21.5.09

Paraguas

Diario de Teruel, 21 de mayo de 2009

Cuando llegaron al poder los socialistas, en el año 82, una de sus principales preocupaciones fue dispensar un tratamiento exquisito a las Fuerzas Armadas. Narcís Serra, de quien muchos sospechaban que iba a montar otra vez el pollo a base de desmoches, en plan Azaña, se convirtió en su ángel de la guarda. “Nunca nos habían tratado mejor”, oí decir entonces a un militar que, con treinta y tantos años, estaba a punto de pasar a una cómoda reserva para el resto de su vida.

            Pero claro, eran socialistas, eran sospechosos, y por eso ningún gobierno de Felipe González se atrevió a quitar la mili. Muchos jóvenes que no creíamos en las levas obligatorias tuvimos, por ley, que hacer de criados sin sueldo para organizaciones que a veces eran útiles y dignas y otras eran la tapadera de un chiringuito familiar, eso que se llamó la Prestación Social Sustitutoria y que en más de una ocasión me hizo lamentar no haber ido a la mili. Allí por lo menos te daban gratis de comer.

            La mili la quitó Aznar de un plumazo. La quitaron las derechas porque, se supone, al Ejército no iba a sentarle mal. Eran, se supone, de los suyos. Aquí se supone todo. La actual ministra, en una época en la que todos ya tenemos claro qué es el ejército, se esfuerza día tras día en no sonreír cuando no toca, en cumplir con abnegación los ritos militares y en defender por encima de todo su trabajo y sus instituciones. Pero cuando ha gobernado el PP, no le dio ningún apuro a su ministro disfrazarse de militar de El Corte Inglés, en plan Bush, ni hacer un ridículo espantoso con el asunto aquel de Perejil, cuatro cabras que le inspiraron lo del viento de levante, y si no se puso a recitar a Espronceda fue porque, seguramente, no sabe quién es. Ni tampoco se cortó un pelo aquel ministrillo en mandar a un subalterno que le sostuviera el paraguas mientras contemplaba con cara de asco los despojos del Yak.

            Me pregunto qué habría pasado si un ministro socialista juega a los disfraces de marca, a las guerras de niños o a despreciar cualquier mínima forma de lealtad hacia sus subordinados. Qué habría pasado si un ministro socialista hubiese quitado la mili, si se hubiese guarecido debajo de un paraguas para no mancharse con la sangre de sus compatriotas. Dicen que aquel ministro emperejilado lee a Shakespeare. De qué poco le ha servido.

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