20.1.06

Cerca


Cuando se publicó en España El encierro de las bestias, de Magnus Mills, en el 99, la dejé correr porque tenía todo el aspecto de ser otro caso como el de Roddy Doyle, el de La mujer que se pegaba con las puertas, es decir, el escritor anónimo que salta a las listas de ventas con una historia hiperrealista y cotidiana, y cuyas historias entrarían de inmediato en el círculo cinematográfico de Stephen Frears o, si eran muy crudas, en el espectro de Ken Loach. Uno no siempre tiene el cuerpo para conciencias.
Pero hace poco un
amigo me aseguró que me estaba perdiendo una magnífica novela. Y era verdad. Parecía una historia cercana de instaladores de cercas, obreros ingleses que trabajan como mulos y beben como cosacos. Pero pronto, con esa imperceptibilidad de las ramas que se quiebran al pasar, la cosa se enrarece. Me vino entonces al recuerdo la novela que me enganchó a Paul Auster, La música del azar, aquella zanja inacabable y absurda que se ve obligado a cavar Sachs y su joven acompañante, vigilados por unos tipos que juegan con ciudades en miniatura.
O sea, que al realismo sucio le salieron manchas grises, kafkianas, como un tumor de verdades profundas que iba emponzoñando las páginas o, más bien, la fascinación creciente con que me las bebía. Y tan sucio: menos mal que el autor nunca nombra el sentido del olfato; sus protagonistas se tapan la nariz para vivir, como si vallasen, como si electrificasen su cerebro, como si la verdad más dolorosa sólo fuese aquella que nos entra por la nariz, pero no por los ojos, y mucho menos por la conciencia.
Me parece de mal gusto copiar la gloriosa frase con que culmina la novela, pero no hablar de su efecto: la sensación de que sobrevivimos con una estrategia de tierra quemada. El pasado acaba siendo siempre un testigo incómodo. No hay mejor alivio que la huida, o la inconsciencia, como esa gente que se concentra en no pensar en nada durante un tercio de sus vidas, el que dedica a trabajar, porque sabe que si es consciente de lo que hace, si se dedica a pensar, o a juzgar, el tumor kafkiano acabará por emponzoñar las tardes y no dejarle dormir. Se le comerá la vida entera.

1 comentario:

  1. Creo que me sentiría muy identificada con los protagonistas, tendré que leerlo.

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