10.4.10

A palo seco

El jueves pasado se presentó en Teruel la antología de columnas de Evaristo Torres Olivas. El libro incluye este prólogo mío.


Pocas veces un remitente de cartas al director consigue, casi por aclamación, una columna diaria que no sólo cuenta con lectores sino con verdaderos fans, gente que espera el artículo para aprovisionarse de argumentos con los que calentar tertulias, o simplemente para ratificarse en esa media sonrisa, entre amarga y noble, que para los consumidores de periódicos se suele convertir en adictiva.

Es el caso de Evaristo Torres. Desde que aparecieron sus primeras cartas incendiarias hasta que su faldón A palo seco se convirtió en una de las secciones más leídas del Diario de Teruel, apenas pasó un año, y hoy por hoy, finales de 2009, se lee en las barras de los bares y en los mostradores de las oficinas, en las salas de espera y en las de profesores, en las peluquerías de señora y de caballero. ¿Cuál es la razón, digamos, retórica de semejante éxito?

La primera es necesario buscarla en la utilidad de una columna. El valor de este género suele cifrarse en un lucimiento personal que se agota en sí mismo. Hay columnas muy bien escritas que sin embargo no trascienden, es decir, no prenden con el propio argumentario del lector. El propósito de una columna no es tanto lucirse como repartir juego, instalarse en un punto de vista al que cualquiera puede acceder para interpretar la realidad en torno. Se necesita una humildad extraordinaria para no caer en el lucimiento fácil y al mismo tiempo emplear las mejores armas de la retórica. Es decir, para ser tan llano, tan directo, tan arrojado incluso, se necesita manejar muy bien el idioma. La primera lectura de una columna de Evaristo hace que restalle un lenguaje escabroso, adobado con todo tipo de corrientes malsonancias, pero todas ellas están engarzadas en una sintaxis impecable, en un ritmo vertiginoso, en una articulación del idioma que igual habría servido para una exposición abstrusa si el autor no tuviera el don de la claridad.

Esta conjugación de formas, la sintaxis culta y el improperio, aparte de ser la mezcla idiomática que mejores resultados ha dado desde siempre a nuestra literatura, es un ejemplo de lo que los antiguos llamaban la indignatio, un catálogo de recursos para zaherir y desenmascarar, y también para conservar la apostura del hombre airado que, si no abandona su elocuente seriedad, suele provocar sonrisas cómplices en los lectores, cuando no abiertas carcajadas. Así escribía sus sátiras Juvenal y así escribe sus columnas Evaristo. La destreza con que las compone es proporcional a su aceptación, y ambas son extraordinarias.

Ahora bien, cuál es ese punto de vista airado, qué tipo de ciudadano representa Evaristo. Hay un rasgo suyo que siempre me ha llamado la atención, y que si no fuera tan malinterpretable llamaría el fundamentalismo democrático. Vivimos en un sistema de libertades que también se caracteriza por el miedo a significarse, a decir en público lo que todos saben o sospechan, a señalar con el dedo a los facinerosos. Siempre hay un fondo de censura personal que se digiere a base de desidia ciudadana. Somos demócratas, pero nos asusta serlo demasiado. No en el caso de Evaristo. Nunca es ambiguo, igual que aquellos antiguos cínicos que se subían a un barril para cantar las cuarenta al lucero del alba y además hacerlo reír, y todo ello sin un gramo de arrogancia, antes bien con escrupulosa observancia de la humildad, que en Evaristo adquiere la forma de un lenguaje vivo, nítido, sin aditivos ni ornamentaciones, a palo seco, aunque para ello deba hilar a partir de un dato mínimo y recóndito, y manejarse en una capacidad asociativa para la que se requiere un excelente dominio de los terrenos. Una columna, después de todo, por encima de todo, es un descenso de la mirada uniformemente acelerado, dos minutos de no hacer esfuerzos para pensar o disfrutar. Es este el catón del columnismo, la utilidad concreta de su retórica, su valor ciudadano, las reglas que Evaristo no se salta jamás.

7 comentarios:

  1. Enhorabuena a ambos.

    Cualquier noticia de actividades culturales que me llegue desde Teruel me resulta muy grata.

    Gracias a Evaristo y a ti, Antonio

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  2. Vaya prólogo más bueno has hecho, Antonio. Es todo un tratado sobre lo que verdaderamente es y no es la columna de opinión. Con buen tino has incluido la entrada bajo la etiqueta de rétórica: cuánto se aprende los clásicos.Chapeau.

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  3. En el blog de Evaristo habrás visto, Luis, lo bien que lo ha editado 'on-line', toda una declaración de principios.
    Y sí, Marcelo, lo que más me gusta de esas columnas es que los viejos remedios siguen siendo los más originales.

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  4. dar a diestro y siniestro, sin posibilidad de réplica por parte del referenciado (su réplica se convertiría en un "tomate" de las letras y la gente es mucho más seria, respetuosa, civilizada y correcta por lo que no se molesta en contestar, pero ahí queda su nombre mancillado y por escrito.
    Lo ha sufrido gente querida, afín) Pero sobre todo, ¿qué se propone como alternativa? Qué se construye? Solo veo afán demoledor, populista y demagogo sin mojarse a cambio. Me recuerda a la derechona.

    Lo peor, lo qué más pena me dá es que el lector(amuchos de ellos los admiro, por su inteligencia), No
    tenga capacidad de crítica.

    Por cierto, muy inteligente, pues tras leer, no me parece que quede bien parado.

