15.10.19

Bodegón


Habíamos quedado en que la diferencia entre el tenebrismo caravaggista y los fondos de Sánchez Cotán estriba en que los tenebristas ordenan los objetos y consiguen que emerjan de la sombra. Sánchez Cotán no ordena, encuentra ya ordenados, o bien ordena según suelen ordenarse, y sus fondos son oscuros porque pinta una despensa, pero no tanto como para que los frutos parezcan mirarnos por última vez antes de hundirse en las tinieblas.
Es decir, que reunimos bodegones con lo que hay y los disponemos como lo solemos dejar, encima del mármol blanco, con la luz oblicua que entra por la ventana de la cocina. Y lo que hay son uvas, tomates y unas manzanas esperiegas. Abajo en el lagar hay más manzanas, y deberían perfumarlo los membrillos, que no han dado nada este año porque en mayo se heló la flor. En todo caso habían quedado así, con esos tomatazos rojo escarlata y la delicada pruina de la uva, amén del amarillo pálido de las manzanas. Si los colores chocan es porque no es normal que hayamos recogido las uvas y los tomates al mismo tiempo, pero esa es su realidad. Los cambios de tiempo entrañan también un cambio cromático que no percibimos pero se instala en nuestras inclinaciones estéticas. Las uvas y las manzanas comparten los tonos sufridos, como mezclados todos con tierra. Los tomates bermejazos vienen, más que del huerto, de la cultura hortícola global. En los bodegones del siglo XVI es raro ver tomates, y si alguna pinta roja resalta es la de los borceguíes de las perdices. El rojo tomate no entraba bien en el aire místico polvoriento de la cartuja del Paular. El rojo de la sangre sin cuajar no podía ponerse a meditar con «la pálida camuesa arrebolada». 
Qué hay en ese rojo que perturba la quietud contemplativa. Frente a la austeridad de proporciones de los otros frutos, los tomates corazón de buey parecen venidos de una naturaleza exagerada, inflados con siglos de manipulación genética. Son, en el color y en el volumen, frutos hipertrofiados, abundancia de gordo, manjares de Sileno, mientras que las manzanicas son carne de morral, tan dulces que la pulpa se les cristaliza, con manchas pardas y puntos negros, macas moradas y aspecto de sufridas. Junto a ellas el tomate introduce un punto de frivolidad, como un cantante jaranero metido en la cocina de un convento.

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