1.5.10

Descansa Polifemo

Llevo contadas, entre los comentarios del blog, los del teléfono, los del correo electrónico, los del correo terrestre, los vis a vis y las campanadas, siete personas que han seguido los cuatro primeros capítulos de Las lágrimas de Polifemo. A todos ellos debo decirles que Polifemo se va a tomar un prolongado descanso. Se ha cruzado otra cosa, un proyecto, un encargo, una historia sobre un tema que llevo evitando desde que tengo uso de escritura.

Pero me gustan los encargos. Aceptas y en ese momento cierras todas las puertas abiertas del cerebro que no conduzcan a esa historia. Las fantasmas permanentes, cotidianas de lo que estabas haciendo se evaporan y se alejan como un globo recién pinchado. Quedan esos cuatro capítulos, que con todos los residuos nucleares que generaron y que almaceno en carpetas ocultas yo creo que podrán retomarse sin mayor inconveniente.

El encargo es una historia de maquis. Sólo decirlo ya tira para atrás, primero porque es un asunto muy bien tratado en los libros de historia y segundo porque ya hay una novela tipo sobre los maquis, Luna de lobos, recientemente canonizada por la editorial Cátedra, que no tiene nada que ver con lo que yo pretendo, pero que me he vuelto a leer para no tropezarme con ninguna de sus piedras.

Para lo primero hay excelentes libros como el de José Ramón Sanchis sobre la AGLA (Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón), o el de Mercedes Yusta sobre el maquis en el Maestrazgo, un libro que me gustó por su propensión a escuchar, y que ahora volveré a leer encantado. Pero nada más lejos de mi ánimo reproducir los acontecimientos del verano del 47 en las sierras de Gúdar y Albarracín, que es de lo que trata el encargo. No creo que merezca la pena dedicarse a la tediosa labor de sustituir la historia por la novela. Del libro de Sanchis surgen a cada página historias insólitas dentro de lo que todos sabemos que fue aquello. Se podría enhebrar un abalorio de anécdotas que le diesen la apariencia extraordinaria de la novela y el rigor científico de la historia.

Creo que escribir narraciones es una cosa muy distinta, y escribir guiones, todavía más. Porque el encargo no consiste en escribir un folletín para este verano sobre el tema de los maquis en la sierra de Gúdar, sino el guión de una película. Lo que pasa es que, en vez de escribir el guión directamente, me parece mejor escribir primero una novela y adaptarla después. Es decir, los capítulos que empezaré pronto a colgar no son una novela sino la narración previa de un guión que añadirá y quitará, cambiará de sitio, troceará e incluso desfigurará irremediablemente la novela de la que parte.

Y sin embargo el tono será cinematográfico, es decir, narración en presente de escenas y reproducción de diálogos, sin más pensamientos ni recuerdos ni sensaciones de las que pueda expresar un personaje cuando habla, con la conciencia clara de que todo lo escrito es barro no necesariamente imprescindible. Me gustan estos caminos largos, eso que hace tiempo Vicent criticaba de los novelistas que piensan en la película cuando están escribiendo la novela, y que de vez en cuando, sobre todo si te lo encargan, no hace daño. Él mismo lo hizo en alguna ocasión.

Eso además permite escribir la novela como se ruedan las películas pero sin planes previos, es decir, desordenadas. La numeración de los capítulos no se sigue de ningún orden. Contaré cosas que requerirán escenas ocurridas antes y serán escritas después. Lo hice así en Otoño ruso y no me disgusta cómo quedó, pero aquello necesitaba seguirse, y esto habrá que ordenarlo al final, antes de reutilizarlo.

Y, en fin, con respecto a lo segundo, la novela de Llamazares, Luna de Lobos, tengo que decir que el tiempo no le ha sentado mal. La ha desnudado de métodos e influencias y eso, que podría sonar a hueco, le da un encanto particular. El joven poeta no se corta un pelo en sus lirismos, y a veces, caminando entre comas como espigas, resulta pelín cursi. Otras veces se ve que también piensa en cine, pero en un cine demasiado conocido, como la escena de la mujer que se tira al guerrillero antes de la estampía de las vacas (por cierto, que Llamazares escribe estampida), o ese círculo que acorrala al personaje y que con el tiempo recuerda alternativamente a un Pascual Duarte contado con prosa de libro de viajes. Y sí, Cela se transparenta en ocasiones, y siempre para bien. Fue una tontería por parte de Llamazares tomarla con quien le había enseñado a escribir.

Los lirismos, frases como versos de La lentitud de los bueyes, los encuentro en ocasiones desmelenados y de vez en cuando tópicos. En una película no hay más lirismo que el que pueda expresarse con un gesto o con un decorado o con una conversación. Aquella novela se adaptó luego a una película que tampoco está mal, aunque a mí me gusta más el hermoso hieratismo de Tasio (más incluso que Silencio roto) que estos bandoleros de buen corazón. La otra noche volví a ver Tasio y me encantó: el tiempo le ha sentado estupendamente; tengo que dedicarle una bernardina.

Y hay otra cosa de Luna de lobos que no me gusta, quizá la única, porque ninguna de las otras me entorpeció en absoluto la lectura. Está bañada de ideología simple, de buenos y malos, de ese acné democrático que llevaba a reivindicar los cuentos del abuelo y las verdades amordazadas por la historia y todo eso. Quiero decir que está escrito con recogimiento, con esa cara de estar esperando a que salga el café que tiene Julio Llamazares. Son las heroicas hazañas de los últimos luchadores por la libertad, hermosos como los piornos, las urces y unas cuantas palabras más con las que el autor va barnizando las descripciones. Es, y solo en eso se ha quedado en su tiempo, lo que le gustaba a la progresía de los 80, el cuento de maquis que todo el mundo había escuchado pero que por fin un novelista joven pone por escrito. En aquella época un porcentaje considerable de los cuentos que se presentaban a los concursos eran de un antepasado guerrillero. Por eso que Llamazares, tan joven, diera en ese clavo, y lo hiciera con ese lirismo y ese amor a los matorrales, tiene desde luego un mérito añadido. Es de agradecer que haya establecido el canon de lo correcto en este tema.

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