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  5. "La gente no se molesta en contestar". Ese es el problema. En el caso de Evaristo (y hablo cuando ya hace tiempo que lo echaron del periódico), cuánto más interesante habría sido para los lectores un cruce de diatribas civilizadas, y cuánto mejor para las autoridades que se sintieron ofendidas demostrar que no tapan a nadie la boca.

    Muchas gracias por su comentario, RCA. Todo el mundo está siempre más cerca de lo que parece.

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  6. Por fín he aprendido a contestar (me refiero en los blogs).
    He hecho otros comentarios y no los he visto publicados, por lo que pienso que no lo hacía como se debe.
    Ahora solo me queda estar a la altura.
    A ver si llego al nivel....
    Lo intento.
    Estoy de acuerdo contigo en el interés y enrriquecimiento del intercambio de opiniones pero desde luego no de insultos.
    Seguro que Tu también
    Habría que pensar si no era este el motivo por el que no recibía contestación.
    Discrepo del método de la censura y menos en esta era de la comunicación que cualquiera puede buscarse inmediatamente una alternativa al medio censor.
    Más que censura, entendí derecho de admisión, como se hace con los comentarios de los blogs antes de publicarse, si estos contienen "obscenidades".
    Hay unas reglas de cortesía que no se pueden traspasar para que esto no se convierta en un campo de batalla.
    Dos no riñen si uno no quiere.
    El ex-comentarista de la Radio de la iglesia dejó de increpar en un medio para pasar inmediatamente a otro de más difusión.
    Ha utilizado un "estilo" radiofónico que se ha extendido, que da morbo,que atrae escuchantes que forma (fabrica) reaccionarios y vive de ello.
    Creo que todos conocemos casos cercanos de éste fenómeno.
    Estos medios influyen en gran medida a elevar a gente imputada por desfalcos a la categoría de dirigentes ante la mirada atónita de ciudadanos dela plataforma 15 M.
    Estamos sobrepasando límites de respeto por el que opina de otra manera y eso solo nos conduce a lo que denuncia P.Preston en su último libro y que produce arcadas.
    Prefiero el tono de crítica de tu Blog con el que aprendo mucho.
    También el diálogo que se ha dado en las Plazas.
    Así quiero a mi País.
    Salud

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  7. Cuando un periódico es un servicio público que se financia con el dinero de los contribuyentes, el concepto de "derecho de admisión" creo que sólo debería poder ejecutarse cuando algo está mal escrito, o, como tú dices, procede al insulto. Sin embargo el insulto es, entre otras cosas, una difamación sin pruebas, una acusación vejatoria y gratuita. Evaristo escribe bien (de eso no creo que nos quepa duda) y se cuidaba mucho, por más gruesas que fueran sus palabras, de meterse con la intimidad de nadie o denigrar injustificadamente. No obstante, estoy seguro de que más de uno piensa lo contrario. Pero en el caso de los cargos públicos eso debería, como suele decirse, ir en el sueldo. Y la retórica moderna, querida R.C.A., y la prueba me la das tú misma con nuestro serrano salvaje, admite el tono "arrojadizo", según lo llama el propio Jiménez Losantos. La cuestión es que este tipo de retórica se ve como buena en la derecha (el otro día leí a uno del Opus, antes de la campaña electoral, llamar a la agresividad de los mensajes, tal y como él hacía, supongo, en el medio público que maneja para su propio interés), pero en la izquierda nos parece intolerable. Somos más civilizados, parecemos decir. Evaristo escribe contra el PSOE desde la izquierda, no desde el púlpito, y es lógico que nos suene raro. Alguna vez (y de algún modo eso lo reflejé en el prólogo) me ha gustado menos cierta inclinación por la obviedad, por la demagogia de lo incontestable. Un amigo común, tuyo y mío, me lo dejó claro: "si no lo dice así, la gente no se entera". Ni hace caso. Ni sigue sus columnas. Yo que sé, a mí me leían en el periódico cuatro colegas de profesión a los que entretenían mis filigranas peregrinas, pero en los bares la gente no habla del estilo exquisito sino de las salidas de tono. Y también has de reconocer que muchas de las acusaciones y de las descalificaciones que lanzó era la primera vez que se pronunciaban en el periódico con todas sus letras. Creo que hay que exigir mucho a la clase política. No me imagino a los políticos de Madrid sintiéndose ofendidos "personalmente", sino preocupados por su pérdida de popularidad. Les sobra exhibicionismo y exceso de confianza en sí mismos. Deciden sobre lo que saben y lo que no saben, y cuando no pueden luchar con la palabra, que es para lo que se les ha elegido, utilizan el poder. Eso es lo que pasó con Evaristo. A veces, al leer uno de sus artículos, buscaba algún punto débil y me imaginaba cómo sería una buena réplica, una contestación inteligente, porque había margen para ello, Evaristo se prestaba a ello, y el lenguaje soez, en cuanto la discusión subiera un poco de tono, él mismo habría sido el primero en abandonarlo. Pero no hubo más que alguna que otra carta de protesta. El artículo serio y largo que pudiera ponerlo en su sitio, no quiero decir que no lo hubo, pero a mí se me pasó, yo no leí ninguno.
    De todas formas, seguro que el nuevo Presidente de la Diputación no solo no lo echa sino que ni siquiera lo readmite. Cuando hablamos del poder, en fin, no hablamos exactamente de personas, hablamos de cargos, de responsabilidades, de privilegios.
    Gracias por tu interés. Salvo que digan alguna grosería, publico todos los correos, y los tuyos con mayor motivo. Si no me equivoco de siglas, eres todo un personaje de ficción.

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