9.5.10

Fin del 98

La nueva Historia de la literatura española de la editorial Crítica ha dado a luz ya dos volúmenes, entre ellos el sexto, Modernidad y nacionalismo, 1900–1039, de José-Carlos Mainer, que dirige la obra completa. Me imagino que en los periódicos aragoneses habrán saludado con toda pompa y aparato una Historia que viene a ser la aportación de toda una generación de filólogos de la Universidad de Zaragoza. Allí están María Jesús Lacarra, Juan Manuel Cacho, María Dolores Albiac y el propio Mainer, y aún echo a faltar a Leonardo Romero, que quizá llegó tarde para ocuparse del siglo XIX.

Este volumen de Mainer deja claro que la exhaustividad, digamos, científica ha dejado paso al ensayismo erudito, sin perder de vista nunca la columna vertebral y lo que ya sabemos de una época de la que sabemos mucho. Quizá por eso, por no repetir alusiones, por no reproducir lugares comunes de ningún manual, Mainer exhibe su erudición de primera mano, como si sólo se dignase citar aquello que él mismo ha descubierto y no alguno de sus abundantes colegas. El resultado es que uno debe leer con lo no escrito, con lo dicho por él ya en La edad de plata o con lo leído a los propios autores estudiados a lo largo de muchos años. En Mainer el documento es siempre poco conocido, el autor citado un escritor que no llegó a tomar la alternativa.

Todo esto se agradece, uno ya no está en condiciones de volver a leerse un manual sino, en todo caso, la destilación de una sabiduría. Este volumen cobró fama inmediata porque, se decía, había desterrado las etiquetas generacionales, no más de lo que ya lo había hecho en uno de aquellos primeros volúmenes de la Historia y Crítica, Modernismo y 98, que a pesar del título se esforzaba en plantearlo todo como un proceso conjunto con variantes estéticas e intelectuales. Así es como a partir de entonces ha sido posible huir de los tópicos, enterrar las ambiciones históricas de Azorín y concebirlo todo como un florecimiento que adopta el color de los diversos caracteres, según adónde alumbren las luces de la modernidad.

Y sin embargo no deja de ser este tomo de Mainer un libro de libros. Nos quedamos cortos con el protagonismo de la teosofía en el arraigo del decadentismo, sobre todo porque después de todas las alusiones a Valle-Inclán y su Lámpara maravillosa se nos escamotea, quizá por demasiado conocido, el juicio de Juan Ramón: “Una lámpara con más humo que luz”, dicho sea con la genuina doblez que caracterizó desde siempre a Juan Ramón. Habla Mainer, sí, de aquello del quietismo, y aquí y allá de algo tan importante como la llegada del distanciamiento, del hecho de ver artísticamente la realidad, del cinismo sabio que comportaba esa postura. Quizá fuera ese el rasgo significativo de modernidad que todo lo abarca, que hace compatibles a Sorolla y a Zuloaga y no sólo miembros de una polémica. El mismo hecho de que la pintura se convierta en referente estético para trasladar a la narración el simbolismo ya dice bastante de qué es lo que une a casi todos. Tradicionalmente hemos separado en dos equipos a los escritores de la época, cuando en el fondo, como suele ocurrir, sólo había uno, el de los buenos, una misma liga estética en la que jugaban Unamuno y Valle-Inclán. En esa aplicación de las categorías del arte a la realidad caben los cuentos galaicos de Valle pero también los paisajes de Baroja y el extrañamiento etimológico del pensamiento de Unamuno, la búsqueda de los sabores del agua de Azorín y la auscultación a que Machado sometió a la voz del pueblo. ¿Qué son las Andanzas y visiones o las Comedias bárbaras más que dos modos muy distintos de pintar sendos cuadros con colores que penetren en su esencia? En casi todos los casos, si tiramos del hilo, nos encontraremos algún petit poème de los padres de la modernidad. Hablamos de generaciones cuando deberíamos hablar de personalidades, muy acusadas todas, muy pensadas en su condición de personaje, lo cual también se debe a la modernidad baudeleriana. Se puede ser dandy vestido de cura, como Unamuno, o vestido de paseante otoñal, como Baroja. Había que distinguirse, y todos tenían tiempo de pensarlo en los muchos retratos que sus amigos los pintores les hacían. La gran revolución de toda aquella gente es que supieron empezar a verse desde fuera, a reconstruir la realidad a partir de su interpretación estética. El modernismo es un arte aplicada a la vida en general, empezando por uno mismo, que pasa a ser, además de un hombre, un individuo, un ente de ficción. Por eso Baroja es el primero de sus personajes; por eso Machado se convierte en, como decía JRJ, “un poetón aportuguesado”; por eso Azorín les puso a todos etiquetas, para que no se le perdiesen; por eso Niebla. Y la cosa no cambiaría sustancialmente con Gabriel Miró, con Pérez de Ayala o con Ortega, ni tampoco luego con Cansinos y los ultraístas.

Son impresiones sueltas de las cien primeras páginas, pero en algunas de ellas he pensado si no ha hecho Mainer más que sustituir el término Generación del 98 por el de Nacionalismo, tal y como reza el subtítulo, es decir, como si hubiese habido una corriente intelectual y otra estética, por más que todos participasen de las dos. Sigo pensando que es lo mismo. La literatura de ideas de la época es otro género de ficción que añadir a la descomposición de los géneros que trajo el siglo XX. Unamuno es un permanente juego de palabras debajo del que sin embargo late un corazón desbocado. Baroja es el refugio del hiperestésico. Machado el hombre bueno que todos en algún momento de nuestras pecadoras vidas hemos aspirado a ser. Eran, además de escritores, mitos literarios, incluso ya en su época, y hasta cierto punto reos de su propio papel. Que este papel adquiriese tintes más o menos tintineantes no es una razón estética sino una peculiaridad.

1 comentario:

  1. Tuve a J. C. Mainer como profesor de Teatro del siglo XX en la Univerdidad de Barcelona. Ya daba, por aquel entonces, imagen de gran erudito.

    Tenía conocimiento de la publicación de este tomo, pero esta entrada es lo primero que leo en referencia a él.

    Meritorio trabajo el tuyo, Antonio.
    Muchas gracias y un cordial saludo

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