15.11.09

Metaventuras del señor Pombo, 1

El mismo día que compré en la Casa del Libro La previa muerte del lugarteniente Aloof estaba también, en sorpendentes montones como los que se usan para vender piensos compuestos literarios, la biografía de Unamuno que acaba de publicar en Taurus el matrimonio Rabaté. Es curioso que Unamuno no vaya a parar a la mesa de novedades de crítica literaria del subsuelo, que esté casi con la presencia industrial de los Planeta en el piso de arriba.

El caso es que Unamuno aguardaba a que me terminara el libro de Pombo y con cierta frecuencia le echaba un reojo comparativo. Hay algo en este Pombo reciente que me recuerda a Unamuno. De momento nos alegramos mucho de que haya dejado el estilo Planeta, que amenazaba con ser una repetición sin gracia de algunas de sus más célebres novelas, y que vuelva al estilo Anagrama, esta vez el de algunas de sus mejores piezas breves. Y este Pombo no industrial, este Pombo lírico menudo, siempre da las claves de un Pombo más radical y en cierto modo más transparente. Esto de Aloof no llega a la gracia narrativa en grado máximo de Aparición del eterno femenino, pero tampoco se desangra en esas novelas grisáceas e inculpativas (El cielo raso y por ahí) que precedieron a la catarsis de Contra natura, punto redondo de una especie de terapia literaria y enajenación lírica que se amansó y enterneció con las novelas de oficio, de recurso, que escribió después para Planeta (y eso que en Planeta había escrito uno de sus libros mayores, la paráfrasis de San Francisco). Se diría pues que vuelve ahora el Pombo más ocurrente, menos entenebrecido, pero es el caso unamuniano que esta novela es solo un esqueleto de novela, un rimero de papeles sobre una novela, un cuento no muy consistente despedazado y glosado por unas páginas que vuelven casi sin disimulo al Pombo escritor cotidiano que piensa heideggerianemente sobre el hecho de estar escribiendo. Es un tema que me pone malo, el del escritor que escribe, en este caso el narratólogo que lee, pero a Pombo se lo paso todo porque su prosa siempre me compensa.

Lo malo es que la narración propiamente dicha, el manuscrito encontrado, no tiene toda la vaselina de momentos quietos que necesita una aventura. No tiene el mundo pictórico en el que nos imaginamos la aventura, ni su autor se detiene en los rudimentos del oficio de contar aventuras: un hecho importante va después de otro y es minuciosamente triturado por las alturas líricas de Pombo. No es en absoluto creíble que alguien lea un texto que tiene exactamente el mismo estilo que el supuesto lector que medita sobre él. La radicalidad de Pombo, tan unamuniana, consiste aquí en dejarse de artificios, o en darles una vuelta de tuerca, en presentarlos como son, como artificios, e iluminar la cortina para que la silueta del demiurgo se vea mover los hilos.

Una novela de aventuras es un catálogo de convenciones. Se pueden hacer muy originales novelas de aventuras, pero no se puede renunciar a ellas. No se puede hablar de una guerra que no se sabe qué guerra es y redactar escaramuzas paratácticas en el más puro estilo imitativo de quien declara que no disfruta del género que está ensayando. Es pura esencia, puro esqueleto, un primer borrador de un cuento barajado con unas interesantísimas notas autobiográficas que nos llevan a la Cuesta de Moyano o a su camarote de Martín de los Heros y que nos hacen desear un libro entero de trivialidades cotidianas del señor Pombo. Con qué alegría leería un libro suyo no de memorias sino de contemplaciones, del ser diario y renqueante, de las escenas que podrían meterse en algodón mojado para que germinen algún día en una historia. De lo primero que se le ocurriera.

Digo, pues, que no me gusta el libro como novela, pero sí lo disfruto como disfrutaría un cartapacio con sus notas y divagaciones. Disfruto a un Pombo cuyo proyecto no me resulta convincente. Tiendo a pensar lo mismo que con Unamuno, que llegó un momento en que dejé de disfrutar sus novelas y me preguntaba por qué no había hecho con ellas un ensayo. Y, al mismo tiempo, empecé a disfrutar del torrente novelesco de El sentimiento trágico de la vida, del personaje Unamuno, igual que ahora disfruto del personaje Pombo, pero no de los personajes creados por Pombo, anegados todos de una sombra pombiana que los reduce a espectros sintéticos y tópicos reconsiderados en su esencia huesuda.

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