11.12.19

Postrimería


Se podría dar el invierno por inaugurado. Siguen cayendo, cada día unas pocas, hojas oscuras del ciclamor en la terraza que se asoma al huerto. Los aligustres más expuestos al sol ahora es cuando amarillean; los de umbría se han quedado en un tierra muy oscuro. El sauce, que yo creía semiperenne, está pelado. Más allá de los cipreses y las yedras solo siguen verdes las gramas del suelo. Quedan los campos amarillos de maíz entre bosques de palos junto al río. Y a pesar de que hace buen día, lo que pudiéramos decir una agradable mañana de finales de otoño, la derrota final de las hojas ha cambiado también la sensación. No siempre todo termina cuando debe terminar. Me atraen esos momentos en los que está todo el pescado vendido pero aún queda tiempo, cuando ya no se puede preparar algo y uno se cruza de brazos esperando que las verdades encajen y pase el día del examen. El invierno, quién lo diría, trae esa velocidad de lo irreversible. Vamos sin freno hacia la lentitud extrema.
En este cuaderno también lo he notado. El otoño es contemplativo; el invierno, laborativo. De pronto tienen más interés las faenas del jardín que el color de las hojas. Reaparecen los gatos que se emboscan en los membrilleros ya desnudos, pero también ellos parecen inmóviles, insultántemente tranquilos escuchan los roncos ladridos de Galán sin inmutarse. El cielo está despejado, eso es todo. 
Es tiempo de levantarse de la silla y seguir laborando. En la tercera semana de diciembre, cuarto menguante, ya se puede plantar un caballón de ajos. Cuando termine de recoger las hojas lo más acuciante será profundizar en la limpieza, trabajar para que todo esté a punto, los caminos limpios, las cercas repintadas, mientras la naturaleza duerme. No, no es en primavera cuando llega el impulso. Entonces llega, si acaso, el entusiasmo, la excitación, pero no el impulso, que llega ahora, igual que un día me afano en recoger los libros del estudio y alinear los lápices y lo papeles porque necesito esa limpieza interior de quien debe reanudar el camino.
Limpiar es olvidar. En pocos días tendré que mirar una foto para recordar el verde de la vega. Con el mundo en gama de grises uno se concentra mejor en las obligaciones inmediatas, y vive bajando la cabeza, como protegiéndose de la ventisca, clavados los pies en el suelo.

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