2.9.06

Brucelosis 2


Gijs van Hensbergen también compara en su libro los “bosques de símbolos” de Gaudí con la obra contemporánea de Calatrava o Gehry, cuya Ciudad del Vino, en La Rioja, se acaba de inaugurar. También la historia está enferma de brucelosis. Picasso se reía de aquella arquitectura entre naïf y colosal, del mismo modo que Gaudí despreciaba las formas mastodónticas de la Capilla Sixtina, sin las que, por cierto, Picasso no habría sido Picasso. A Gaudí lo enterraron con la Bauhaus y la nueva estética industrial, que en tiempo récord fabricó suficientes líneas rectas para llenar entero el siglo XX. Años después, la fiebre ondulante vuelve a dignificar esa montaña de curvas derretidas que es la Casa Milá, incluido el carnaval de la azotea. A la arquitectura narrativa se le ha dado carta blanca después de un siglo de inhabilitación forzosa.
El fundamento de semejante postergación está entre las mejores paradojas del siglo pasado. El modernismo quería una arquitectura para la alegría, para la emoción fugaz. Creía que el arte impresiona los sentidos y abona la reflexión posterior, la recreación del espectador. Era un arte popular en la medida en que sus clientes no buscaban más que impresionar, pero a los arquitectos les correspondía dar a esa vulgar ambición un contenido poético. Era la libertad desparramada, de acuerdo, pero también una invitación mucho más, digamos, democrática.
Y fue precisamente la democracia lo que vino a salvar la línea recta. Seguimos siendo hijos del racionalismo alemán de los años treinta, que ha servido para construir ratoneras de protección oficial y también para salvar la cara de mucho insulso delineante. Hubo unas décadas negras, a finales de siglo, en que la iniciación exclusivista y dictatorial se erigió también como salvaguarda de una estética “para todos”. Era tan de mal gusto disfrutar de una fachada modernista como pintar una flor. Aún recuerdo el comentario de Calvo Serraller cuando Antonio López llevó su obra al Reina Sofía a principios de los noventa: “luego hay unas acuarelas de flores que serán del agrado de las señoras”. Ese tono despectivo, esa soberbia del iniciado, el que pertenece al selecto club de los que comprenden las cosas, de los que saben, es la que ha protegido mucha mediocridad con el asentimiento estupefaco de sus usuarios.
Entonces a pocos les preocupó cómo Gaudí levantaba cúpulas del revés, y ahora no sé a cuantos les preocupará, aparte de a las señoras, la hermosa flor que ha levantado Gehry. Lo sabremos cuando en una ciudad pequeña el consistorio tenga arrestos para dejar a un arquitecto municipal que construya lo que le salga de las narices, con tal de que no abuse de la línea recta.


P.S.: Si quieres una versión más contundente del mismo asunto, escucha esto:


(vanguardiasartísticasneoyorquinas).mp3

1 comentario:

  1. Yo tampoco soy una gran fan de la línea recta (arquitéctónicamente hablando) pero no puedo olvidar los comentarios que hacía Baroja sobre los edificios de Gaudí, a los que consideraba diseñados para acumular polvo, suciedad y en general toda fuente de infecciones. Es una lástima que haya leído eso, ahora no me lo quito de la cabeza.

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