y ahora pues claro, se te llevan los demonios.
-No diga eso, padre.
-Mujer, es un decir. Pero tú, Angelita, tú siempre tienes que pensar en positivo. No centres tu pensamiento en lo doloroso de la situación. Piensa que, en el fondo, estás haciendo una buena obra.
-¡Estaría bueno, con setecientos y pico euros y la seguridad social pagada, que encima se me quejase!
-Ha sonado el timbre, ¿verdad, Iluminada? ¡Tatiana! Mírala, ya ha abierto sin venir antes a preguntar. Un día me meterá aquí a cualquiera de esos que viven por la calle y yo qué sé lo que va a pasar. Ah, es Matilde. Tatiana, te he dicho mil veces que antes de abrir preguntes.
-Hola, don Florencio. Cómo estás, Iluminada.
-Hola, Matilde, maja. Pues aquí estoy, con mis achaques y mis cosas, pero qué le vamos a hacer.
-Pues mira, ahora mismo estábamos hablando de Julita. Estará hecha ya una mocetona. ¡Hace ya que no la veo...!
-Con dieciséis años para diecisiete, pues imagínese, padre.
-No tenemos que dejar que la juventud pierda su esencia.
-No la pierde, padre, no. Usted no se preocupe que la juventud no pierde su esencia.
-Anda, Matilde, hazme el favor, mira a ver las facturas de esta tía, que yo no lo veo nada claro, porque aquí no como más que remolacha, como las mulas.
-No te preocupes, tía. Vamos a la cocina, Tatiana, y me enseñas las facturas.
-Eso, y dile de paso cómo se friega el techo, que esta parece que no ha fregado un techo en su vida. ¡Ay, Dios mío, padre, qué pruebas nos manda el Señor! Y yo que ya estoy viendo que me voy a quedar privada en una silla de ruedas, porque esta prótesis, el médico dirá lo que quiera, pero a mí se me encasquilla. Y esta chica, Matilde, tú dirás lo que quieras pero a mí no me sabe llevar. ¡Ay, no sé yo lo que va a ser esto!
-Vamos a la cocina, Tatiana.
-Tira, hija, tira. Mira a ver qué me está haciendo...
...
-Ven, Tatiana, entra, cierra la puerta, anda, que no nos oigan. Lo del techo ni en broma, ¿eh, Tatiana? ¡Pero ni en broma! Tienes que tener un poco de paciencia. En el fondo no es mala. Ya verás cómo en el fondo no es mala.
-No se preocupe. Sólo hace que hablar y hablar. Pero yo no le puse remolacha sola, le puse un grosz.
-¿Un qué?
-Un grosz. Es en Rusia como aquí el cocido.
-Seguro que está riquísimo. Tú no te preocupes por eso. Déjala que lo suelte todo por la boca. ¿Ha venido Bernardo esta mañana?
-No. Bueno, si no ha venido cuando yo bajé a comprar el pan...
-¿Y ayer vino?
-Tampoco.
-Es que dijo que iba a venir...
-Las facturas son estas. Ha venido también el recibo del Ocaso.
-¿Tienes fuego? Me voy a fumar un cigarro contigo. Lo había vuelto a dejar, pero es que... ¿Y cuándo vino entonces?
-Esta mañana. He dejado el recibo en la consolita.
-No, me refiero a Bernardo.
-Bernardo no ha venido por aquí. Yo no lo he visto.
-Pero sí que te dio los papeles de la nacionalidad, ¿no?
-No. Me los trajo usted.
-Ay, es verdad, qué tonta. Perdona, Tatiana, es que llevo un día horroroso. Qué digo un día. Es que Bernardo, como se lleva tan mal con mi tía, pues yo casi prefiero que no venga, ¿sabes? Por eso te pregunto. Venga, vamos a hacernos un café. Yo lo hago. ¿Qué tal va lo de la nacionalidad?
-Estamos esperando la traducción jurada.
-Bueno, ya sabes que las cosas de palacio van despacio… ¿Te gusta esta cocina? A mí me encanta. Yo hacía de pequeña los deberes aquí, en esta silla, al lado de esta ventana. Había un hule con las provincias de España. Y esta imagen. Este paseo del Óvalo era antes más bonito. Entonces había unos árboles enormes que en verano te entraban por las ventanas. Aquí paraban los autobuses, y yo me pasaba las horas muertas mirando subir y bajar a los viajeros, aquí, sentada en la mesa. Luego me sentaba en la silla y ya sólo veía el Pinar, y aquel edificio. Aquel, ¿lo ves?
-Sí.
-Es una residencia para niños con problemas. De pequeña me pasaba las horas mirándola. Luego, cuando estaba embarazada de Julia, fue una verdadera pesadilla. Ya ves, qué boba, y eso que me hicieron la miocentesis. Yo me puse hace poco nueva la cocina en casa y no me gusta nada. ¿Y sabes por qué no me gusta? Por que a mí la cocina que me gusta es esta. Mis padres vivieron aquí hasta que murió mi abuelo y mi tía se quedó con el piso. Me siento aquí y estoy como en mi casa. ¿Cuántas cucharadas de azúcar quieres?
