1.12.19

Sauce


Cualquiera diría que el sauce también ha llegado hasta el final. En su entramado de líneas curvas hay una defoliación uniforme, acompasada, y va llegando el punto en el que ya no es un tapiz de pinceladas superpuestas sino un fondo de ramas finas salpicado de hojas verdes. Es, creo, la condición de semiperenne (o semicaduco), árboles que no pierden toda la hoja y se transparentan en copas despejadas, cardados elegantes que se pasan el invierno goteando pinceladas, hasta que las últimas hojas muertas coinciden algún día en la rama con las hojas vivas.
Si no recuerdo mal, este es el tercer sauce que he visto crecer aquí, y el único que no plantó nadie. Los otros dos estaban dispuestos estratégicamente para que cayesen desde un lado del encuadre sobre el paisaje que se pierde entre la bruma, y así era esta mañana, cuando la niebla empezó a retroceder por detrás de la muela y los colores se abrían al día mojados por el chaparrón de anoche. De nada les valió: cuando el tronco ya tenía estrías como lagartijas entre la corteza gris verdosa, se morían. 
La naturaleza del terreno tenía preparada otra disposición de los elementos. Por mucho que los regamos y podamos, los dos sauces duraron más bien poco, pero el otro, que nació sin ser plantado a un par de metros de la acequia, amenaza con taparnos medio cuadro. Me limito, cuando llega febrero, a arrancarle los brotes que le salen desde la base del tronco hasta las ramas principales. Y eso que al principio solo sobrevivieron dos ramas del mismo lado, de modo que la inclinación, pensábamos, sería excesiva para que el árbol se mantuviera en pie. Su crecimiento desde entonces es un lento recuperar el equilibrio, es como si una de las dos ramas principales hubiera crecido en lánguida postración, hasta hacerse grande y pesada, y la otra, más flaca, tuviera que tirar de ella para no venirse las dos abajo. Las ramas finas, abundantísimas, desoyen las tragedias familiares y salen tiesas en busca de la luz, pero cuando ya tienen edad de cimbrearse lo suelen hacer hacia el lado que más lo necesita. Llegará un día tampoco muy lejano que se podrá, si uno vuelve a ser niño, cruzar la acequia por encima de la rama baja, y sin esfuerzo trepar hasta lo alto por la otra, y esconderse entre las ramas del desmayo.

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