12.12.19

Humo


La mañana estaba calma y nubosa, y como hace varios días que no llueve y las hojas están ya un poco secas, he decidido poner el bidón de quemar. Es lo primero que se hace cuando ya no hay otoño. Empieza la temporada de quemas, que en la vega tardarán lo que tarden las máquinas en entrar en los maizales. Todos los años es un riesgo y una preocupación. Hay un especialista en esta parte del río que calcula las rachas de viento y va encendiendo focos asimétricos por el rastrojo. La primera vez que lo vi me pareció un pirómano insensato, hasta que un par de horas después, y sin que lo viera echar agua por ninguna parte, el bancal estaba negro y apagado. Pero hay otro que solía subir al carretillo una botella de butano con un soplete y le apuntaba a todo lo que se movía. Como es temerario pero no testarudo, el día que vio que se le iba de las manos dejó de hacerlo.
Yo uso un bidón de poliuretano que se dejaron los albañiles después de proyectar espuma sobre el techo del taller, que tenía goteras. Es pronto, solo para eso es pronto, y aunque las hojas tiesas del platanero se terminan quemando, están aún muy húmedas, tardan en quemarse y despiden una zorrera considerable. Pero a mí lo que me gusta es el humo que asoma en hilachas lentas y curiosas, como si inspeccionasen el terreno, y va adensándose hasta formar una sola potente bocanada. El color del humo, que hasta entonces era blanco inmaculado, empieza a amarillear hasta que se toma de un ocre parecido al de las hojas en los instantes previos a que rompan a arder. Las llamas entonces aclaran el humo, por detrás del bidón los árboles se irisan y culebrean.  Pero es fuego de rastrojera, aparatoso y flojo, dice Virgilio, cuando ilustra los alardes de virilidad del caballo viejo, que le entra el furor pero todo es inútil. A la primera brisa que sople se levanta el humo a todo meter, como si saliese de la chimenea de un barco, y al volverse el viento lo disipa y lo vuelve a llenar todo de niebla. Hay que tener cerca la manguera y en el bolsillo del mono el permiso de quemas en regla, más por lo que aparente que por lo que es, humo de pajas.

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