18.1.21

Nenia

Cuaderno de invierno, 29



Todos los muertos que he visto en mi vida tenían el aire frágil y digno de un pajarico. Hace unos meses encontramos un gorrión que no podía remontar el vuelo. Lo pusimos a cubierto en una caja de cartón, con agua, migas de pan y unos granos de alpiste, a ver si se recuperaba. El gorrión se acurrucó en un rincón y así estuvo hasta el día siguiente, mantudo, sin abrir los ojos ni probar el agua. Pensamos que ya había muerto, en la misma posición en la que estaba en el nido, engorando los huevos o dándoles calor a los polluelos. Ya no se movía ni tenía temblores ni se veía que respirase. Aun así lo dejamos, y horas después lo vimos caído de medio lado, el ala suelta, como si se hubiera echado a descansar. La muerte solo se le veía en los dedos algo dislocados y en los ojos, aún entreabiertos, con un último brillo desde el que vio el cielo imposible. Los animales se recogen en sí mismos cuando ya no les quedan fuerzas para nada, su resignada quietud es la única manera de aguantar. El pajarico estaba vivo pero no podía abrir los ojos. Solo los abrió, como el verderón sobre la nieve, para ver la muerte. 
O miselle passer! Unas veces son las armas humeantes de los cazadores, o los fuegos artificiales, que provocaron en Roma una lluvia de estorninos muertos, y otras veces es el hielo, el mundo frío y desaparecido, el nido insuficiente y los carnívoros desesperados. En qué otro animal adulto encontramos recogida toda la hermosura que nos hace vulnerables. Pero ni el verderón ni nosotros somos conscientes de nuestra fragilidad, aguantamos abrigados y hasta el último momento buscamos la mejor postura para seguir con vida. El pajarillo no muere de viejo, lo mata el invierno. 

Uno se para a mirar el cuerpecillo algo rechoncho, el pico corto y recio, de cantor potente, el verde lima que asoma entre las plumas pardas. En el mundo de los pájaros quizá sea un tipo corriente, un esforzado trabajador, como esas personas que siguen adelante sin cuestionarse nada ni quedarse en una rama para que las vean. No es un pájaro exótico. Es un pájaro como nosotros, por eso nos compadecemos, porque reconocemos en nosotros su delicadeza. Y así también nos quedaremos, de medio lado, con los ojos abiertos, cuando no podamos con el frío.

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