-Ninguna, gracias. Así está bien.
-¿Cómo está tu marido?
-Bien. Buscando trabajo.
-¿Y el chico aquel del accidente?
-Está en el hospital. Pero está muy mal.
-Vaya, lo siento. ¿Erais amigos suyos?
-Bueno, fuimos a verlo algunas veces.
-Tengo que decirle a Bernardo que mire a ver si encuentra algo por ahí para tu marido. ¿Y tu hijo?
-Bien, al principio no quería nada de la escuela, pero ahora ya habla más español.
-¿Lo ves mucho?
-Sí, a veces puedo salir a la compra a las once, cuando sale al recreo. Él sube por la escalinata y me espera en el súper. Otras veces, si yo no puedo salir, se sienta en un banco y yo puedo verlo desde esa silla que está usted sentada.
-No me llames de usted, Tatiana, por favor.
-Bueno.
-Deja, deja las tazas, Tatiana, ya recogeré yo. Tatiana... Escucha. ¿Tú...? ¿Te gusta leer?
-¡Sí, claro!
-¿Y tienes tiempo para leer aquí?
-Sí. Por las mañanas, mientras tu tía escucha la radio. En todo ese rato nunca me manda nada.
-¿Y te gusta Dostoievsky?
-¡A todos los rusos nos gusta Dostoievsky! ¡Dostoievski es el alma rusa! ¿A ti también te gusta?
-Sí, bueno. Por casa hay varios libros suyos. ¿Y música, qué música te gusta? Me refiero a qué música rusa te gusta.
-¡Es que hay mucha...!
-Sí, pero tu favorita, la que tú más..., no sé, la más especial para ti.
-Me gusta mucho Schriabin. Es un compositor que...
-¿Cómo se escribe? Toma, Tatiana, escríbemelo en este papel.
-Bueno, el alfabeto latino no lo domino mucho y...
-¡Joder!
-¿Te ocurre algo, Matilde?
-No, nada, es que se me había olvidad una cosa.
-¿Estás bien, Matilde? Te has puesto pálida.
-Sí, estoy bien, no te preocupes. Es que, no sé, me vienen unos calores... Estoy un poco pachucha últimamente.
-¿Quieres un poquito de kvass, que es muy fortaleciente?
-Tatiana, ¿tú estás segura de que Bernardo no ha venido por aquí?
-No..., de verdad que no ha venido.
-¿Me estás diciendo la verdad? O sea, quiero decir, es que mi tía me dice que no viene a verla y yo de ella no me fío y entonces... Da igual. ¿Cuál es el libro de Dostoievky que más te gusta?
-Uf, ¡son todos tan buenos! Pues... Quién sabe. El idiota, sí. Esa es la que más me gusta. Es de un hombre que... Pero Matilde, ¿por qué lloras? ¿Te he dicho algo...?
-Nada, nada...
-¿Te preparo un té? Oh, pero...¿Pero qué ha pasado? ¿He dicho algo? ¿Pero por qué lloras así?
-...
-Ven, mujer. Ven conmigo, llora aquí, así, así no te oirán.
-Perdona, Tatiana.
-Sssssss. Tranquila, tranquila.
-Ya está. Ven, límpiate los ojos. ¿Pero...? ¿Pero he dicho algo yo?
-No eres tú, Tatiana, no eres tú. Es que... Yo debía estar aquí, en tu lugar, haciendo esto, escuchando a Federico Jiménez Losantos, poniéndole las almojábanas al cura, yo qué se... Debería soportar a mi tía, pagarle por todo lo que ha hecho por nosotros, por todo el dinero adelantado, ¿sabes? Pero no podía, no podía. Y Dios me ha castigado.
-¿Y eso qué tiene que ver con Dostoievski?
-Espera, que viene alguien. Dame ese pañuelo.
-¡Mira qué bien estáis aquí las dos tomando un cafecico!
-Pasa, Iluminada, pasa.
-Me vengo aquí un ratico que es que la va a confesar don Florencio a tu tía. No te levantes, hija mía, no te levantes, que yo me siento aquí en este taburetico. Ay, por Dios, qué paz. Tatiana, hijica mía, te estás ganando el cielo, corazón. Yo vengo todos los ratos que puedo pero es que Matilde está que no hay Cristo que la baraje. Y esta pobre muchacha, ay, Dios mío de mi vida, lo que tendrás que oír por esa boca. Tú, Tatiana, hija mía, haz lo mismo que yo. Tú como el que oye llover, que luego todos se olvidan de lo que han dicho pero al que lo ha oído se le queda aquí dentro clavado. Ay, hijas mías, qué descanso. ¿Te queda un poco de café?
-Bueno, señoras, yo ya me iba...
-Uy, padre, ¿pero ya ha terminado?
-Sí, Iluminada, sí. ¿Cómo quieres que tenga pecados Angelita, si no sale de casa? ¡Uy qué bien huele ese café!
-¡¡¡Tatiana!!!
-Tira, tira, Tatiana, mira a ver lo que quiere, que yo me tomo este cafecico y me voy enseguida, que tengo cosas que hacer en la parroquia.

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