21.5.09

Mermelada

En su defensa del libro impreso en general y promoción de su último ensayo en particular, el semiólogo Umberto Eco ha declarado que de momento la red es “una mermelada comunicativa” y que “desconocemos todavía la dimensión del fenómeno de Internet”. Dijo muchas otras cosas tan perspicaces y reveladoras como siempre, pero tiene razón con lo de la mermelada, aunque no entiendo por qué habla de ella como algo incognoscible, que decían los antiguos empiristas. 

            Para empezar, la red ha eliminado las molestias físicas de la sabiduría. En muy pocos años, y sin necesidad de recibir ningún paquete por correo, un investigador de casi cualquier rama de la ciencia podrá escribir un tratado sobre asuntos novedosos que flotaban en la red pero nadie se había ocupado de juntarlos. De hecho ya sucede. Si uno se pasea por los repertorios bibliográficos universitarios, da risa la inflación desmesurada de cualquier bibliografía con respecto a la sustancia de lo que se intenta defender. La tentación del refrito ataca con más violencia precisamente ahora que el refrito es desenmascarable. Entre eso y que los editores no leen lo que publican, falta poco para que no se pueda hablar de autores sino de otros ámbitos más amplios y despersonalizados. Los escritores más brillantes de la televisión son grupos de guionistas que trabajan de un modo que ya podríamos llamar científico, cualquier creación suya ya es la suma de un magma de creaciones individuales. La red, por otra parte, ha excitado nuestro gusto por lo raro, nuestra ración diaria de locura original. Las novelas son más que nunca mosaicos de fragmentos que funcionan, y la vieja idea de la ciencia, sustituir al talento, está a punto de comerse, de primer plato, el rango, el concepto mismo de autor.

            De momento, la red produce naturalmente literatura bastante más interesante que la que publican nuestros avaros y desorientados editores. Al mismo tiempo, la red resucita más autores olvidados que nunca, aunque genera, más bien, mensajes literarios, novelas con aspecto programable. El mar se ha llenado de botellas, y la red aún no ha desarrollado el sistema para saber cuál de ellas encierra palabras eternas. Quizá esa literatura necesaria sea, cada vez más, obra de todos y de ninguno, como es el folklore, como lo fue al principio, antes de que nacieran los libros.

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