11.4.20

La contagión, 27


Pero qué les pasa a los artistas. Y a qué artistas. El sector de la cultura que ayer convocó una huelga es, más bien, el mundo de las artes escénicas y de la música. No creo que a un pintor, a un escultor o a un compositor le afecte esta epidemia más que en su manera de ver el mundo, cada día más oscura. En todo caso estará sufriendo las mismas consecuencias que los vendedores ambulantes y los dueños de las tiendas, que no pueden vender sus mercancías y han dejado de tener ingresos. Los demás, en casa, hemos dejado de comprarles.
Pero hay una especificidad en el mundo de los músicos y los actores. Ellos son su propia mercancía, o lo que han hecho, o lo que han dicho. Su trabajo es discontinuo, sometido al azar. Los teatros deberían de considerarse bienes esenciales y el Estado pagarles todo el dinero que han dejado de cobrar con sus actuaciones. Pero me pregunto cuál es el motivo por el que no hay que hacer lo mismo con el resto de pymes o con los autónomos. Qué es lo que distingue a músicos y actores que necesite una atención especial. Llevamos 27 días de contagio. Allá por el séptimo día comentábamos esas ganas de cantar canciones y de ser solidarios que les había entrado a los intérpretes, que es la subsección del concepto de artista de la que estamos hablando, apartado bolos y series de televisión. Aquí no queda un gramo ya de ingenuidad y uno no sabía si aquello era solidaridad o promoción, ganas de dar ánimos o de no bajarse del candelero. Ahora, camino de los veinte mil muertos, los reyes de la discontinuidad no pueden pasarse un mes siquiera como lo están pasando el resto de autónomos, inquietos por cómo van a sacar adelante sus trabajos. 
He leído algo tan redondo y preocupante como que el 80% de los trabajadores de la cultura quedan al margen de cualquier subsidio. En ese 80% del subsector incluirán, supongo, a las decenas de subcontratas de producción de sus espectáculos visuales, que aun en tiempos de normalidad viven en precario. Pero incluso ese tema, que en ocasiones roza el esclavismo, resultaría impertinente plantearlo ahora. «Nosotros los estamos entreteniendo en sus casas y ellos deberían pagar por ello, o el Estado en su defecto», vienen a decir. Qué poco elegante, Echanove, qué poco elegante.

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