23.1.21

Proyecto

Cuaderno de invierno, 34



De buena mañana hemos pensado en salir al jardín en busca de faena. Teníamos labores empezadas, la nieve ha parado el reloj. Incluso hay un algo de prisa que es la forma más lenta de la urgencia, pero urgencia al fin y al cabo: hay que empezar ya con la poda, preparar la tierra para los puerros, proseguir con el exterminio de los ailantos, arrimar más leña, por no hablar del día en que haya que hacer recuento de las bajas, qué plantas han resistido, qué animales faltan. Pero eso lo postergamos. Después de tantos días en la madriguera, lo importante es llegar a tiempo de la siguiente luna, hacer todo lo que hubiéramos hecho si el mundo no se hubiese detenido. Ahora ya tendríamos podadas las enredaderas y los vástagos de los membrillos. Habríamos vuelto a los preparativos, que es la fase más entretenida de casi cualquier acontecimiento. Urge ponerse al día, o, por lo menos, mirar el jardín como un lugar en el que pueden hacerse cosas. La belleza estática de la nieve, su larga presencia, interrumpe el ejercicio de la imaginación. Algo sin nieve permite ver cómo se transforma y cómo se podría transformar con muy medidas intervenciones. Con los colores regresan las posibilidades. 

    Volvemos a nuestro mundo cuando nos acordamos de las obligaciones que nos habíamos ido creando. La contemplación a secas se vicia con la nostalgia; paradójicamente, para depurarla es necesario combinarla con la acción, al menos con la posibilidad de acción, de volver al recuerdo de estar haciendo. Cuando el anciano vuelve al pueblo, a descansar, lo primero que hace es ponerse el traje de faena. Para él es una forma no contaminada de volver a ser quien es. 

    Es ese, sin duda, el fundamento del ora et labora. Rezar no equivale a trabajar, como muchos entienden, sino todo lo contrario: si trabajas también puedes rezar, pero si solo rezas no puedes trabajar. Pero la acción también requiere sus preparativos, su oración. Tan interesante es planificar lo que se hará como hacerlo, a veces incluso más, sobre todo si no son grandes proyectos sino faenas de poco momento. Uno descansa y contempla, se contempla, se ve como se vio y como se quiso ver. Más tarde, cuando lleve ya un rato el sol en lo alto (si es que no cuajan esas nubes brunas que veo que vienen del suroeste), saldré a podar un rosal.

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